La justicia espectáculo

Parece haberse encarnado la sensación de que se hace justicia tan solo con un golpe de efecto, publicando imágenes espectaculares de procedimientos en los que el detenido es sometido a situaciones de exposición pública que no responden a una correcta aplicación de las normas vigentes. Nuestra editorial del día.
La detención del ex vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, dispuesta por un juez federal en el marco de una causa en la que está acusado de ser el jefe de una asociación ilícita, derivó en numerosas interpretaciones. No quizás sobre el fondo de los hechos que son investigados. Sí sobre las formas que rodearon al arresto, especialmente en lo que hace a la difusión pública del procedimiento judicial en el que se procedió a encarcelarlo.
El debate sobre el fondo de la cuestión vendrá ahora, cuando se ventilen en los tribunales las circunstancias que han determinado que el ex vicepresidente sea uno de los personajes que menos simpatía tiene en la opinión de la sociedad argentina. Ello, en virtud de las sistemáticas sospechas sobre un supuesto accionar delictivo en cada una de las funciones públicas que le tocó desempeñar. De todos modos, aun teniendo en cuenta esta opinión mayoritaria, es necesario remarcar que solo una vez que haya condena judicial se podrá señalar con certeza hasta dónde se llegó con estas presuntas maniobras.
Lo que sucede, por un lado, es que alguna importante porción de la Justicia argentina ha sido pendular siempre y dispuesta a satisfacer los humores políticos y sociales según discurra la corriente. Pero además parece haberse encarnado la sensación de que se hace justicia tan solo con un golpe de efecto, publicando imágenes espectaculares de procedimientos en los que el detenido es sometido a situaciones de exposición pública que no responden a una correcta aplicación de las normas vigentes.
Estamos frente a la Justicia como espectáculo. Un hecho que ha sido cuestionado incluso desde los sectores totalmente enfrentados a la dirigencia kirchnerista. Como ha sostenido en su columna semanal el periodista Carlos Raymundo Roberts en La Nación: "nadie, tampoco Boudou, se merece semejante humillación" como la que suscitó el show de su apresamiento preventivo y la inmediata divulgación de las imágenes.
Algo profundo ha cambiado en este aspecto. Los periodistas judiciales ya no son aquellos sabuesos que hurgaban -en el buen sentido de la palabra- en los juzgados en busca de historias para contar. Hoy se han convertido en estrellas televisivas, a quienes acompañan en el reparto destacados abogados penalistas que incluso pasan a formar parte de la farándula.
El espectáculo de la justicia atrapa siempre. Porque en él se resumen algunas facetas del hombre como "lobo del hombre": la venganza, la satisfacción de observar la caída del otrora poderoso, la visibilización de la humillación. Al parecer, muchos en este ámbito de la justicia comprendieron que buena parte de la sociedad disfruta con este entretenimiento. Y le complacen con la difusión de imágenes como la de la detención del ex vicepresidente.
Lamentablemente, más temprano que tarde, este pasatiempo televisivo horada una de las más importantes conquistas de la humanidad: el garantizar las libertades, el derecho que le cabe a cualquier ciudadano -incluso el peor delincuente- a defenderse y evitar así el escarnio de la masa que no razona y que se mueve por emociones. Como en cualquier espectáculo.