Brinkmann
Julio y Catalina… nuestros pioneros: parte ll
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Dando continuidad a este trabajo del archivo histórico municipal, nos ocuparemos de catalina moreno montes de oca, esposa de Julio Brinkmann y su fecunda vida consagrada a la ayuda de los más necesitados, especialmente a niñas y jóvenes, como así también la profunda huella dejada en la ciudad.
Hilarión María Moreno Arandía, y Dominga Ramona Montes de Oca y Montes de Oca fueron los padres de Catalina. Hilarión era periodista y educador (estudió en el Colegio de Ciencias Morales) y tenía una interesante vida política y social. A raíz de las notorias diferencias políticas con el entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, el matrimonio debió emigrar primero a Perú y luego a Chile, donde se relacionaron con otros exiliados, entre ellos Domingo Faustino Sarmiento y el general Juan Gregorio de Las Heras. En este vecino país nació Catalina en 1849. Fue la tercera de la prole de Hilarión y Dominga y segunda mujer de la familia.
La “primera dama” brinkmanense, tuvo participación en los más altos círculos sociales e institucionales porteños. Una característica significativa en su personalidad fue el hecho de colaborar desinteresadamente en la conformación de sociedades de caridad, beneficencia y religión, como la Sociedad Escuelas y Patronatos, la Sociedad “Santa Marta”, la Conferencia Vicentina de la Parroquia del Pilar, el Consejo Nacional de Mujeres y de la Sociedad “Madres Argentinas”. Ocasionales compañeras de trabajo en el Consejo Nacional de Mujeres fueron la Dra. Cecilia Grierson, primera médica argentina; la Dra. Julieta Lanteri, primera sufragista argentina, en 1911, Rosario Vera Peñaloza, Dolores Lavalle de Lavalle (la hija menor del general Juan Galo Lavalle) y otras distinguidas damas de la alta aristocracia porteña.
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El Consejo Nacional de Mujeres, en sus objetivos, proponía establecer lazos de unión entre todas las mujeres del mundo y modificar prejuicios, tratando de mejorar la situación social de muchas de ellas. Principalmente planteaba la equiparación de derechos y la “elevación del nivel moral e intelectual de la mujer”, trabajando desinteresadamente para impulsar políticas públicas en materia de educación, salud, y cultura, tendientes a la protección y superación del sexo femenino.
Una mujer porteña con vida social y cultura
También participó Catalina en la fundación de la Cruz Roja Argentina, junto a su amiga, Dolores Lavalle de Lavalle. Fue socia fundadora de la Biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres (29 de agosto de 1905); ex vice presidenta primera de la Asociación Escuelas y Patronatos y al momento de fallecer era vocal consejera del Consejo Nacional de Mujeres; Presidenta Honoraria de la Oficina de Informaciones de dicho Consejo; vocal de la Biblioteca del mismo y de la Liga de Templanza.
La Sociedad “Santa Marta” – Escuela Profesional de Mujeres -, fundada el 6 de junio de 1895 con el propósito de dar a las jóvenes pobres una educación más práctica y de mayor utilidad que la que se recibe en las escuelas del estado, tuvo por principal fin el establecimiento de escuelas profesionales a imitación de las existentes en Europa y Estados Unidos, donde cada escuela del Estado tiene anexa una profesional que están en el deber de cursar por un año las alumnas del 6° grado sea la condición social del que provengan. Catalina presidió esta entidad que fuera una de las instituciones impulsoras del Consejo Nacional de Mujeres al cual se incorporó el 25 de septiembre de 1900. Los principales objetivos de ésta Sociedad eran: Otorgar a las niñas puestas bajo su protección, la enseñanza de un oficio o profesión adecuada; la indispensable instrucción religiosa y moral, estimulando así al trabajo y al cumplimiento de sus deberes con relación a la sociedad, a sus familias y a ellas mismas. Poseía estos talleres: cocina, lavado a nuevo y planchado, confección de vestidos de señoras y niñas, costura y bordado en blanco, corsetería, zurcido y compostura de ropas y encajes, peinados, confección de sombreros y gorras, enseñanza de mucamas, dibujo y pintura. Se instala también una clase elemental, donde se enseña hasta el tercer grado inclusive, del programa del Consejo de Educación. La clase de religión era dictada por un sacerdote competente. El término medio de asistencias de niñas a la escuela era de 150 alumnas mensualmente. Decía Catalina aquel 25 de abril de 1901 en la presentación de la Sociedad “Santa Marta” ante el Consejo Nacional de Mujeres: “La Sociedad continúa su labor caritativa, en la confianza de que, dados sus humanitarios fines, encontrará siempre la cooperación de los poderes públicos y de las familias, y persistirá en su laudable empeño en hacer comprender a las niñas desvalidas que el trabajo es virtud y honra, por modesta sea la esfera en que se practica”.
Catalina, en palabra de su bisnieta
Consultada sobre ella, su bisnieta Cristina Bettina Piñeiro Sorondo, manifiesta que, según su madre, Catalina era una señora, prudente, buena y responsable. Le disgustaba oír críticas malas sobre otras personas, rechazaba chismes y solía levantarse de la mesa durante esos largos almuerzos, cuando la conversación giraba respecto al ensañamiento de alguno. De profunda fe cristiana, colaboró en Buenos Aires al igual que en Brinkmann, con obras de caridad como era usual en su época entre las personas de bien, sin diferenciar estratos sociales, principalmente con niñas y jóvenes como así también con los nativos y colonos inmigrantes que empezaban a poblar estas tierras con quienes tuvo un trato siempre cordial y protector. Toda vez que recalaba en esta tierra traía prendas de vestir, telas y otros obsequios que entregaba desinteresadamente.
Catalina, apagó su vida, tras una breve enfermedad, el jueves 19 de diciembre de 1929. Tenía 80 años. Su último domicilio fue Juncal 2552. El servicio fúnebre fue prestado por “Casa Mirás” y había previsto no se le enviaran coronas ni arreglos florales. La despidieron sus hijos, hijos políticos, nietos, bisnietos y una nutrida concurrencia compuesta por sus vastas amistades obtenidas en su intachable trayectoria e incansable trabajo para mejorar la calidad de vida de quienes más lo necesitaban. Previo a la sepultura en el cementerio del Norte (hoy Recoleta), el día posterior a su muerte, se ofició una misa de cuerpo presente a las 11 horas en la iglesia San Agustín.
Los avisos necrológicos del diario La Nación de aquel triste día señalaban lo siguiente: “Esta tarde ha fallecido la señora Catalina Moreno de Brinkmann, distinguida dama perteneciente a una familia tradicional de nuestra sociedad y extensamente vinculada. Por sus cualidades y virtudes se ha hecho acreedora de múltiples simpatías que despertó en su destacada actuación en el gran mundo porteño, donde en razón de su origen y por su cultura e inteligencia había conquistado un puesto de honor. Alternó la señora de Brinkmann el cuidado de su hogar, que formó bajo los principios de sus austeras virtudes y fe cristiana, con los deberes que sus convicciones le llevaron a cumplir para con sus semejantes. Los antecedentes mencionados son causas más que suficientes para que esta pérdida provoque unánime sentimiento de pesar, manifestada de forma elocuente en el sepelio de sus restos”. Sin ella saberlo, a partir de ese día, comenzaría una historia que se convertirá en legendaria y anhelamos que sus acciones puedan ser transmitidas de generación en generación, y sea un relato admirado y siempre recordado.