La escuela entre las balas
Educar en medio del flagelo de la droga y la violencia. La Escuela Nº 526 "Paulo Freire", enclavada en barrio Acapuclco de Josefina, vive una cruda y compleja realidad.
Por Manuel Ruiz
Suena el timbre de las 18.15 y es hora de irse. Los chicas y chicas salen como si fuesen uno por la puerta y atraviesan la reja perimetral.
Afuera, del otro lado de la reja, son muchos los padres que los esperan. Es lunes por la tarde y tras varios días de presencia de gendarmes en barrio Acapulco de Josefina, en la Escuela de Educación Secundaria Orientada Nº 526 "Paulo Freire" se respira, se estudia, se camina con un poco más de tranquilidad.
Ubicada en la intersección de las calles 3 y 8, frente a la sede de la delegación comunal, nuclea a buena parte de los chicos del barrio en edad escolar.
Docentes consultadas por LA VOZ DE SAN JUSTO coinciden con los padres en que sí, la presencia de Gendarmería brindado la sensación de seguridad a un barrio que en el último mes, ha sido preso del "horror de las balas", en un escalada de violencia entre bandas antagónicas -que se disputan el negocio del narcomenudeo- como nunca antes habían vivenciado en este conglomerado urbano que también integra el barrio Veracruz.
Las balas, a la vuelta
El video se hizo viral. Se oían disparos, una vecina filmó escondida detrás de la persiana de su casa. En el cuadro, la fachada de una iglesia evangelista. ¡Plam plam plam! Más tiros. En la escena, entra un chico corriendo, parece un adolescente de 14 o 15 años. Corre, cruzando la esquina y cae. La mujer que filma grita: "¡Le dieron a uno, le dieron a uno!". El chico se levanta y sigue corriendo. Esa secuencia sucedió un viernes, a las 13, a una cuadra y media de la escuela.
No fue el único que le tocó vivir a la comunidad de la "Paulo Freire", pero es viernes muchos chicos llegaron llorando, escapándose del estruendo de la balacera. Muchos padres no mandaron a sus hijos al colegio ese día, invadidos por el miedo.
La escuela decidió suspender las clases y contener a los pocos que ya se encontraban dentro del aula.
Ana (36) es mamá de 3 niños. Espera a uno de ellos a la salida de la escuela. "El día del tiroteo, ese viernes, como varios papás yo no lo traje, se suspendieron las clases. Venís con miedo a traerlo, sinceramente, porque ¿quién te da la seguridad de que tu hijo esté jugando en el patio y no salga una bala perdida?... nadie se hace cargo de eso. A una de mis hijas, en otro tiroteo, le pasó una bala a medio metro. Ella estaba en la vereda jugando con sus juguetes y pasó la bala muy cerca. Mi marido alcanzó a manotearla no sé cómo. Los chicos a la escuela tienen que venir, pero cuando se arma algún lío, es mejor que no vengan. No venimos".
Vocación para enseñar y contener
Jorge (40) espera a uno de sus hijos a la salida de clases. La niña tiene 17 años y Jorge nunca la deja ir, ni volver solo. Sobre la presencia de Gendarmería en Acapulco, dice: "Se calmó mucho, hay un poco más de seguridad. Se nota como las motos dejaron de entrar y salir a cualquier hora. Era increíble el movimiento que había, imposible vivir así".
"Mi hija es consciente de lo que pasa, a veces le da miedo, pero vamos y venimos con ella. No la dejo venir sola", explica el padre.
Para las maestras y profesoras la tranquilidad es anhelo, es la última esperanza que se pierde. Pero también de lo que se duda. Se duda de que Gendarmería se quede el tiempo que se dice se quedará, y se duda si con Gendarmería, alcanza.
Para ellas es clave el trabajo de la escuela en este barrio. Es vital que docentes y padres se vinculen y trabajen juntos por los chicos. Porque se sabe que la educación no se consigue en un solo lado. Para ello se piensan alternativas y formas de contención distintas, de educación no formal, pero que sirvan para que los chicos tengan otro espacio de esparcimiento, de diversión, que se olviden del contexto barrial violento que los rodea.
Hay un taller de murga en camino, para que el único crepitar que retumbe incansable en Acalpuco sea el del bombo y que a través del baile se olviden los tiros y el miedo.
Educar en tiempos violentos requiere algo más que un programa avalado por un ministerio. Requiere coraje y amor por la docencia y entender que sin los chicos, no existe escuela. Y que la escuela, hoy en Acapulco, es más que una escuela.
Son pocos los padres que hay frente al colegio ahora. Ana me cuenta: "El otro día los gendarmes me pararon cuando entraba al barrio, cosa que me parece perfecto y me preguntaron si estaba todo tranquilo. Yo les contesté que sí, que ahora que estaban ellos estaba más tranquilo. Y se lo dije medio llorando porque mis hijos después de mucho tiempo pueden ir a jugar a la plaza. Es más, uno de mis hijos estaba conmigo en la moto y les dijo: 'Ahora que ustedes cuidan el barrio, puedo ir a jugar a la plaza'".
"Se siente la llegada de Gendarmería. Y pienso que no tendrían que irse, tendrían que instalar un destacamento aquí y quedarse, siempre. Es la única solución, la única forma de que nosotros podamos sentarnos en la vereda a tomar mates tranquilos como en cualquier barrio".