Isabel II: el final de una era
La desaparición física de una figura central del poder en Occidente ya desencadena repercusiones y consecuencias que agitarán la vida interna de aquel país con el que la Argentina tiene lazos y diferencias.
Es posible que la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra suscite reacciones contradictorias, especialmente en nuestro país. La historia imperial británica, en la que se enmarca la obstinada persistencia de su incólume posición cerrada a negociar por la soberanía de las islas Malvinas, quizás determine que, en la Argentina, una vez más, haya posturas extremas respecto de su figura y de lo que significó su extenso reinado que se extendió por más de 7 décadas.
No obstante, este último aspecto hace posible comprender que la fallecida monarca ha sido una protagonista principal del caótico siglo XX y también de los inicios, no menos tumultuosos del XXI. Isabel estuvo en el trono más tiempo que cualquier otro monarca en la historia británica y por un margen considerable. Debió sortear tempestades difíciles, aceptar que la geopolítica mundial fue determinando la separación de las colonias que le habían dado a Gran Bretaña la condición de imperio. Vivió junto con sus compatriotas la Segunda Guerra Mundial, en tiempos en los que los miembros de las casas reales europeas se exiliaban ante el avance del régimen nazi. Lidió con las turbulencias de la política interna y también con las de su propia familia. Reinó cuando su país se unió a la Comunidad Europea y también cuando el Brexit se concretó.
Son estos algunos pocos ejemplos que permiten entender el impacto mundial de la noticia de su fallecimiento, más allá de las valoraciones personales o grupales que se hagan sobre su figura o acerca de las posturas de su país en las principales temáticas mundiales. Es que la monarquía británica tiene una conformación especial. Si bien no gobierna, es la cabeza de una iglesia establecida, la política debe rendirle cuentas y pedirle permiso para formar gobiernos y tiene la potestad de convocar o disolver el parlamento, entre otras atribuciones.
Pero, fundamentalmente, a lo largo de estas 7 décadas, fue la referencia común en un sistema que parece atemporal, pero que debió adaptarse a los distintos momentos históricos. El diario The Independent editorializó al respecto: "Durante todas las amargas divisiones sociales -a lo largo de encuentros con el terrorismo, amenazas políticas al Reino Unido, alegrías y traumas familiares, buenas y malas rachas- la reina Isabel II ha sido un símbolo de unidad y continuidad".
Al mismo tiempo, el columnista Martin Kettle, en The Guardian, advirtió que "con la muerte en Balmoral de la reina Isabel II, una nación preparada, pero sin embargo conmocionada se encuentra en tal momento, y es importante que nuestra política convulsa y nuestra sociedad civil herida lo enfrenten con la mayor calma y sensatez posibles, porque este evento resonará política y constitucionalmente en los próximos años".
En este contexto, se da por hecho que comienza una nueva era. Que la desaparición física de una figura central del poder en Occidente desencadenará repercusiones y consecuencias que, primero, agitarán la vida interna de aquel país con el que la Argentina tiene lazos y diferencias. Los herederos quizás no podrán replicar con tanta presteza aquella fuerza unificadora de una nación. Por lo que puede estimarse que la sucesión dinástica es una de las mayores pruebas a las que se enfrentará la Gran Bretaña de estos tiempos, con las derivaciones internacionales que puedan producirse en el futuro cercano.