Análisis
Frente a la elección de hoy
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Cada elección se transforma en un punto de inflexión, en un momento en que todo parece comenzar de nuevo, como si el país necesitara refundarse periódicamente ante la incapacidad de su dirigencia de sostener acuerdos básicos que aseguren continuidad y previsibilidad.
Los argentinos concurrimos hoy nuevamente a las urnas para elegir a quienes ocuparán bancas en el Congreso de la Nación. Más allá de su carácter rutinario y de los cuestionamientos que ya se han escuchado respecto de la inconveniencia de seguir votando cada dos años, esta jornada llega una, vez más, envuelta en un clima de incertidumbre y tensión que parece haberse vuelto una constante de nuestro país.
Cada elección se transforma en un punto de inflexión, en un momento en que todo parece comenzar de nuevo, como si el país necesitara refundarse periódicamente ante la incapacidad de su dirigencia de sostener acuerdos básicos que aseguren continuidad y previsibilidad. Resulta doloroso comprobar que, en lugar de consolidar una democracia madura y estable, la Argentina vuelve a sumirse en disputas estériles por el poder, mientras la sociedad asiste con desánimo a la degradación del debate público.
Resulta inconcebible que el voto popular se vea amenazado por la acritud, las asperezas y las agresiones. Frente a la realidad que ofreció una campaña electoral insulsa, teñida de denuncias, sospechas y agresiones, los argentinos tenemos la responsabilidad de volver a las urnas para ratificar nuestra vocación democrática. En este contexto, parece una ingenuidad hablar del significado del sufragio como acto de responsabilidad cívica y de afirmación democrática. Sin embargo, sigue siendo así, aunque sea mayoritario el reclamo que se formula a la dirigencia para que vuelva a enfocarse en la función esencial de la política: la búsqueda del bien común.
Es en los tiempos de mayor confusión cuando debe reivindicarse el significado del sufragio como acto de responsabilidad cívica y de afirmación democrática. El voto sigue siendo la herramienta más poderosa con la que cuenta la ciudadanía para expresar su voluntad, exigir rendición de cuentas y marcar el rumbo de las instituciones. Frente al desgaste de la confianza, a la soberbia de los liderazgos personalistas y a la corrosión que provoca la corrupción, cada ciudadano tiene hoy la posibilidad -y el deber- de reafirmar su compromiso con la República. Y exigir que la dirigencia política también lo asuma. Porque no se trata solo de elegir representantes, sino de renovar la esperanza en una Nación que todavía puede -y debe- reencontrarse consigo misma.
Quizás sea el momento para que la rutina de votar, de expresar la opinión popular a través del sufragio, sea el antídoto para un clima político enfermo que ha dañado las ideas republicanas de tolerancia, respeto, debate de ideas y diálogo por encima de cualquier diferencia.
En definitiva, estamos frente a una ocasión propicia para retomar una senda virtuosa que revierta las actitudes confrontativas acumuladas desde hace por lo menos dos décadas y para consolidar un sistema institucional que, por mucho que se lo critique, es el más adecuado para alcanzar el verdadero desarrollo político, económico y social.
