Sociedad
Juan y el arte del bonsái: “Estás plasmando el mundo en una maceta”

Desde hace más de tres décadas, Juan Videla cultiva una pasión que combina técnica, paciencia y filosofía. El bonsái se convirtió en su forma de vida y en un arte que transmite desde San Francisco.
El vínculo de Juan Videla con el arte del bonsái comenzó hace más de tres décadas, impulsado por la curiosidad y la admiración por una técnica milenaria que, con el tiempo, transformaría en una verdadera pasión. “Empecé allá por el año 1988, viendo lo que hacían los japoneses con estas plantas. Me llamaba la atención, lo intenté y, por supuesto, al principio todo me salía mal”, comentó a LA VOZ DE SAN JUSTO.
Durante años, Juan alternó su interés por las plantas con otra de sus grandes aficiones: las motos de competición. Sin embargo, en 2004 tomó una decisión que marcaría un giro en su vida. “Dije ‘basta de la competencia, quiero algo más tranquilo’. Tenía todavía algunas plantas que habían sobrevivido y muchos datos que había juntado. Así fue que empecé a meterme de lleno en el mundo del bonsái”, señaló.
Ese mismo año se incorporó a una asociación local dedicada a esta práctica. Allí encontró el espacio ideal para formarse, intercambiar conocimientos y descubrir en profundidad la complejidad y belleza de este arte. Hoy, es el presidente de esa asociación y referente en la región.

Aunque muchas veces se asocia al bonsái con Japón, Juan aclara que sus orígenes se remontan a la India. “Desde allí pasó a China y luego llegó a Japón, donde se perfeccionó y se volvió más complejo, como todo lo que hacen ellos. Se establecieron reglas, estilos y una estética que aún seguimos”, explicó.
En su opinión, lo que hace particularmente difícil al bonsái es que se trabaja con seres vivos. “Es el único arte en el mundo donde se moldea algo que está vivo. Si cometés un error, la planta se seca y la perdés. Y a veces, esa planta puede tener 30, 40 o hasta 100 años de historia”, advierte.
Además, están las exigencias propias de la técnica: respetar los estilos tradicionales, trabajar la forma, adecuar cada ejemplar a un modelo natural. “Hoy, el ojo humano necesita ver cosas nuevas, distintas, más llamativas. Un bonsái de hace mil años probablemente no llamaría la atención hoy. Por eso, cada vez se requiere más aprendizaje”, afirmó.

Juan tiene una frase que le gusta repetir cuando habla de este arte: “El mundo en una maceta”. Es una enseñanza que le dejó su maestro español y que resume, en pocas palabras, la filosofía detrás del bonsái. “Estás plasmando algo que representa al mundo, dentro de una maceta. Algo que impacte, que transmita algo a quien lo vea”, destacó.
Esa mirada es la que intenta transmitir desde la Asociación de Bonsái, que funciona actualmente en el Centro Cultural de San Francisco, todos los sábados por la tarde. “Ya no damos cursos como antes. Hoy se trabaja en talleres, de forma colectiva, con personas que vienen aprendiendo hace años”, explicó.
El desafío de cuidar un bonsái
Uno de los errores más comunes que detecta entre quienes se inician en esta práctica tiene que ver con el cuidado diario. “La gente piensa que es como una planta de interior, algo decorativo. Pero no: el bonsái es un árbol, y como tal, necesita estar al aire libre, recibir sol, viento, frío. No puede vivir encerrado”, señaló.
El riego también es un punto clave. “No se trata de inundarlo ni de regarlo todo el tiempo. Hay que saber cómo, cuándo y con qué agua. Si te vas de vacaciones, tenés que dejarlo con alguien que sepa regar un bonsái. Yo, por ejemplo, le enseñé a una señora cómo hacerlo, qué planta necesita qué tipo de cuidado. No todas se riegan igual”, advirtió.

Otro aspecto fundamental es la nutrición: el bonsaísta debe conocer los fertilizantes adecuados y cómo aplicarlos. “Es como una mascota. Tenés que alimentarla, protegerla de enfermedades, saber qué necesita en cada estación del año. No es solo ponerla en una maceta y mirarla”, dice.
Para Juan, trabajar con bonsáis no es solo un pasatiempo, sino una forma de estar presente, de conectarse con el aquí y ahora. “Cuando estás con una planta, te olvidás de todo lo que pasa alrededor. Es un momento de concentración, de calma. Y eso es algo que hoy se valora mucho”, reflexionó.
“Cada planta es distinta. Cada una tiene su historia y su tiempo. Pero cuando lográs darle forma y transmitir algo a través de ella, te das cuenta de por qué vale la pena todo el esfuerzo”, concluyó.