Análisis
La fiesta del encuentro
:format(webp):quality(40)/https://lvdsjcdn.eleco.com.ar/media/2025/12/fiestas_navidad.jpeg)
La celebración de la Navidad reactiva una dimensión profunda del corazón humano, capaz de atravesar diferencias, reparar heridas y renovar compromisos, e invita al reencuentro.
Son tiempos en los que vivimos atravesados por la hiperconectividad, las redes sociales y la circulación incesante de mensajes digitales. Al menos una vez en el año, una celebración modifica parcialmente el contenido de la información que fluye a través de estas tecnologías. Se acerca la Navidad y con ella se multiplican los saludos, los buenos deseos y las consignas o reflexiones que invitan a recuperar valores que transitan erosionados por la velocidad del presente. Entre ellos, la fraternidad, la empatía, la solidaridad, la caridad y el cuidado del otro.
En momentos en lo que lo secular parece predominar sobre lo estrictamente religioso, la Navidad permite “religar” al hombre con lo trascendente. Y, al mismo tiempo, la celebración del nacimiento de Jesús revitaliza aspectos constitutivos de nuestra cultura. No se trata de una tradición folklórica. Es una forma de reanudar la construcción de vínculos y significados compartidos que nos permiten reconocernos mutuamente como miembros de una comunidad.
Al respecto, por estos días se ha viralizado un video de hace algunos años en el que la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, aparece armando el pesebre y explicando la razón por la cual no debe olvidarse este símbolo. Porque, afirma, “se crea en Dios o no, encarna los valores que fundaron mi civilización. Creo en el respeto porque este símbolo me lo enseñó. Creo en el carácter laico del Estado porque me lo ha enseñado este símbolo. Creo en la sacralidad de la vida porque me lo ha enseñado este niño que nace. Creo en la solidaridad porque este símbolo me lo enseñó”. Independientemente de las categorías ideológicas o políticas que puedan adjudicarse a la gobernante italiana, su mensaje abreva en una raíz cultural común que otorga identidad a la vida de una sociedad, manifestada en el mensaje que emite la humildad del pesebre.
Así también, mientras la realidad discurre por caminos que se alejan de los valores centrales, hasta los pensadores no cristianos advierten que las sociedades actuales corren el riesgo de vaciar la experiencia emocional y espiritual y debilitar la capacidad de comprensión, de compasión o de vinculación con el semejante. Por caso, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han insta, en uno de sus escritos, a recuperar el valor del “corazón” como espacio para la escucha, la empatía y la edificación de vínculos reales más allá de la comunicación digital, para reconectar con el otro, con su dolor, con su felicidad.
En el mismo sentido converge el papa Francisco, quien insistió en que “la verdadera grandeza del ser humano se manifiesta en la capacidad de salir de sí mismo para cuidar a los demás”, especialmente a los más débiles, subrayando que sin una cultura del encuentro no hay justicia social posible.
Por ello, bienvenida la Navidad. Porque, al menos por unas semanas, late una dimensión que no merece ser mercantilizada ni reducida a consignas: la del corazón humano, capaz de atravesar diferencias, reparar heridas y renovar compromisos. Resulta saludable que una celebración como la Navidad nos conmueva. No como una evasión momentánea, sino como una invitación al encuentro. Al reencuentro.
