Arquitectura
La Casa Parroquial: la obra sanfrancisqueña que llegó a Venecia
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El proyecto de los arquitectos Florencia Monti Bruno y Franco Morero, diseñado para el Cottolengo Don Orione, fue elegido para ser una de las obras argentinas en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2025.
En una parcela del Cottolengo Don Orione, en San Francisco, se levanta una construcción que combina serenidad, contemplación y pertenencia. Se trata del proyecto “La Casa Parroquial”, una obra proyectada por los arquitectos Florencia Monti Bruno y Franco Morero, pensada como vivienda para los párrocos que trabajan allí dentro.
Lo que comenzó como un encargo para una obra particular terminó convirtiéndose en una pieza arquitectónica reconocida a nivel internacional: su proyecto fue seleccionado por el equipo curatorial del pabellón argentino “Siestario” para formar parte de la 19ª Bienal de Arquitectura de Venecia, que se desarrolla desde mayo y continuará hasta el 23 de noviembre de 2025.
“El Cottolengo nos pidió una vivienda con varios dormitorios y un oratorio”, explican Monti y Morero en diálogo con LA VOZ DE SAN JUSTO. Pero detrás de ese pedido funcional, los arquitectos encontraron la oportunidad de explorar ideas más profundas sobre la arquitectura y su relación con el lugar. “La casa está inserta en un conjunto de construcciones preexistentes. Desde el inicio nos pareció importante que la obra dialogara con ese entorno, sin imponerse”, señalaron.
Una arquitectura de silencio y luz
La idea generadora fue construir un claustro: un espacio cerrado hacia el exterior y abierto hacia un patio interior, como lugar de encuentro. “Nos interesaba que todo lo que ocurriera en la casa —las actividades, los recorridos, la luz— se concentrara hacia ese patio central”, detalla Florencia.
Así, el proyecto configuró su identidad en torno a ese patio, una idea simple pero potente, donde este espacio genera un respiro frente al movimiento constante de esta comunidad religiosa.
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El proyecto se articula en tres alas que conforman los límites del patio interior. Un cuarto límite está constituido por un muro que separa el patio de una plaza seca de acceso, espacio de articulación con los demás edificios del conjunto.
El acceso principal se realiza a través del ala sur, donde se ubica una amplia sala abierta al norte, en la que transcurre buena parte de la vida social de los párrocos.
Las alas oeste y norte están configuradas por dos y tres dormitorios respectivamente, y en la intersección de ambas se sitúa la caja del oratorio, que sobresale del volumen fuertemente apaisado de la casa.
La materialidad acompaña esa búsqueda de sobriedad y de arquitectura local. Hormigón, ladrillo y tonos neutros conforman una paleta noble. “Usamos materiales de la zona, materiales honestos, atemporales. Queríamos una arquitectura silenciosa, que no haga ruido, que pueda confundirse con lo que ya existe”, dice Morero.
Esa decisión también responde a una premisa conceptual: que el edificio no tenga una fecha precisa. “Cuando te acercás a la casa, cuesta saber si fue construida hace cincuenta años o hace un mes. Esa ambigüedad nos interesaba mucho”, agregaron.
Uno de los mayores desafíos fue definir la implantación. El predio del Cottolengo abarca dos manzanas unidas, donde conviven edificaciones de distintas épocas. “La pregunta fue: ¿dónde colocar esta nueva casa en ese gran terreno?”, recordó Franco.
Después de analizar, los arquitectos eligieron ubicarla levemente apartada del resto, para darles a quienes ocupen esta casa parroquial un espacio de intimidad y descanso, separado de la rutina comunitaria. “Queríamos que pudieran desconectarse del trabajo diario y tener su propio ámbito de vida privada”, explica Florencia.
Entre los puntos clave del proyecto aparece el oratorio, un espacio voluminoso y blanco que devela su espacialidad abovedada a través de la luz. “Fue uno de los espacios más desafiantes”, reconocen. “Queríamos que el recorrido hasta llegar allí tuviera un tono casi ritual. Se avanza por un pasillo largo y uniforme, y de pronto se ingresa a un lugar que sorprende: un espacio blanco, de doble altura, con una bóveda y una entrada de luz cenital muy potente.”
La luz, dicen los arquitectos, es otro de los materiales fundamentales del proyecto. “La luz natural transforma el espacio a lo largo del día. No queríamos una iluminación artificial protagonista, sino una luz indirecta”, añade Monti.
Esa decisión convierte cada momento en una experiencia distinta: “Lo que parece un espacio monótono nunca lo es, porque la luz lo hace cambiar constantemente”, señala.
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Una obra de San Francisco que cruza fronteras
La Casa Parroquial traspasó las fronteras locales y fue elegida para integrar el pabellón argentino en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2025, uno de los eventos más relevantes del mundo en la disciplina. “Un día recibimos un mail de los curadores que nos decían que habían visto nuestra obra y querían incluirla en la muestra. No lo esperábamos. Fue una sorpresa enorme”, recuerda Florencia. “De San Francisco a Venecia es un salto inmenso. Nos dio mucho orgullo saber que una obra local iba a mostrarse en un escenario tan potente.”
El pabellón argentino de esta edición de la Bienal, titulado “Siestario”, es una instalación del colectivo Cooperativa de Rosario, integrado por los arquitectos Juan Manuel Pachué y Marco Zampieron.
La propuesta transforma una silobolsa en un espacio de descanso colectivo, invitando a los visitantes a pausar y reflexionar sobre el ritmo de la vida moderna y el simbolismo del campo argentino. “Es una experiencia inmersiva que evoca la llanura, el sonido de los pájaros, el horizonte”, dice Morero.
En ese entorno, las obras seleccionadas —entre ellas la Casa Parroquial— se proyectan como parte de un paisaje onírico. “En esa siesta colectiva aparecen imágenes, sonidos, arquitectura. Es muy poético”, agrega Monti.
La participación en la Bienal tiene para ellos un valor simbólico que va más allá del reconocimiento. “Nos hace pensar en la condición periférica. Nosotros siempre decimos que somos la periferia de la periferia, y sin embargo una obra hecha en San Francisco hoy puede ser vista por cualquier persona del mundo”, reflexiona Franco.
Esa posibilidad, afirma, cambia la percepción de lo que significa proyectar desde un lugar pequeño. “Somos locales y globales a la vez. Estamos acá, pero también allá. Es el fenómeno de este tiempo.”
Además, los arquitectos señalaron que “la invitación a Venecia fue un aval. Nos dio la sensación de que estamos transitando un camino correcto en la disciplina. Porque, más allá de lo que uno cuenta, lo que realmente queda es lo construido en una profesión: la experiencia de habitar un espacio.”
Los dos arquitectos visitaron la muestra en Venecia y se sorprendieron por la magnitud del evento. “Nunca había ido a la Bienal y fue impresionante ver cómo cada país muestra su mirada sobre la arquitectura. Es una oportunidad única para aprender y para sentirse parte de una conversación global”, cuenta Monti.
La Casa Parroquial sintetiza esa búsqueda de equilibrio entre contexto, memoria y modernidad. Un proyecto que se apoya en la historia del lugar, pero que logra trascenderla con su arquitectura. “Queríamos hacer algo fuera de lo común”, resume Monti. “Y a veces lo más extraordinario está en lo simple: un patio, una pared blanca, un rayo de luz que entra desde el cielo”.