Análisis
La hora de aspirar a la realidad

La idea de “casta” proclamada por el presidente Javier Milei que hoy asume, no es percibida solo como una construcción retórica proselitista.
Son contados en la historia los momentos en los que un presidente de la Nación asume su cargo luego de haber sido ungido por una mayoría abrumadora de votos. También son poco frecuentes las instancias en las que este paso trascendente, que nuestra democracia da cada cuatro años, está marcado por la incertidumbre.
La ceremonia de hoy, en la que Javier Milei recibirá los atributos de su cargo, se inscribe en el marco determinado por estas dos circunstancias. El respaldo popular que obtuvo en el balotaje del 19 de noviembre pasado le otorga la legitimidad institucional necesaria para que su gestión tenga cimientos sólidos que permitan edificar concreciones y así revertir aquellas incertezas mayúsculas. Sin embargo, el panorama, en principio, no asoma como de sencilla resolución. La crisis de representación política es un fenómeno global que en la Argentina parece haberse agudizado. La situación socioeconómica es grave. Las voces que llaman a la resistencia desde algunos sectores suman preocupación. Elevando la mirada hacia el horizonte próximo, el listado de dificultades se atisba nítido. El cuadro de situación hace que las expectativas de los argentinos constituyan un masivo reclamo ciudadano para con sus autoridades –salientes y entrantes, oficialistas y opositoras- en este harto difícil momento social, económico, cultural y político.
Desde 1983 a la fecha, el pueblo ha cumplido un rol destacado en la consolidación de las instituciones democráticas. Pero el resultado obtenido en estos 40 años da cuenta de que la mayoría no encuentra aún satisfacción a demandas básicas. Es más, buena parte de la ciudadanía observa que se halla en peor posición que la que tenía tiempo atrás, mientras que algunos privilegiados disfrutan de un pasar holgado y hasta lujoso, fruto del usufructo de los recursos que son de todos. La idea de “casta” proclamada por el presidente que hoy asume, no es percibida solo como una construcción retórica proselitista.
El país se halla en un punto de inflexión. Es hora de terminar con la vociferación altisonante que insta a ver un enemigo en quienes piensan distinto. Derrotar la incertidumbre solo se consigue en tiempos de paz. Solo por la vía de la paz y el diálogo. Reconstruir la Nación implica recuperar la cultura del trabajo, la austeridad, la honestidad y la solidaridad con el semejante como normas de vida. Devolver fortaleza a la economía requiere del esfuerzo de las fuerzas de la producción, así como destrabar el laberinto creado por regulaciones insólitas e inéditas que obstaculizan, frenan y echan abajo cualquier iniciativa. Recobrar la seguridad, la plena libertad, la justicia y el orden exige el acatamiento de la ley, en todo momento, en todas las instancias. Desandar el deterioro educativo y cultural obliga a desempolvar valores abandonados hoy en el desván de la memoria. Restablecer la confianza de las nuevas generaciones en la democracia y en el país será una monumental tarea en la que involucrarse adquiere la condición de juramento. Comprender el desafío, asumirlo y llevarlo adelante pondrá a prueba la capacidad de una dirigencia que no ha estado a la altura, pero que tiene una nueva oportunidad de devolver a la Patria el brillo opacado, gobernando para la vida, la Justicia y la libertad. Y exigirá, quizás como nunca antes, el férreo compromiso de la ciudadanía.
El presidente que hoy asume ha declarado que es hora de restituir la vigencia de los principios proclamados por ese tucumano que fue uno de los pensadores más influyentes del período de la organización nacional. Juan Bautista Alberdi, en sus “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, se preguntó hace casi dos siglos: “¿Cómo hacer de nuestras democracias en el nombre, democracias en la realidad? ¿Cómo cambiar en hechos nuestras libertades escritas y nominales?”. Párrafos más adelante, centró su respuesta en principios esenciales de la convivencia democrática: “La igualdad de los hombres, el derecho de propiedad, la libertad de disponer de su persona y de sus actos, la participación del pueblo en la formación y dirección del gobierno del país, ¿qué otras cosas son, sino reglas simplísimas de sentido común, única base racional de todo gobierno?”.
Celebrando el recambio institucional como signo de solidez de nuestra democracia, la tarea de recobrar aquellos valores regidos por el sentido común implica que, en lugar de prometerlos, los consagremos. Es hora de rescatarlos y darles renovados bríos, para que, como escribió Alberdi, aspiremos “a la realidad, no a la esperanza”.