Sociedad
Gaspar, el perro viejito que encontró su hogar tras toda una vida en el refugio
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Después de toda su vida en el refugio, Gaspar, un perro “viejo y porfiado”, finalmente encontró un hogar junto a Gabriela Paruccia. Con cariño y paciencia, aprendió a adaptarse a su nueva rutina y a disfrutar de la compañía y el amor que siempre mereció.
Después de vivir toda su vida en el refugio de la Sociedad Protectora de Animales de San Francisco, Gaspar finalmente encontró un hogar. Su adoptante, Gabriela Paruccia, relató cómo llegó a su vida y cómo este perro viejito, con su carácter porfiado y su corazón tierno, le cambió el día a día.
La idea de adoptar a Gaspar surgió al verlo publicado por Dame una Pata, una organización que colabora con la protectora. Gabriela recuerda con emoción que la primera imagen de Gaspar le trajo recuerdos de Newton, un perro ciego que también adoptó años atrás y con quien compartió ocho años de vida hasta su fallecimiento. “Cuando lo vi, me hizo acordar muchísimo a Newton. De hecho, me puse a llorar”, confesó a LA VOZ DE SAN JUSTO. La decisión fue inmediata, y en contacto con las voluntarias, arregló todo para llevarlo a su hogar con la compañía de su amiga Betiana, quien la ayudó en todo el proceso y también cuida a su “manada” cuando ella viaja.
El traslado no fue sencillo. Gaspar pasó del refugio a la peluquería, después a una casa transitoria y finalmente al hogar de Gabriela. Los primeros días fueron intensos: el perrito ladraba casi sin descanso, buscando compañía, olfateando y adaptándose a un entorno desconocido. Sin embargo, Gabriela entendió que era parte del proceso de adaptación. “Después de algunos días empezamos a mejorar. Gaspar es un perro que necesita estar con alguien todo el tiempo, parece mentira que haya vivido en un refugio, pero así es”, explicó.
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A sus ojos, Gaspar es un perro anciano y sano, con ciertas señales de la edad como artrosis y dientes desgastados, pero lleno de vida y energía afectuosa. Su carácter “porfiado” es, según Gabriela, fruto de años de luchar por su lugar, aprendiendo a sobrevivir y a hacerse respetar en el refugio. “Si no quiere caminar o hacer algo, no lo hace. Lo tengo que levantar en brazos”, comentó entre risas. Pero esa tozudez no es obstáculo para su amor incondicional: quiere mimos constantemente y se mantiene cerca de su familia todo el tiempo.
Gabriela, que siempre tuvo animales rescatados, señala que la resiliencia de los perros y gatos es admirable. “Con un poco de comida y mucho amor, ellos son felices sin importar su pasado. Gaspar y todos mis animales me enseñan eso: dejan atrás lo malo y disfrutan de la vida con lo que tienen ahora”, reflexionó. En su hogar, Gaspar se adaptó rápidamente a los recorridos de la casa y al patio, mostrando confianza y seguridad, y convirtiéndose en parte de la familia al instante.
Más allá del cuidado diario, Gabriela destaca lo gratificante que es brindarles un hogar a los animales que han pasado por situaciones difíciles. “No hay nada que te reconforte más que ver a un animal feliz, sobre todo si fue rescatado o tiene el alma rota. Ser parte de cambiar su vida, darles amor, comida, un lugar cálido y seguridad, es lo que más me llena”, afirmó.
Hoy, Gaspar disfruta de su hogar definitivo: un espacio seguro, con cariño constante y compañía, rodeado de otros perros y gatos rescatados que conviven con él. Gabriela se asegura de que su vida, hasta su último día, esté llena de cuidados y afecto. La historia de Gaspar es un recordatorio de que cada animal merece una segunda oportunidad, y que la paciencia, el amor y la dedicación pueden transformar vidas, incluso las más largas y difíciles en un refugio.