Femicidios, ayer, hoy y siempre: el caso Parolini

San Francisco tuvo lamentable trascendencia a nivel nacional en numerosas ocasiones por crímenes aberrantes cometidos contra mujeres por su condición de género, desde mucho antes de que se instaurara la figura del femicidio. El asesinato de Mónica del Valle Parolini, cercano en tiempo y en formas al de María Soledad Morales, quedó en los archivos como uno de los más resonantes.
Como tantos casos, antes y después, el de Mónica comenzó con su desaparición, un 5 de agosto de 1994 a la siesta, día en que dejó su casa de Ameghino 1530, barrio Jardín, para ya no regresar. Tenía 14 años. Su madre estaba de viaje en Córdoba con la menor de sus hermanos, por una consulta odontológica. Ella había preparado la comida para su padrastro y el resto de la familia. Luego salió sola con una llave y un casete de Ricky Martin para devolver a una amiga. Iba vestida con un jean azul y un pulóver blanco que tenía rombos marrones. Llevaba también un gorro de lana para protegerse del frío.
Como tantos casos, antes y después, el seguimiento de la desaparición comenzó con liviandad, dejando lugar a la duda de si la joven se había escapado y a las miles de versiones que siempre se tejen ante episodios similares, sobre todo si las protagonistas, las víctimas, son mujeres.
Para las autoridades judiciales intervinientes, se trataba de una fuga del hogar. Hasta se llegó a afirmar a la prensa que Mónica se había comunicado con sus amigas y que estaba bien. En este diario se receptaron y publicaron avisos para que la menor, bajo esta hipótesis de que se había marchado de manera premeditada, se comunicara con personal de la Cruz Roja para recibir contención.
Y había mucha otra gente que decía haberla visto aquí o allá, haciendo esto o aquello.
Pero sus amigas más cercanas replicaban que Mónica jamás había pensado en escaparse. Pasaban los días y caían los rumores sobre supuestos escondites de la menor en el radio de la ciudad. Hasta que el 27 de agosto, un hombre que circulaba a la tarde en cercanías del basural, a unos 200 metros al oeste de Av. Caseros, halló su cuerpo sin vida en un zanjón.
Aparece la testigo clave
La Justicia comenzó a trabajar en el lugar del hallazgo macabro. Hasta el por entonces intendente Jorge Luis Bucco se presentó allí, porque el caso golpeaba a toda la ciudadanía.
Se llegó a crear una brigada especial de la policía provincial para que investigara. Mónica no se había escapado ni había estado escondida nunca. Había sido ultrajada, brutalmente abusada y asesinada de un disparo en la cabeza el mismo día de su desaparición.
El funeral fue multitudinario, como preludio de lo que se volvería una postal del caso: las marchas de silencio que comenzaron el 5 de septiembre, al cumplirse un mes de la muerte de la niña. Familiares, vecinos, amigos y ciudadanos marchaban desde la casa de los Parolini hasta la sede policial, portando carteles y pancartas.
Apareció entonces una testigo clave, Valeria Ferreyra, una menor, familiar de Mónica, que había estado junto a ella y cuatro muchachos mayores, vecinos y conocidos de la víctima: José Alberto Pacheco, Alejandro D'Angelo y los primos Cristian Diego Ruiz y Julio Ruiz. Todos fueron detenidos.
El caso Parolini fue uno de los hechos más resonantes en la prensa desde su desaparición y el hallazgo del cadáver.
Una secuencia de terror
Según la investigación de la Justicia, Mónica y su amiga, que tenía una relación con Cristian Ruiz, habían organizado reunirse con él y los demás acusados en la casa de Pacheco el viernes por la noche, aprovechando que la madre de la primera estaba en Córdoba.
Cuando Mónica dejó su hogar, el viernes a la siesta, frecuentó distintos lugares: la plaza del barrio, una sala de videojuegos ubicada sobre Bv. Juan B. Justo y el Ipem N° 96 "Prof. Pascual Bailón Sosa". Cerca de las 18.30 se encontró con Valeria en la Plaza Cívica y fueron hacia la casa de Cristian Ruiz, sobre Marconi al 1400, vecina a la de los Parolini. Luego terminarían todos en otro domicilio vecino, el de Pacheco, en Carlos Gilli al 2238.
Allí los muchachos consumieron marihuana y cocaína. También se cree que pusieron algo de droga en las bebidas que compartían con las menores.
Valeria se retiró a una habitación con su pareja y los demás comenzaron a intentar abusar de Mónica. Ante la resistencia de la menor, llamaron también a Cristian Ruiz, dejando a Valeria en la otra habitación. Mediante golpes, los cuatro terminaron de someter y violar a Mónica, que quedó inconsciente.
La creyeron o ya estaba muerta.
Y decidieron que tenían que deshacerse del cuerpo.
La llevaron en el baúl del auto de Pacheco por el camino de tierra cercano al basural y la arrojaron en el zanjón. A alguno le pareció que ella aún mostraba signos de vida. Cristian Ruiz tenía un arma. Pacheco se la pidió y le disparó a Mónica en la cabeza.
El juicio
El caso, que hoy sin dudas encuadraría como femicidio, fue a juicio en noviembre de 1995. Durante tres semanas se tomaron declaraciones a distintos testigos, para terminar de armar el rompecabezas sobre la versión de Valeria Ferreyra. Algunos declararon con miedo, denunciando amenazas de muerte. La defensa de los acusados planteó distintas dudas, principalmente sobre el testimonio de Ferreyra y la fecha de fallecimiento de Mónica. Además, siempre quedó la presunción de que hubo otros involucrados o participantes en la reunión en la casa de Pacheco, y que podrían haber tenido mayor responsabilidad que los imputados.
Finalmente, el 27 de noviembre, todos los denunciados fueron encontrados culpables de violación calificada. Pacheco fue condenado a prisión perpetua (por concluirse además que era el autor del disparo fatal), Cristian Ruiz a 16 años de cárcel y los otros dos recibieron la pena de 14 años de prisión. Ninguno llegó a cumplir esa cifra.
Julio Ruiz fue asesinado aparentemente de un puntazo por un interno cordobés, en la panadería de la prisión local, poco antes de terminar de cumplir su sentencia, en lo que se dio a conocer como una "gresca" pero con sospechas de ajuste de cuentas. Los demás fueron recuperando la libertad. El último en salir fue Pacheco, en 2014. De Mónica apenas si queda una placa en el cementerio, como recuerdo de sus padres y hermanos. Y esta historia. Una más. Ni una menos.