Historias
Francisco, una situación imaginaria y su legado constructor de puentes
El “Loco” Gatti, un personaje que supo romper moldes y abrió debates que todavía apasionan. En otro terreno –infinitamente más complejo y trascendente–, el Papa Francisco hizo algo parecido: desestructuró.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Hugo Orlando Gatti lo vio en la puerta y, fiel a su estilo, no se contuvo: “¡Abran paso! Llegan los dos argentinos más importantes de la historia”.
La frase –mitad broma, mitad elogio desmesurado– brotó con la espontaneidad que caracterizó siempre al “Loco”, un personaje que, más allá del apodo, supo romper moldes. Provocador, desinhibido, generador de controversias y dueño de una autenticidad innegociable, Gatti dejó una marca: cambió la forma de entender el juego, impuso su estilo y abrió debates que todavía apasionan. “La de Dios” fue su célebre atajada con brazos abiertos, similar a un Cristo en la cruz.
En otro terreno –infinitamente más complejo y trascendente–, el Papa Francisco hizo algo parecido: desestructuró. Pero desde Roma. Desde el corazón de una Iglesia con siglos de tradiciones, Jorge Mario Bergoglio sacudió esquemas, levantó la voz por los olvidados y propuso una fe vivida en lo cotidiano, más cercana a la gente.
Su Pontificado será recordado por su impulso hacia una Iglesia más abierta, inclusiva y comprometida con los grandes dramas de la humanidad: los pobres, los migrantes, los ancianos, los descartados. Francisco denunció la “cultura del descarte” que margina a quienes no encajan en la lógica de la productividad. Insistió en que el cristianismo debía ser una presencia concreta. Una Iglesia que funcione como “hospital de campaña”, que cure, que acompañe, que abrace.
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Con gestos y palabras –sus encíclicas, sus catequesis, sus documentos–, alentó a los fieles a ser “los santos de la puerta de al lado”, esos hombres y mujeres comunes que construyen el bien en silencio, que piden perdón, que agradecen, que cuidan. Que se comprometen con la vida. Y su forma de liderazgo, sin estridencias ni privilegios, le dio un lugar en la historia: el de un Papa que eludió el boato para sumergirse en el barro de los más profundos problemas del hombre.
Naturalmente, su figura despertó adhesiones y resistencias. En un mundo crispado y dividido, su voz sonó incómoda. En la Argentina, cada gesto suyo fue interpretado en clave política, alimentando sospechas, adhesiones y críticas. “Montó el Evangelio en pelo”, dijo el arzobispo de Córdoba, Ángel Rossi. Francisco no usó aperos, fue directo, auténtico, valiente. Procuró siempre ser fiel.
Quizás ahora, tras su fallecimiento, empiece a disiparse esa incomodidad que suele acompañar a los profetas en su tierra. Tal vez, con la perspectiva que da el tiempo, por aquí se reconozca con mayor justicia la magnitud de su legado.
Volvamos a la imaginaria escena inicial. El “Loco” Gatti, en tono más íntimo, lo llamó a Francisco un costado: “Perdone la irreverencia. Lo que dije fue para la gilada. La diferencia es obvia: yo solo fui un grande del fútbol. Dios quiso que hoy nos halaguen hasta los que antes nos recriminaron cada palabra. Pero usted… usted fue el más grande de verdad. Porque yo solo me propuse construir un muro frente a mi arco. Usted jugó en otra cancha. Con su ejemplo, usted derrumbó muros y construyó puentes por todo el mundo”.