Entrevista
Gabi Tesio: correr en medio de todo
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De unas cuadras a 42 kilómetros y luego a desafíos de 60. Entre la rutina de un comercio, la vida familiar y los tiempos del país, Gabi Tesio encontró en la montaña su lugar de transformación. A los 50 años entrena como una atleta profesional, aunque vive como cualquier vecina con múltiples responsabilidades y días que no alcanzan. Su historia mezcla voluntad, organización, tropiezos, podios y una búsqueda íntima que sigue en marcha.
Su historia no empezó con grandes planes. Empezó como empiezan casi todas: trotando unas cuadras, sin convencimiento y casi sin ritmo. “Como mucha gente, creés que nunca vas a poder avanzar en kilómetros”, dice. Pero avanzó. Primero de la mano de un entrenador, luego sola, hasta que conoció a Virginia Falasconi, responsable de Virteam, quien terminó siendo pieza clave en su crecimiento deportivo.
Con ella llegaron las primeras carreras cortas: 5 km, luego 10 km. Cada una sumaba una sensación nueva, un pequeño triunfo interno, una evidencia de que podía ir más lejos. Y entonces apareció el deseo que le cambió el rumbo: “Quiero correr 42, pero en montaña”. Ese matiz, el que para muchos es una locura, para ella era el desafío real.
Al principio su entrenadora dijo que no. “Yo nunca preparé a alguien para correr una maratón en montaña”, le reconoció con sinceridad. Quedaron en pausa, pero el deseo no se detuvo. Virginia investigó, consultó, aprendió sobre alimentación, fuerza, volumen, altimetría, riesgos. Y juntas le dieron forma al plan.
El debut llegó en Altas Cumbres. Su primer 42 km. Lo completó. Lloró. Y entendió que ya no había vuelta atrás. Gabi se enamoró de la montaña sin previo aviso. Se subió, probó, respiró distinto… y volvió. En ese terreno áspero, donde el paisaje manda y el cuerpo responde, encontró un lugar que la acomoda. Un espacio donde el esfuerzo se vuelve claridad y cada paso parece tener un propósito propio
“Siempre querer más”
Los segundos 42 la encontró más segura. Los terceros, más fuerte. Los cuartos, más convencida. Hasta que un día, al regresar de una carrera, sintió ese clic interno que pocos pueden explicar: “Quiero ser ultramaratonista”. Y lo fue.
La montaña, Internet y la obsesión hicieron lo suyo: empezaron a aparecer nuevas competencias. El Desafío Aychura, en Chilecito, de 60 km, le guiñó el ojo. Se anotó. Se preparó. La corrió. La terminó. Y subió al podio en su categoría.
Pero detrás de esa foto final hay un mundo invisible: Gabi es comerciante. Trabaja todo el día. Lleva la casa. Cocina. Organiza. Lava. Cuida. Planifica. Y después, recién después, entrena. A veces de madrugada, a veces a media tarde, a veces cuando el día parece ya no tener espacio. “Somos multiactividades”, dice entre risas, con algo de orgullo y un toque de resignación.
Los entrenamientos para montaña son largos. No se miden solo en kilómetros: se miden en horas. Dos, tres, tres horas y media, hasta llegar a cuatro horas de fondo un sábado. Y después trabajar todo el día. Un cuerpo que pide pausa, una mente que no puede bajarse del todo y un país que aprieta. Todo junto.
Podios, caídas y decisiones difíciles
La montaña no siempre devuelve lo que se espera. En Misiones, durante la Yabotí, una de las carreras más emblemáticas del país, Gabi se torció el tobillo en el kilómetro 4. Quiso seguir. Aguantó varios kilómetros más. Hasta que, en un puesto de control, le dijeron lo que no quería escuchar: “Hasta acá”. Se subió a la camioneta de la organización llorando. “Me parecía muy injusto”, confiesa.
Esa experiencia la golpeó fuerte. Pensó que era el final. “Le tiré las zapatillas a mi mamá y dije: nunca más corro”. Pero su mamá —testigo, apoyo y cómplice— no la dejó rendirse. Le recordó que su padre, ciclista y deportista, siempre se levantaba después de cada caída. “Vos tampoco dejés”, le pidió.
Rehabilitación, kinesio, paciencia. Y vuelta a empezar. Una vez más.
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La montaña sin montaña
Gabi entrena en San Francisco. Ciudad llana. Sin cerros, sin altimetría real, sin senderos técnicos. Pero busca recursos donde puede: escaleras de la Catedral, rulos en la autovía, viajes relámpago a Mojón para sumar desnivel. Todo vale.
Incluso ha tenido que adaptar su mirada: entrenar donde se pueda, cuando se pueda, en horarios no siempre cómodos y con una logística que se arma casi minuto a minuto. A veces se suma alguien del grupo, a veces queda sola. “En montaña larga, muchas veces preparé todo sola”, dice.
Igual compite contra mujeres que viven y entrenan en Río Ceballos, Carlos Paz, Cosquín. Y aun así sube al podio. “Me dicen: ¿de dónde sos? Y cuando digo San Francisco no lo pueden creer”, cuenta. Su ritmo mejoró. Su resistencia también. Su cabeza, sobre todo.
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El equilibrio posible
Este año, dice, fue un año duro. Comercialmente, emocionalmente, físicamente. “Hay un cansancio generalizado”, admite. Lo ve en colegas, en conocidos, en clientes. Ella misma lo siente: “Llego al fin de año con el cuerpo cansado”, reconoce. Pero correr —incluso cuando cuesta— le ordena algo adentro.
Cada carrera tiene su costo: inscripción, viaje, hospedaje, suplementación, zapatillas. “Es mucha plata”, admite. Y aun así sigue. Porque es parte de su forma de vivir, de su forma de sostenerse en un momento histórico que pide más de lo que devuelve.
Ahora está en transición. Volviendo a distancias cortas: 10 km, 15 km, 21 km. Entrenamientos más rápidos, intensos. Otro tipo de esfuerzo. Otra forma de incomodidad. “Lo mío no es la velocidad”, dice. Pero se adapta. Porque la adaptación también es parte de la disciplina.
Lo que queda
Cuando cruza un arco de llegada, no mide solo el tiempo en el reloj. Mide todo lo que tuvo que equilibrar para llegar ahí: el negocio, las cuentas, la vida familiar, el cansancio, la disciplina, la frustración, la alegría.
“Ser deportista y ser emprendedora no es fácil”, reconoce. Pero aun así lo hace. Todos los días. Con constancia, con organización y con un amor profundo por la montaña.
Y cuando la marea baja, cuando respira hondo y mira hacia atrás, entiende algo simple que resume su historia: no se trata solo de correr lejos. Se trata de correr fiel a una misma.
