Análisis
La bomba atómica y la paz mundial ocho décadas después
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El próximo 6 de agosto se cumplirán 80 años del inicio de la era nuclear en el planeta. Desde aquel asombro inicial hasta los desafíos de la actualidad para que la vigencia de una paz justa y duradera.
“Fue empleada por primera vez el arma más terrible creada hasta hoy: la bomba atómica”. El título de LA VOZ DE SAN JUSTO en la edición del 8 de agosto de 1945 no reunía las características que en la jerga periodística se califican como “catástrofe”.
Ocho décadas después, el subtítulo de la referida nota permite tomar nota del desconocimiento que se tenía por ese entonces sobre las consecuencias de las primeras explosiones nucleares. La primera plana de este diario hablaba de un informe sobre este “sensacional descubrimiento” elaborado por el ex primer ministro británico, Winston Churchill y difundido por su sucesor, Clement Attle. Y en una columna, con tipografía menor, se hacía referencia al ataque a Hiroshima: “Truman informó de un ataque de ensayo a Japón”.
El próximo 6 de agosto se cumplirán 80 años de un episodio que dividió la historia: determinó el comienzo del final de la Segunda Guerra Mundial y abrió las puertas al inicio de la era nuclear signada por la tensión y numerosos interrogantes en todos los frentes que todavía siguen vigentes.
El desarrollo de la bomba atómica fue resultado de años de investigación científica y avances tecnológicos, muchos de ellos impulsados por la Segunda Guerra Mundial y la urgencia aliada de obtener una ventaja estratégica sobre las potencias del Eje. El denominado Proyecto Manhattan, desarrollado principalmente en Estados Unidos con la colaboración de científicos británicos y canadienses, reunió a figuras de renombre internacional, como Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y Niels Bohr.
El temor a que la Alemania nazi lograra la fisión nuclear primero aceleró el trabajo de quienes participaron en el proyecto. La bomba empleaba la fisión de átomos de uranio y plutonio, liberando una enorme cantidad de energía en fracciones de segundo. La prueba Trinity, realizada a las 05:29 horas del 16 de julio de 1945, demostró que la devastación potencial de las armas nucleares iba mucho más allá de cualquier arsenal conocido hasta ese momento.
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Aquella primera prueba de la bomba atómica fue “un espectáculo terrorífico”. Hollywood lo retrató hace poco con el filme Oppenheimer. Y la prensa norteamericana rememoró el acontecimiento. La revista Time publicó una reseña de aquella experiencia escenificada en un remoto y árido paisaje de Nuevo México. “Ahora somos unos auténticos hijos de puta”, dijo, o más bien gritó, el físico Kenneth Bainbridge, director científico de la prueba Trinity, cuando todavía no se habían apagado los ecos de la explosión, la mayor provocada deliberadamente por el hombre sobre la faz de la Tierra hasta ese momento. A su jefe, el también físico Robert Oppenheimer, responsable del ultrasecreto Proyecto Manhattan se le ocurrió otra frase, una que había leído en el Bhagavad Gita, el texto sagrado hinduista: “Me he convertido en muerte, el destructor de mundos”. Más tarde reconocería que las palabras de Bainbridge eran mucho más apropiadas que las suyas”.
Hiroshima y Nagasaki
La agencia Saporiti difundió la noticia que apareció en LA VOZ DE SAN JUSTO luego del bombardeo de Hiroshima. “La primera bomba atómica empleada en acción de guerra hasta la fecha fue arrojada por un avión norteamericano sobre la gran base naval japonesa de Hiroshima al oeste de Kobe. Se produjo una tremenda explosión que causó completa desolación en una zona de muchos kilómetros cuadrados y enormes e impenetrables columnas de fuego, polvo y humo oscurecieron todo el paisaje”.
Tres días después, la ciudad japonesa de Nagasaki vivió el mismo espanto: “Oficialmente se informó que ha sido arrojada una segunda bomba atómica contra el territorio metropolitano japonés. Esta vez, la ciudad elegida para su destrucción fue la importante base japonesa de Nagasaki. El general Spartz, jefe de la aviación estratégica norteamericana, ha informado que la bomba ha sido lanzada a mediodía del jueves (hora japonesa) y sus resultados serán mantenidos en reserva hasta que se conozcan por observaciones directas que deben realizar aviones de reconocimiento”.
La historia posterior es conocida. El drama humano grafica el espanto: más de 70 mil muertos en Hiroshima y 40 mil en Nagasaki, casi 200 mil personas con heridas y secuelas que determinaron luego su fallecimiento. Las consecuencias políticas: Japón aceptó los términos de la rendición y el 14 de agosto de 1945 la guerra finalizaba.
La hemeroteca de este diario guarda el registro de aquellas históricas y dramáticas jornadas, así como la mirada analítica sobre el momento que vivió la humanidad en ese tiempo. La nota editorial del 15 de agosto de 1945 señalaba: “El imperio japonés se vio enfrentado en los últimos días a dos hechos nuevos que tuvieron carácter decisivo: el empleo de la bomba atómica descubrimiento que inicia una nueva era en la historia humana”.
Agrega la nota: “Asistimos así al epílogo de otra aventura bélica que, como la que consumó la ruina de Europa entera, solo pudo ser posible merced a la esclavitud de pueblos sacrificados a ellas, en aras de una desmesurada ambición de predominio que los lanzó como una fuerza de muerte y destrucción contra otros pueblos”.
Y finaliza: “La aurora de la paz se levanta sobre una humanidad que, aún no liberada de los tremendos padecimientos de la guerra, debe enfrentar los candentes problemas que le plantea el cese de hostilidades. El de la reconstrucción de los países devastados no es quizás el más grave, como no lo es tampoco el de la estructuración de nuevas concepciones políticas y sociales en reemplazo de que aquellas cuya caducidad ha sido decretada por el rigor de los acontecimientos. Porque lo que el mundo necesita urgentemente es, más que la reconstrucción material, una reconstrucción moral que garantice el imperio de la ley, la justicia y el orden sobre la amplia base de la felicidad y el bienestar de los pueblos. Saludemos el advenimiento de la paz, pero al mismo tiempo, hagamos votos para que el tremendo sacrificio no haya sido inútil”.
A 80 años del más destructor bombardeo de la historia, los conceptos del párrafo anterior resuenan todavía con una vigencia inusitada.