La guerra de zapatillas en “La ciudad de los cuellos doblados”

Herzogenaurach, en Alemania, es conocida como “La ciudad de los cuellos doblados”, y por estar polarizada en una batalla fraternal entre dos fabricantes de zapatillas.
Por Manuel Montali | LVSJ
Herzogenaurach es una pequeña pero milenaria ciudad de Baviera, en Alemania, situada en cercanías de Núremberg. Cuenta con poco más de veinte mil habitantes, pero con una historia que supo dividir al mundo alrededor de una causa cuanto menos llamativa: las zapatillas.
Allí, a comienzos del siglo XX, vivía la familia Dassler. Christoph, heredero de una estirpe dedicada al comercio textil, se había especializado en el calzado. Con su esposa Pauline tenían cuatro hijos: Fritz, Rudolf, Adolf y Marie.
Al término de la primera guerra mundial, bajo la crisis económica que la derrota le había deparado a Alemania, los Dassler apenas si tenían para agradecer el que los tres muchachos hubieran vuelto con vida del frente belga.
Pauline había tenido que cerrar la lavandería que poseía en su casa. Pero haciendo honor al conocido adagio de que toda crisis es una oportunidad, Adolf tuvo la idea de usar ese espacio vacante para instalar una empresa de zapatillas. Guiado por el padre, empezó a concretar sus primeras ventas. Era un milagro dentro de los muchos milagros de recuperación alemana. Rudolf se unió al negocio y terminó de tomar forma la fábrica de los hermanos, la "Gerbüder Dassler Schuhfabrik".
A Rudolf y Adolf los separaban dos años. Pero esa sería la menor de sus diferencias. Nunca fueron grandes amigos, pero al principio se complementaban bien. El primero era el cerebro creador, el artista, y el segundo era el vendedor, el que llevaba los diseños a los pies de los alemanes. La fábrica salió del recinto doméstico, amplió sus instalaciones, contrató personal, sacó la cabeza de Herzogenaurach y se convirtió en la dueña de Alemania. El deporte, sobre todo el atletismo y el fútbol, ganaba popularidad, y las zapatillas de los hermanos, ideadas para ello, se multiplicaban como pretzels. Donde estaban las masas, estaba el éxito, y esto lo vieron casi al mismo tiempo los Dassler y el fascismo (Rudolf terminaría afiliado al nazismo, quizá con un objetivo más comercial que político). Las Olimpíadas de Berlín de 1936, con Adolf Hitler en las tribunas y el velocista estadounidense Jesse Owens como gran estrella -morocho ganador de cuatro medallas doradas luego de correr y saltar con unas Dassler en sus pies, para rabia de todos los que pregonaban supremacía aria- sirvieron para reafirmar la trascendencia mundial de la marca.
Marcelo Bielsa no fue el primero en advertir que el éxito suele deparar visiones distorsionadas y egoístas. Los hermanos juntaban fortunas y enconos. Diferencias comerciales, políticas y hasta rumores sobre paternidades cruzadas fueron minando la sociedad. La gota que colmó el vaso fue de plomo. En la segunda guerra mundial, el veterano Rudolf fue llamado nuevamente a las filas del ejército. Adolf, que era menor, terminó exento porque las autoridades lo consideraban indispensable para la fábrica, que con el conflicto bélico debía reconvertirse para ocuparse también de hacer ropa para los soldados y armamento bélico.
Cuando Alemania volvía a ser ruinas sobre ruinas, Rudolf dejó el ejército para volver a su querida Herzogenaurach. Llegó a tiempo para asistir al funeral de su padre, Christoph, y participar de la última reunión de toda la familia. Rudolf fue luego apresado por desertor. Quedó libre, y volvió a ser prisionero, esta vez de los aliados, merced a una denuncia anónima que para él escondía su mismo apellido: ni más ni menos que Adolf. En venganza, le contó a los aliados que su hermano había usado la empresa familiar para fabricar armamento bélico.
Los creadores de la fábrica de zapatillas más popular de Alemania quedaron al fin libres de toda culpa. Pero piñas van, piñas vienen, ya no había posibilidad de colaboración. El muro, que allí era un río, atravesó entonces la empresa y la familia. Los empleados tomaron partido siguiendo su propia visión: el diseño (el grueso de la empresa, junto con la planta original) fue para Adolf, las ventas (y la mudanza) para Rudolf.
Nacieron entonces dos marcas en 1948, separados por 500 metros y el lecho de agua. Adolf Dassler hizo una contracción de su diminutivo y apellido para crear Adi-Das. Rudolf Dassler no quiso ser menos y puso en marcha a Ru-Da, que luego, optando por un supuesto apodo que había recibido en la infancia (cuando los Dassler estaban todos juntos y felices comiendo salchichas con chucrut), pasó a llamarse Puma.
Herzogenaurach pasó así a ser "La ciudad de los cuellos doblados", el lugar en donde los habitantes se miran el calzado para saber si el otro es un amigo o enemigo. La guerra se hizo mundial, con triunfos y derrotas de un lado y del otro del río, y continúa hasta hoy, exceptuando un solo día de paz en que empleados de ambas firmas se juntaron a jugar un partido de fútbol. Pero... como enseñó un gaucho argentino, si los hermanos se pelean, los devoran los de "ajuera": un par de décadas más tarde surgió un nuevo jugador en el mercado mundial de ropa deportiva, que aprovechó el ruido de la balacera para subirse lentamente al primer lugar del podio: hablamos de una empresa norteamericana llamada Nike.