Sociedad
Guardianes de la monarca: el patio de una familia convertido en mariposario
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Paula Manías y Andrés Terraf, junto a su hija Selva, descubrieron en la mariposa monarca un espejo de la vida: el poder de la metamorfosis, la fragilidad de los ciclos y la necesidad de cuidar lo que nos rodea. Desde su casa en barrio La Consolata, crían, protegen y liberan mariposas, sembrando conciencia ambiental en la comunidad.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
Con la llegada de la primavera, en un patio del barrio La Consolata, la vida se despliega con alas naranjas y negras. Allí, Paula Manías (33) y Andrés Terraf (35) —padres de Selva, de tres años, y dueños de la fábrica de juegos “El Atelier”— conviven con un fenómeno tan delicado como poderoso: la metamorfosis de la mariposa monarca. Lo que empezó como una curiosidad se transformó en un proyecto de conciencia ambiental y en una metáfora de la existencia.
“Lo que a nosotros también nos emocionó mucho del proceso de la mariposa monarca fue llevarlo a la vida misma. Es la transformación, es la metamorfosis, es sortear todas estas cuestiones que pone la vida y que a veces no nos damos cuenta. Como la oruga, la oruga no sabe que se va a transformar en una mariposa. Ella sigue adelante”, expresó Paula conmovida.
Ambos crecieron en familias de profesores de Biología y se formaron en el IPEA 222 “Agr. Américo A. Milani”, la conocida “escuela de campo”. Tal vez por eso no resultó extraño que aquella fascinación inicial —ver una oruga convertirse en crisálida— haya derivado en un compromiso más profundo: proteger a la monarca, una especie amenazada por la pérdida de su planta hospedera, la asclepia.
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El inicio de un camino
La idea nació en Andrés, casi por azar. “A mí se me ocurrió porque lo vi en Instagram, en otras cuentas, más que todo en una chica que hace huertas urbanas en Buenos Aires. Fue hace tres años, más o menos. Me copé viendo las historias de lo que eran las orugas y eso. Yo cuando vi la mariposa me di cuenta que era esa, pero no con el nombre. Ahí la conocí bien, y empecé a ver cómo era el proceso de criarlas”, recordó en diálogo con LA VOZ DE SAN JUSTO.
El paso siguiente fue conseguir la planta clave. “Compramos la asclepia, que es la única hospedera de la monarca. Apenas la plantás, ya llegan las mariposas. Es medio yuyo, porque se reproduce sola y se hace plaga en el patio, pero es indispensable”, relató.
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Al principio, la experiencia no fue fácil. “Teníamos todo improvisado y murieron muchas orugas. Después armamos un mariposario con red, con puerta, como una casita. Fue prueba y error, hasta que logramos que sobrevivieran y completaran el ciclo”, agregó Paula.
La fascinación del proceso
El ciclo vital de la monarca se volvió parte de la vida cotidiana de la familia. “El huevo es ínfimo, un puntito blanco. Cuando nace, la oruga se come su propia cascarita como primer alimento. Después, durante tres semanas, solo come y crece, cambiando la piel varias veces. Y el último cambio es el más impactante: el paso a crisálida, el salto a otra vida”, describió.
En ese instante, los tres —Paula, Andrés y la pequeña Selva— se vuelven testigos de un espectáculo silencioso. “Nacen arrugadas, mojadas, y en dos horas se secan y se estiran. Cuando alzan vuelo y las volvés a ver en el patio, brillantes, entendés que fueron parte de tu casa”, contó Paula.
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La comparación con la vida es inevitable. “Fue ver todo ese proceso y hacer un trabajo interno. La mariposa simboliza bastantes cosas. Lo que parece un final es, en realidad, un comienzo”, reflexionó.
Desafíos y aprendizajes
El camino no estuvo exento de dificultades. Depredadores como arañas, mantis o avispas diminutas ponen en riesgo a las orugas. También enfermedades como la “muerte negra” o el impacto de las fumigaciones por dengue, que diezmaron la población. “Son muy sensibles a los químicos, incluso a productos de limpieza comunes”, explicó Andrés.
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“Son grandes polinizadoras, esenciales para mantener el equilibrio de los ecosistemas. Su reproducción y supervivencia dependen directamente de que cuidemos las plantas hospedadoras y su hábitat”
La pareja aprendió a cuidarlas con dedicación: trasladar orugas hoja por hoja, limpiar el mariposario para evitar hongos, proveer alimento alternativo como calabacín en casos de emergencia. “En una temporada llegamos a criar 260 mariposas. Cuando nacían todas juntas, se nos llenaban los ojos de lágrimas”, recordaron con emoción.
El trabajo de Paula y Andrés excede lo íntimo. Ellos promueven que más vecinos se sumen, que comprendan el valor de las plantas hospederas y nectaríferas. “A veces nos llaman porque ven orugas en sus plantas y no saben qué hacer. Algunos hasta las matan. Nosotros les pedimos que nos avisen, que las traemos al mariposario”, contó Andrés.
El desconocimiento es parte del problema. La asclepia, considerada maleza, suele erradicarse, dejando a la monarca sin refugio. “Es clave entender que cada especie necesita su planta hospedera. Sin ellas, no hay mariposas”, remarcaron.
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Una lección para la vida
El proyecto también se convirtió en una experiencia educativa para su hija. “Selva nos ayuda a buscar huevos, a limpiar el mariposario. Sabe que hay que cuidarlas. Aprendió que cada vida, aunque pequeña, merece respeto”, dijo Andrés.
La metáfora de la metamorfosis se volvió parte de la familia. “Lo lindo es compartirlo. La oruga no sabe que será mariposa, pero sigue adelante. Eso también nos pasa a nosotros. A veces no vemos que estamos en un proceso de transformación”, consideró Paula.
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“Criar mariposas en casa es mucho más que un pasatiempo: es ser testigos de un proceso lleno de magia y enseñanza –aseguraron-. Cada etapa, desde el huevo hasta la mariposa, nos recuerda que la vida es transformación constante. Al igual que ellas, nosotros también atravesamos metamorfosis que nos invitan a crecer, a soltar lo que ya no sirve y a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos”.
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Con sencillez, la pareja insiste en que cualquiera puede sumarse. Un mariposario casero, plantas nativas, compromiso y cuidado. “Hay que comprometerse con el proceso, porque si no las cuidás, la mayoría muere. La mano humana ayuda, pero siempre desde la responsabilidad”, sostuvieron.
Al final, la lección de las monarcas es doble: cuidar la biodiversidad y aprender de la vida misma. Porque, como dijo Paula, “lo que creemos un fin, muchas veces es solo el inicio de otra transformación”.
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Para conocer más sobre el proyecto, los interesados pueden comunicarse al 3564571893.
Plantas claves para protegerlas en la ciudad
La importancia de las mariposas en los ecosistemas urbanos es innegable. Sin embargo, la disminución de su población resulta preocupante, y la protección de la mariposa monarca no siempre es prioritaria en las agendas ambientales.
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Paula y Andrés aconsejan informarse antes de crear un mariposario, fomentando la siembra de plantas hospederas y nectaríferas, aunque advierten sobre la responsabilidad que implica cuidar a estos insectos. “Las mariposas monarcas son grandes polinizadoras, esenciales para mantener el equilibrio de los ecosistemas. Su reproducción y supervivencia dependen directamente de que cuidemos las plantas hospedadoras y su hábitat”, afirmaron.
“Las monarcas cumplen todo su ciclo de vida únicamente en la planta asclepias curassavica, conocida en nuestro país como algodoncillo, flor de sangre o bandera española –informaron-. Esta planta es llamada ‘hospedera’ porque es la única en la que la mariposa deposita sus huevos y de la que se alimentan las orugas. Sus hojas contienen compuestos que resultan vitales para su supervivencia y defensa”.
Algunas curiosidades
La mariposa monarca (Danaus plexippus) es una de las especies más reconocidas del mundo, famosa por su belleza y la increíble migración que realiza cada año. En Argentina, su recorrido va desde Misiones hasta La Pampa, atravesando cientos de kilómetros.
Ciclo de vida
Huevo: 3 a 5 días.
Oruga (larva): 10 a 14 días, alimentándose solo de asclepias.
Crisálida: 10 a 14 días hasta la metamorfosis.
Adulto: vive 4 a 6 semanas; las que migran en invierno pueden sobrevivir varios meses.
Macho y hembra
Macho: punto negro en las alas posteriores y venas más finas.
Hembra: sin punto negro, con venas más gruesas y marcadas.
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