Sociedad
Julio y Catalina….nuestros pioneros: parte 1

“Al lado de un gran hombre, encontramos a una gran mujer”. Con la alteración de una remanida frase, intentamos representar el legado que nuestro fundador y su esposa sembraron en Brinkmann y hoy nos honra reconocerlo.
Todo propósito de reseñar con exactitud acontecimientos sucedidos tiempo atrás, sin depender del lapso transcurrido, resulta un trabajo casi imposible. Sin embargo, desde el Archivo Histórico de la Municipalidad de Brinkmann creemos necesario cumplir con el deber de plasmar en este artículo, aunque brevemente, los principales aspectos de la vida del fundador de Brinkmann y su señora esposa que dejaron su impronta en nuestra sociedad y por supuesto, en la historia centenaria de esta ciudad.
Julio. El fundador
El martes 4 de junio de 1839, en Mengede, (Dortmund), un pequeño distrito ubicado en el noroeste de Alemania, nacía Abraham Julius Brinkmann Wilminck – hijo de Johann Heinrich y de Arnolde Johanne. Hermann Josef Bausch que en forma de libro recopiló la historia de la familia Brinkmann, señala que este matrimonio fue numeroso en niños ya que tuvieron un total de nueve; cinco niñas y cuatro niños, los cuales nacieron entre 1831 y 1845. Julio era el sexto hijo de la pareja y los padrinos fueron respetados comerciantes de Dortmund, lo que sugiere que el padre tenía una buena reputación entre sus colegas comerciantes. El bautismo de Abraham Julius tuvo lugar el 16 de julio de 1839 en la iglesia protestante reformada de Santa María (Marienkirche) en Dortmund. Luego de la muerte temprana de su padre en 1848, su madre Arnolda tomó el control de la posada familiar que disponían, cerca de las instalaciones de la estación Dortmund y continuó administrándola por los próximos veinte años. El Hotel Brinkmann inicialmente de aquella ciudad alemana, ofreció alojamiento nocturno a muchos trabajadores de la red ferroviaria y fue utilizado para diversos eventos sociales.
Continúa señalando Bausch que, en 1861, el joven Julio Brinkmann de Dortmund viajó por primera vez a Sudamérica, más precisamente, a la Argentina. Desafortunadamente, su motivación para emigrar y su destino no es conocida. Evidentemente, no estaba necesariamente en la categoría de ‘emigración por pobreza’, pero era más probable que se hubiera guiado por sus intereses profesionales y empresariales; había recibido una formación comercial y convertido en dependiente de comercio. También fue entrenado por la Comisión de Sustitución del Departamento como militar en 1859, cuando tenía 20 años de edad, pero fue encontrado para siempre incapaz para el servicio de campo debido a una enfermedad: “adenopatía”.
Ya en nuestro país, Julio se puso rápidamente en contacto con otros comerciantes alemanes, especialmente con su compatriota Teodoro de Bary, que también era protestante y había recibido un entrenamiento en París en la firma alemana-argentina de importación-exportación Bemberg, la cual jugó un papel muy importante en el desarrollo de la temprana industria argentina. Otra amistad conseguida fue la de Ernesto Tornquist, empresario argentino que, entre sus muchos legados, fundó el Banco Tornquist y el partido y la ciudad homónimos, ubicados ambos en la provincia de Buenos Aires.
A los 26 años y con el oficio de contable llegó a la Argentina para brindar su oficio, su capacidad y experiencia obtenida en los más selectos circuitos financieros y sociales de su país natal. Un dato curioso: cuando ingresó a la Argentina cambió su nombre por el de Guillermo Julio. Luego de una breve estadía en Buenos Aires, se dirige a Rosario donde dio vida a una casa de ramos generales. Posteriormente retornó a la capital de nuestro país para ampliar sus actividades comerciales. Intuimos que, dado sus contactos con la elite porteña, toma conocimiento que por esta zona de la pampa húmeda era inminente la llegada del ferrocarril. Prestamente, adquirió en 1887, 21.000 hectáreas de los hermanos Milessi, zona ésta donde germinaría la ciudad que hoy habitamos. A su requerimiento, la estación férrea llevaría su nombre y posteriormente, la población que comenzaba a gestarse.
También, fruto de sus relaciones en las tertulias con lo más selecto de la sociedad capitalina, conoció a una joven con la cual formalizó matrimonio en la iglesia Nuestra Señora del Socorro en el barrio de Retiro. El cura rector era el padre Pedro de San Pedro. La familia en cuestión era los Moreno Montes de Oca que en ese tiempo se domiciliaban en la calle Esmeralda 357, pleno centro porteño y a metros del Obelisco, construido 66 años después. El nombre de la dama que a los 19 años se desposaba con Julio, el 31 de diciembre de 1869, era Catalina Moreno Montes de Oca. A partir de ese día pasó a tener el apellido de su cónyuge y así se la conocería por estas tierras: Catalina Brinkmann. El que profesaba la religión evangélica reformada, se casó en el rito católico y sus hijos fueron criados posteriormente en esta fe. Se dice que Julio Brinkmann era muy disciplinado con la educación de sus hijos, sobre todo en los horarios que cumplir, en los deberes comprometidos y en el respeto a los demás, todo esto acompañado por su mujer.
De su matrimonio con Catalina nacieron Ana María, Catalina Julia, Enrique, Arnolda, Adriana, María Julia, Elsa Lía y Lucía Elfriede. Catalina había estado embarazada durante la epidemia de fiebre amarilla en la primavera de 1871 – sobrevivió a la misma - y su primera hija, Ana (1871–1936), nació en agosto de 1871. Otra de sus hijas, Arnolda, contrajo matrimonio con Belisario Roldán, político, abogado, autor teatral, periodista y orador reconocido por un estilo propio. Tuvieron solo un hijo: Belisario Julio “Belisarito”. Su estancia aquí, en aquellos largos veranos, se concretaba en la casa por el construida para que la familia descansara hasta retomar sus labores al comienzo del otoño. Cuentan algunos memoriosos, que tuvieron oportunidad de ver en algunas habitaciones, los poemas escritos en las paredes, por Belisario a Arnolda, su “musa de los trigales”.
El pasado 30 de junio se conmemoraron los 130 años del fallecimiento de Julio Brinkmann ocurrido en 1895. Tenía 56 años, tras padecer “nefritis intestinal”. Sólo había envejecido unos años más que su padre.
FIRMA Archivo Histórico Municipal de Brinkmann