Análisis
Hace falta un Bilardo
La semana deparó episodios que remiten a una anécdota futbolera. Los protagonistas de la política nacional se prestan la pelota, quedan en offside, no capitalizan sus acciones en el campo. Las discusiones por la inseguridad en el Conurbano, las repercusiones de la Asamblea Legislativa y el, por ahora, frustrado pase del juez Lijo a la Corte son instancias de un partido de final incierto.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Mundial de 1990. Estadio Delle Alpi, en Turín, capital del Piamonte italiano. Final del primer tiempo. En el vestuario de la selección argentina reinaba un silencio absoluto. Literalmente, el equipo había sufrido un baile histórico frente a Brasil. Era casi un milagro no haber recibido goles. Durante todo el entretiempo, nadie habló. Cuando los jugadores se disponían a volver al campo, el director técnico, Carlos Bilardo, pronunció una frase legendaria: “Si se la siguen dando a los de amarillo, vamos a perder”.
La sentencia bien podría aplicarse a la política nacional. La gran mayoría de sus protagonistas —actuales y pasados— llevan puesta la camiseta celeste y blanca. Sin embargo, una y otra vez, terminan entregando la pelota al adversario.
Mientras se agiganta el peloteo contra el arco propio que significó el escándalo de la falsa criptomoneda (Milei y su hermana acumulan ya 11 denuncias en su contra solo en los tribunales federales, al tiempo que en Estados Unidos se sustancian un par de causas más y a diario aparecen novedades ingratas para los protagonistas), una serie de ruidosos episodios ha puesto en jaque a una línea defensiva que, hasta hace poco, parecía inexpugnable gracias a la reducción de la inflación, las desregulaciones y el superávit fiscal.
En ese contexto, el explosivo carácter presidencial reavivó la batalla contra el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, por el grave problema de la inseguridad. Bastó un tuit con una mención exagerada a la intervención federal —una medida contemplada en la Constitución Nacional pero que no se aplica desde 2004— para encender la polémica. Fue una distracción en medio del fuego cruzado por el criptoescándalo, pero terminó siendo un pase al rival, que, envuelto en un flamante espíritu republicano, se rasgó las vestiduras ante la posibilidad de intervención. Exégetas de Cristina Kirchner y su nuevo latiguillo (“che Milei”), convenientemente, olvidaron que el último presidente en aplicarla fue Néstor Kirchner y que los gobiernos Juan Perón, Isabel Perón y Carlos Menem recurrieron a esta herramienta con frecuencia, en muchos casos, solo para “ordenar” las líneas.
La Asamblea Legislativa fue otro sector del campo en el que se visualizaron las estrategias de oficialismo y oposición para dominar el control del juego político. Pero las tácticas fueron tan viejas como desgastadas: el kirchnerismo ausente (lo que contradice sus proclamas en favor de la institucionalidad), un diputado montando un acting para ganar protagonismo —y vaya si lo logró—, gradas repletas de fervorosos militantes aplaudiendo un discurso de autocelebración con el estilo particular de su emisor. Como agregado, una preocupante restricción a la prensa para intentar mostrar solo lo que se considera favorable. Nada nuevo.
Más aún, mientras los mercados reaccionaban positivamente al único anuncio concreto del discurso presidencial —el envío al Congreso del inminente acuerdo con el FMI—, el gobierno volvió a ceder la pelota. El responsable fue quien se autoproclama el creativo del equipo: Santiago Caputo y su séquito de youtubers regalaron otro contraataque con su desmedida y polémica reacción ante el brillante médico pero anodino diputado Facundo Manes.
Asimismo, el desembarco de Ariel Lijo en la Corte Suprema fue anulado por el VAR institucional en el momento en el que el juez federal se aprestaba a definir. Sorpresa en las gradas oficialistas: no se esperaba el voto negativo del pedido de licencia. Mucho menos que en esa dirección se haya expedido la flamante incorporación del máximo tribunal, Manuel García Mansilla. Clarísimo offside.
Se acerca el entretiempo de un año electoral. Sorprende que el gobierno no haya recibido más goles y que muchos opositores, a pesar de su fragilidad y desconcierto, sigan en carrera. Despejar la incertidumbre antes de los comicios legislativos obligaría a que los actores de la política nacional encuentren un Bilardo que les recuerde la necesidad de no entregarle la pelota al adversario. Y para que la ciudadanía no repita la experiencia de jugar como nunca y perder como siempre.