Cultura
La identidad hecha costumbre
/https://lvdsjcdn.eleco.com.ar/media/2025/08/las_patrias.jpeg)
El 22 de agosto celebramos el Día del Folklore, una fecha que invita a mirarnos en el espejo de nuestras raíces y a escuchar lo que la tierra y la historia nos vienen diciendo desde hace siglos.
Por Bautista Dutruel I LVSJ
Hay días en los que la memoria colectiva se enciende con más fuerza, y el 22 de agosto es uno de ellos. Hoy celebramos el Día del Folklore, y no se trata solo de recordar una fecha en el calendario, se trata de volver a mirarnos en el espejo de nuestras raíces, de detenernos a escuchar lo que la tierra y la historia nos vienen diciendo desde hace siglos.
El folklore es la manera en la que un pueblo se cuenta a sí mismo. Está en una chacarera que se canta en ronda, en la vidala que atraviesa los cerros, en el bombo que hace vibrar un festival y también en los gestos más cotidianos que heredamos sin darnos cuenta. El folklore está en los relatos de nuestros abuelos, en las fiestas patronales de los pueblos, en una comida que se transmite de generación en generación, en los oficios artesanales que guardan paciencia y sabiduría. Es, en definitiva, la identidad hecha costumbre.
Argentina tiene en su folklore una de las expresiones más auténticas de lo que somos. Allí conviven la raíz indígena, el aporte afro y las huellas inmigrantes que, lejos de borrarse, se entrelazaron para dar forma a una cultura única, mestiza y profundamente nuestra. El folklore no es una postal del pasado, es un río que sigue corriendo, que se resignifica en cada escenario, en cada guitarra que suena en una peña, en cada niño que aprende a bailar una zamba en la escuela.
Hoy más que nunca necesitamos abrazar ese legado. Porque en tiempos de vértigo y de globalización, el folklore nos recuerda de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Nos invita a reconocernos en sociedad, a valorar lo propio sin miedo a dialogar con lo nuevo. Nos enseña que la identidad no se conserva en un museo, sino que late en la vida cotidiana y se renueva cada vez que alguien vuelve a cantar, a contar, a bailar.
El Día del folklore no es un homenaje melancólico, es una celebración del presente. Es el reconocimiento a tantos artistas, cultores y guardianes de la tradición que, desde un escenario o desde la intimidad de una cocina familiar, mantienen encendida la llama. Y también es una invitación a las nuevas generaciones a hacer suyo este patrimonio, a reinventarse sin perder la esencia.
Porque el folklore, en el fondo, es eso: la voz de un pueblo que se niega a olvidar quién es. Y mientras esa voz siga sonando, tendremos siempre un motivo para celebrar.