Análsis
Falsedades, IA y pensamiento crítico
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El pensamiento crítico es quizás uno de los pocos recursos que podrían alterar la dinámica de la falsedad viralizada. Parece escasear en las redes sociales pero es el antídoto más eficaz que podría salvar las relaciones humanas. Una paradoja que alimenta la esperanza.
El diario The Washington Post publicó recientemente una nota esclarecedora sobre los riesgos que se presentan frente a la irrefutable invasión de información falsa generada por los distintos sitios de inteligencia artificial que circula en las redes sociales. El prestigioso matutino de la capital estadounidense subió un video hecho con IA a 8 plataformas de redes sociales con el objetivo de analizar cuáles de ellas lo marcaban como falso. La conclusión es preocupante: siete no fueron capaces de señalar la falsedad y solo una formuló una advertencia, pero intentó ocultarla.
Este experimento periodístico es uno más de los tantos que están comprobando la explosión de contenido desinformativo especialmente en las redes sociales. Mensajes de todo tipo por la IA y diseñados para atraer la atención de los usuarios se diseminan por internet sin ninguna indicación de que reales o falsos. Y las plataformas que los viralizan no son capaces o no tienen la intención de advertir sobre ello.
Esta basura informativa puede adoptar la forma de texto, imágenes, vídeos y, a veces, incluso de sitios web enteros. También puede filtrarse en la vida real. La revista Time recordó que el año pasado miles de personas cuando acudieron en masa al centro de Dublín, la capital de Irlanda para asistir a un desfile de Halloween que no existía y que se promocionaba en un sitio web generado por inteligencia artificial. El engaño no tardó en conocerse y el hecho (que bien podría integrar un guion de la distópica serie Black Mirror) se transformó en un claro ejemplo de cómo la desinformación cobra vida y puede generar consecuencias inesperadas, incluso devastadoras.
Las redes sociales nacieron como un espacio en el que las personas podían conectarse, interactuar y socializar. Pero si lo falso es norma en buena parte de los mensajes que la gente usando la IA, el riesgo cobra una importancia significativa. Esto se agrega a que la polarización y la intolerancia son hoy moneda corriente debido a que las redes se han convertido en cámaras de eco, aprovechando las burbujas de filtro que forman parte del ADN de los algoritmos. Así, estos espacios se vuelven ruidosos, confusos y sospechosos. La espontaneidad de aquel comienzo ha perdido vigencia.
Sin embargo, el declive de las redes no asoma como inmediato en el horizonte. Entonces, crece la preocupación por el impacto de los contenidos de IA que muestran como verdades situaciones fabricadas. Si no se puede distinguir entre un acontecimiento real y otro falso, la desinformación -que siempre existió- vivirá su momento de mayor esplendor.
En medio de este panorama desalentador y sin marcos legales nacionales o internacionales que obliguen a los desarrolladores a rendir cuentas por los daños que causan las expresiones descuidadas, el pensamiento crítico es quizás uno de los pocos recursos que podrían alterar la dinámica de la falsedad viralizada. En virtud de la lógica de los algoritmos, ese insumo parece escasear en las redes sociales “gobernadas” por quienes no parecen tener mayor interés en advertir a los usuarios. Pero es el antídoto más eficaz que podría salvar las relaciones humanas: hartas de falsedades en las redes, volverían los contactos personales reales. Una paradoja que, incluso en medio de la realidad descripta, alimenta la esperanza.
