La escuela de rugby que creó un juez para reinsertar a los presos en San Francisco
Practican un deporte que quizá nuncahabían pensado alcanzar, al menos no en la cárcel, y los hace sentirse libres por un rato. Cómo es un día de entrenamiento en la UP7, el tercer penal de la provincia en tener un equipo de rugby.
En donde otros veían un descampado con restos de escombros de la última obra de ampliación del edificio de la Unidad Penitenciaria Nº 7, Pablo Montesi vio la posibilidad de cumplir con una idea que le venía merodeando en la cabeza desde que supo de la iniciativa de un colega, el abogado penalista Eduardo "Coco" Oderigo, ex jugador, entrenador e impulsor del proyecto espartano en el penal de San Martín, en la localidad bonaerense de José León Suárez.
"Hay que enseñarles a los presos a jugar al rugby", se propuso Montesi. En agosto de 2018 llegó desde Córdoba a San Francisco para ser juez federal, función que le allanó el camino para desandar su proyecto, que hasta ahí, era solo un pensamiento. Se lo presentó a las autoridades del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Córdoba y no les pareció descabellado, al contrario, lo avalaron, a sabiendas de que algo similar se venía replicado en varias cárceles argentinas con resultados positivos a la vista.
Luego, una charla más informal con funcionarios municipales alentó aún más la concreción de crear la primera escuela de rugby en la cárcel de nuestra ciudad. Por otra parte, la suscripción de un convenio entre el gobierno provincial, el servicio penitenciario y el San Francisco Rugby Club "Los Charabones".
En tanto, tener el "sí" de un amigo que le dio el rugby, el exjugador y entrenador Damián Fabio González, le dio al proyecto de Montesi el empujón final que faltaba. (Y esa es otra gran historia).
A un año de esos primeros pasos, la cárcel de San Francisco se convertirá en la tercera unidad penitenciaria de la provincia en tener un equipo de rugby y hasta una cancha con haches, inspirada en el proyecto que nació en 2009 en el penal de San Martín y luego se replicó en más de 40 establecimientos de todo el país, que reúne a unos 250 voluntarios. En Córdoba, el complejo de Bouwer fue pionero, le siguió Río Cuarto.
El equipo está, la ovalada, el entrenador y el espíritu, también. Solo falta una cancha más apta, pero estiman que esto no tardará, hay predisposición para colaborar con el acondicionamiento del predio posterior y contiguo al patio del establecimiento de avenida Savio, para transformarlo en un campo de juego, y aun cuando sus medidas no responden a las de una cancha profesional, será un buen comienzo.
"Profe, quiero taclear". Los internos de la UP 7 durante un entrenamiento
"El objetivo es lograr la inserción social de aquellas personas que están cumpliendo una condena por algún delito", afirma Montesi a LA VOZ DE SAN JUSTO, y se apoya en las estadísticas: "En cárceles de Buenos Aires, desde que introdujeron el rugby, el índice de reincidencia en el delito se desaceleró contundentemente: antes, el 60 % volvía a delinquir, hoy lo hace el 5 % de los que salen de este programa".
También "los informes sobre la conducta de los internos muestran signos alentadores" a partir de la experiencia.
La inactiva va más allá del sentido deportivo: "Con el tiempo este tipo de proyectos madura hacia la posibilidad de estudiar, de capacitarse en oficios y hasta una salida laboral, porque por ejemplo, en San Martín, los presos del equipo Espartanos salen con trabajos acordados con empresas importantes que firmaron acuerdos para apoyar su reinserción, como YPF o Banco Nación", acota el juez.
De hecho, "existe allí un pabellón de rugby, donde conviven con sus propias reglas y pautas".
"Hay que ayudar a estar personas a resociabilizarse; es un deber del Estado garantizarle el ejercicio de sus derechos, pero también es un deber de todos como sociedad", reclama Montesi.
Un programa positivo
"La sociedad tiene que tomar conciencia que es un programa positivo. Está demostrado que con mayor represión no se soluciona el problema de la inseguridad, no hay menos crímenes o menos robos, el tema pasa por educar, por contener, para que los que delinquen tengan otra idea de la vida".
En esa búsqueda, el rugby tiene muchas ventajas: "Es un deporte colectivo, que lo pueden jugar todos, tiene valores muy estrictos, como el respeto hacia el rival, hacia el árbitro, hacia la autoridad, a los compañeros, a los entrenadores", enumera Montesi como buen conocedor. Desde la adolescencia estuvo vinculado al Jockey Club en la docta, jugó unos 30 años y durante muchos, fue entrenador.
Confiesa que el ritual del tercer tiempo -atributo solo del rugby- cultiva "la fraternización y la formación de líderes positivos".
"Desde esta función -de juez- uno debe contribuir a la finalidad que tiene la privación de la libertad. No se trata solo de cumplir una pena, sino además, trabajar para la reinserción en la sociedad y para ello, hay que dales las herramienta, para que cuando salgan, sea una pena positiva".
El equipo entrena dos veces a la semana
"Los psicólogos y los psiquiatras dicen que la capacidad de aguante y tolerancia que tiene alguien que jugó al rugby, no la tiene nadie. No lo digo yo, lo dicen ellos", esclarece Montesi.
"El rugby generas cosas muy fuertes, vas a entrar a una cancha con una persona que se va a tirar de cabeza para que le pateen su cabeza y no la tuya -graficó-. Se viven cosas muy especiales y sobre todo si tuviste la suerte jugar a determinado nivel, con más preparación, más compromiso. Estás en un equipo de 15 que son uno".
Además, "siempre está la oportunidad de revancha, de saber que podés perder un partido, pero a la vuelta tendrás la revancha y para eso tenés que trabajar", continúa. Así, causa y efecto.
Todavía es un pedazo de baldío. Tiene escombros, está desnivelado y lo más parecido a las haches son las torres de control. Ahí, se construirá la primera cancha de rugby de la cárcel.
Monetsi se define como "un mero colaborador" en el proyecto, a veces presencia las clases en el penal. Insiste en dejar claro que haberlo impulsado fue "a título personal, no como juez", pero es inevitable finalizar la entrevista e irme de su despacho sin preguntarle si alguna vez, un interno lo miró como diciendo: "este viene a investigarnos", alguna de esas personas que se "engancharon" con el rugby por una iniciativa que nació de quien podría haberlos mandado a la cárcel. "Sucedió", recuerda tímido. Pasó, y dice que simplemente se saludaron, se entendía todo. Uno estaba allí porque así manda el Código Penal. El otro, porque entiende que la potestad de impartir justicia no se agota en un fallo condenatorio.
Un día de entrenamiento
"Corran y vuelvan, para allá, todos", empezó a los gritos el DT. La clase avanzó y el énfasis se mezclaba con un tono ya más afable: "Este ejercicio se llama toma de decisiones. Si corrí para adelante y me llevaron puesto..., todas las malas decisiones, como en la vida, tienen consecuencias", dijo Damián González, encargado de entrenar durante dos horas, miércoles y viernes, a unos 15 internos de la cárcel de nuestra ciudad; de enseñarles un deporte bruto que dejó de ser de elite para mutar a una actividad inclusiva y más popular a fuerza de valores como la solidaridad, el respeto y la superación. "Todos pueden jugar", es ley, afuera y también adentro.
"Buscamos a través del deporte que los internos puedan revincularse con la sociedad, porque nuestro propósito es lograr que las reglas del rugby sean también reglas de la vida", le dice González a LA VOZ DE SAN JUSTO.
Damián González viaja
800 kilómetros cada semana para entrenar a los internos
El rugby ocupó la mayoría de sus 49 años. Fue jugador del Jockey Club Córdoba y entrenador. Pasó por todas las divisiones, pero asegura que nunca como ahora estuvo tan cerca del sentido primario de este deporte cuya base son los valores; de su mejor versión. A él se lo inculcaron y él, lo transfirió a sus hijos; hoy hace lo propio con otros jóvenes a los que no conocía hasta junio pasado, cuando aceptó el desafío que le propuso Montesi, y comenzó el principio del fin de la vida tal como la percibía hasta entonces.
Era su primera vez en una cárcel, su primer entrenamiento con presos. Las conocía de las noticias, de la opinión pública. Se sacó todos los prejuicios y asumió el reto. La experiencia, afirma, no tardó en ser una aventura loca y gratificante: "No sabía con qué me iba a encontrar, qué me podían preguntar, si iban a prestar atención, a hacerme caso. Y me sorprendieron las ganas, el interés, el entusiasmo y la participación".
Es estricta la rutina de ejercicios
González calcula que por sus clases, en poco más de dos meses, pasaron alrededor de 80 internos, entre 18 y 23 años, del total de unos 300 alojados en el penal de mediana seguridad de avenida Gral. Savio. Todo un mérito.
Solo alguien que ama el rugby sabe por qué vale esfuerzo. Cada semana, Damián viaja en su auto unos 800 kilómetros desde la capital provincial hasta San Francisco para enseñar con su propia pedagogía a acatar reglas y para transmitir valores. Lo ilusiona que la iniciativa tenga un horizonte mucho más educativo: el deporte como incentivo para terminar los estudios o hacer talleres de oficio, aunque esa idea todavía está en suspenso.
"Hay que sacarle otra ventaja a esto, para ellos e, indirectamente, para toda la sociedad, ya que con educación y deporte, la reincidencia baja drásticamente", sostiene González.
El valor de pertenecer
¿Por qué en la cárcel? "¿Por qué no?", me responde este hombre grandote y gritón. "Quienes están presos están faltos de valores, no conocen el sentido de pertenencia, nunca pertenecieron a un grupo, entonces el rugby llega para ser más que algo nuevo; todo es nuevo".
"Es un deporte de contacto, de lucha, que forma líderes, es dinámico, y esos líderes cambian de acuerdo a cómo avanza el juego", describe el entrenador y cierra cada reflexión con un "¿me entendés?", pidiendo empatía.
Ya hay un equipo, la ovalada, el DT y el entusiasmo, falta la cancha con sus “H”
"Las reglas son bien claras, puede haber un golpe, un roce, pero sin mala intención", sigue con la explicación mientras reclusos de distintos pabellones continúan haciendo jugadas y familiarizándose con términos como drop, scrum o line out en un mismo espacio, improvisando una cancha de rugby, sin césped, sin tierra, sin haches y con los arcos de fútbol como deporte hegemónico.
C. M. tiene 22 años, está preso por una causa de drogas hace seis meses, confía que el rugby lo ayudará a "salir aprendiendo algo". Para S. V. la experiencia que nunca imaginó vivir a sus 19-porque confiesa que al deporte solo "lo tenía de oído"-, le permite "despejar la mente" en el encierro en el que está por robo.
"Los patios son otros ahora; el tiempo pasa más rápido y se siente bien", aporta F.M, que cayó ahí "de garrón".
"Hacer patio" se le dice en la jerga carcelaria a esa licencia que tienen tres veces a la semana, de pasar dos horas "libres" fuera del pabellón.
A lo mejor esto no es un matatiempo, sino una oportunidad. No pueden cambiar el pasado, pero sí torcer el futuro que pronosticaban para ellos mismos, de darse una serie de condiciones (reinserción laboral, un oficio o estudio) para no caer en el atajo anterior, y el rugby puede ser una puerta grande a esa salida.
El equipo de rugby de la prisión
"Cuando empezamos, para la mayoría era extraño, no conocían nada de rugby. La pelota es ovalada, eso ya era toda una novedad", cuenta González que busca "generarles expectativas".
"Además de la táctica, es importante fortalecer el temple", y eso trata de hacer con ellos.
"Al rugby lo inventaron los ingleses, que consideran que es escuela de vida. Es una disciplina en la que se avanza dando pases hacia atrás, ¿contradictorio no? Es un reflejo de la vida misma: a veces avanzás un paso y retrocedés dos", compara el DT. Sus novatos alumnos viven de segundas oportunidades, y en algunos casos, tropiezan más de dos veces con la misma piedra.
Tomar el desafío
"Cuando acepté la propuesta de Pablo, me surgieron un montón de preguntas. ¿Cómo soy con ellos? ¿Cómo iba a ser yo? Me dije que tenía que corregirlos y felicitarlos cuando lograran algo. Quizás ellos en su vida vieron muchas cosas que en realidad no eran como las veían, por algo están hoy acá. Entendí que tenía que ser como soy, mostrarme tal cual soy", se explaya González, que le pide a sus entrenados dos gestos: "compromiso y entusiasmo", si quieren seguir jugando, con el sueño de llegar a ser el primer equipo de rugby en la ciudad formado por presos, con nombre propio y camiseta, y competir en los interpenitenciarios, y más ambicioso, el anhelo de un amistoso con algún club de primera.
"Corridas, sudor, las arengas del “gordo”
"Hay que incentivarlos, son como chicos grandes que pasan del entusiasmo al desencanto, entonces hay que mantener su atención", explica el profe, que no es ningún improvisado, prepara las clases, no obstante, reconoce que a veces tiene que "inventar sobre la marcha", porque la respuesta no era la esperada, tal vez ese día, por alguna razón, estaban más desmotivados, o se sumaba "un nuevo" y había que darle tiempo a su integración.
"Si vos supieras la historia de estos pibes..." lanza Damián cuando alguien no comprende su entrega y dedicación a personas que cometieron un delito. Cuando escucha una frase como "que se pudran, estos tipos te ven afuera y te roban", el DT no anda con vueltas: "Hago esto para que no te roben".
"Esto me cambió la cabeza. El sistema no funciona como debería. Todas las cárceles deberían inculcar el deporte", se sincera.
Por suerte, Damián no tiene que lidiar con ese pensamiento discriminatorio en su familia: "Es muy grande lo que hacés viejo. Muchos, en tu lugar, se hubieran echado para atrás", cuenta que le dijo su hijo, también rugbier, antes de irse a jugar a España.
El tercer tiempo
Para los muchachos que están transpirando la remera y ya no dan más después de dos horas de entrenamiento duro que incluye lagartijas, sentadillas y carrera a toda velocidad -aunque un guardiacárcel me aclara que eso "no es nada" comparado a lo que exige la preparación policial-, el tercer tiempo será un oasis en el cemento.
Esta tradición distintiva del deporte oval cobra otra dimensión detrás de las rejas. Dos equipos, que durante 80 minutos lucharon sobre el campo, se juntan después del partido para compartir y socializar, bebiendo y comiendo. Ese viernes, tocó sándwiches. Si estás ahí, es más sencillo de entender de lo que uno cree. Y Damián no afloja hasta el último minuto, porque es de los que piensan que todos deberían tener un tercer tiempo en la vida.