La noche de la alegría
La posibilidad de celebrar, de recrear la confianza, asoma como una oportunidad inmejorable para dar vuelta la hoja y recomenzar.
La cristiandad en el mundo celebra hoy la Nochebuena, víspera de la fiesta de la Navidad. Es la noche en la que la familia se reúne y celebra. Este último verbo cobra especial significación en un tiempo signado por la incertidumbre y la desesperanza. Un tiempo en el que el escepticismo y la desconfianza parecen ganar la partida. Por eso, la posibilidad de celebrar, de recrear la confianza, asoma como una oportunidad inmejorable para dar vuelta la hoja y recomenzar.
La festividad tiene un origen profundamente religioso. Los creyentes observan en el humilde pesebre al Dios hecho hombre que vino a redimir. Pero también la mayoría de quienes no comparten esa fe comparten, de todos modos, los valores que el cristianismo ha aportado a la cultura. A nuestra cultura.
En la actualidad existen corrientes que pretenden erradicar todos los aspectos de esta cultura profundamente humanista. Se busca confundir y embarrar la cancha para sacar rédito. Es políticamente correcto no cuestionar estas expresiones, algunas muy respetables. Pero otras directamente totalitarias, producto de visiones ideológicas extremas, que pretenden desterrar principios de convivencia que están en el ADN de nuestra cultura.
A cada paso se ven manifestaciones del impacto del cristianismo en la vida de nuestras comunidades. Nombres de calles, de ciudades y de provincias, obras artísticas, piezas musicales, ideas, costumbres como la reunión familiar de Nochebuena, son ejemplos palpables. El fundamento de la civilización occidental tiene bases cristianas. Esta verdad transformada en una obviedad cuando se profundiza el estudio de la historia, merece ser reivindicada.
Es en este contexto en el que llega la Nochebuena. Es mucho más que una celebración con regalos. Implica sentir cerca al prójimo, compartir y reconocer los valores comunes: la dignidad de la persona, la primacía de la sociedad sobre el estado y de la moral sobre la política, la centralidad de la familia, la propiedad con función social, la libertad, la importancia del trabajo y la búsqueda permanente de la paz.
Es una oportunidad para que reflote el regocijo y se recupere el sentido de pertenencia a una raigambre cultural bien identificable. El mensaje navideño llega incluso a quienes no creen, pero son capaces de discernir. Es el mensaje de consuelo al que sufre, que sana al enfermo, que ayuda al necesitado, que libera a los oprimidos, que devuelve al camino a quien lo había extraviado, que alienta a los que no pierden la esperanza en un mundo mejor.