Sociedad
“La Paraguaya”: la historia de Crispina, de moza a dueña de su bar en barrio Sarmiento
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En el Día del Inmigrante, la historia de Crispina Molinas se destaca por esfuerzo y superación. Llegó desde Paraguay hace 12 años, trabajó en distintos oficios y hoy tiene su propio bar. Su recorrido refleja perseverancia, raíces y un fuerte vínculo con la comunidad local.
Por Luis Giordano | LVSJ
En el Día del Inmigrante, que se conmemoró el jueves 4 de septiembre, se celebra las historias de quienes llegaron de otros países en busca de oportunidades y un futuro mejor. Cada trayectoria refleja esfuerzo, resiliencia y contribución a la comunidad local. Entre esas historias, está la de Crispina Molinas, quien llegó a San Francisco desde Asunción, Paraguay, hace 12 años con la esperanza de ofrecer una mejor vida a sus hijos.
Con un pasado como vendedora en su país, donde los sueldos eran bajos y los derechos laborales limitados, decidió emigrar junto a su familia en busca de oportunidades que le permitieran cumplir sus sueños. “Veníamos por trabajo, y al principio me sentí un poco perdida. No conocía la ciudad, todo era distinto, pero los vecinos me acogieron increíblemente. Vine sin nada y hoy puedo decir que debo mucho a San Francisco”, recordó en diálogo con LA VOZ DE SAN JUSTO.
Al llegar, comenzó a trabajar en diversos empleos, desde limpieza de casas hasta moza en bares locales. Con esfuerzo y constancia, logró dar un paso decisivo: comprar el bar donde había trabajado, un pequeño espacio que con el tiempo se convirtió en “La Paraguaya”, un negocio ubicado en calle José Ingenieros al 712, en el que hoy comparte con su hijo y mano derecha, Tobías Jesús Vergara. “El bar es mi lugar de trabajo, pero también mi familia. Los clientes se convirtieron en parte de mi vida. Si necesitan algo, los ayudo; si yo necesito, ellos también me ayudan”, comentó.
El nombre de su bar no solo identifica el lugar, sino que también rinde homenaje a sus raíces y orgullo por la tierra que la vio nacer.
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La historia de Crispina no estuvo exenta de desafíos. Durante la pandemia perdió su trabajo y enfrentó la incertidumbre económica. Sin embargo, aprovechó la oportunidad para consolidar su bar. Inicialmente ubicado en otro lugar, tuvo que mudarse al Club Sarmiento, donde se estableció definitivamente y encontró un espacio que le permitió mantener su negocio activo. “Cuando hay peñas y la gente se divierte, siento que todo el esfuerzo vale la pena. La relación con los clientes es cercana, casi familiar”, destacó.
A lo largo de estos años, Crispina también se adaptó a la vida en Argentina, apreciando las diferencias culturales y disfrutando de la gastronomía local. Aunque extraña Paraguay, asegura que su vida está en San Francisco, donde sus hijos crecieron y se sienten en casa. Su historia refleja no solo el esfuerzo de quienes emigran en busca de oportunidades, sino también la capacidad de integrarse, contribuir y generar vínculos sólidos en una nueva comunidad.
Crispina reconoce que uno de los aspectos más difíciles al llegar fue adaptarse a las costumbres locales y a la falta de su familia en Paraguay. Sin embargo, afirma que la solidaridad de los vecinos hizo la diferencia: “Me regalaron cosas que no tenía, me prestaron su ayuda y me hicieron sentir bienvenida. Eso me enseñó a dar también a otros, porque la generosidad se devuelve”.
El bar se convirtió además en un lugar de encuentro de muchos vecinos. Los clientes habituales, muchos jubilados, son parte de su día a día y la motivan a seguir adelante. “Abrir a la mañana y ver a la gente feliz es una satisfacción enorme. Ellos confían en mí, y yo en ellos”, indicó.
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Crispina también reflexiona sobre su identidad y la mezcla de culturas que vive a diario. Disfruta enseñar a su familia algunas costumbres paraguayas, como el tereré o la preparación de chipá, mientras comparte la gastronomía argentina con sus cocineras y clientes. “Es un intercambio que enriquece y me hace sentir que puedo mantener mis raíces sin perder el lugar donde vivo”, explicó.
Por último, reconoce el valor de la educación y el esfuerzo en la vida de sus hijos, quienes crecieron en San Francisco y ahora forman parte activa del bar. “Tobías es mi mano derecha, y juntos seguimos construyendo. Estoy orgullosa de que aprendan el valor del trabajo y de la perseverancia”, concluyó, dejando en claro que su historia es, ante todo, una historia de familia, esfuerzo y resiliencia.
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