Educación
Estudiantes, plaza y árboles: una clase de matemática que hizo raíz
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En tiempos donde se discute el sentido de la escuela frente a la inteligencia artificial, los estudiantes de sexto año del Instituto Nivel Medio La Francia salieron del aula, construyeron clinómetros caseros y midieron los árboles de la plaza aplicando razones trigonométricas. Entre ángulos, cálculos y descubrimientos, comprobaron que el conocimiento también crece cuando se lo vincula con la vida cotidiana y que la escuela sigue siendo el lugar donde las ideas hacen raíz.
En una época donde pareciera que todo se resuelve con un clic, y que las aplicaciones lo miden, lo responden y lo calculan todo, un grupo de estudiantes del Instituto Nivel Medio La Francia, guiados por su profesora de Matemática, Marta Baroni, demostró que el conocimiento no solo se aprende: también se construye, se siente y se vive. Porque hay conceptos que pueden parecer fríos, abstractos o demasiado lejanos cuando se quedan encerrados en el aula; sin embargo, cuando salen a la calle, cuando se transforman en herramienta, cuando se vuelven experiencia, adquieren sentido, valor y emoción.
Así ocurrió cuando los alumnos de 6º año A y B dejaron atrás el pizarrón, tomaron transportadores, bombillitas, sogas, ruletas, cuadernos y celulares, y se fueron a la plaza del pueblo a responder una pregunta concreta y real: ¿cuánto miden los árboles más altos de La Francia?
La actividad, planeada desde el nuevo enfoque del currículum Córdoba, se centró en las razones trigonométricas. Pero lejos de ser una clase más, se convirtió en una experiencia memorable, en el aula más grande: el espacio público. “Yo quería que lo vivido se transformara en conocimiento, no en algo mecánico. Que entendieran ‘para qué me sirve’, que lo sintieran útil”, contó la profesora Marta Baroni, orgullosa de los resultados de su experiencia.
Según explicó, la propuesta surgió al reformular la planificación por metas, tal como exige la nueva normativa provincial. “Tenemos que enseñar desde situaciones problemáticas, desde la realidad, sobre todo en Matemática. Las razones trigonométricas son un contenido frío. Lo ves en el papel pero no dimensionás lo que significa. Entonces, ¿por qué no ir a la plaza, mirar los árboles y medirlos?”, recordó con entusiasmo.
El proceso
El desafío era claro: calcular la altura de los árboles sin acceder directamente a su copa. Para eso construirían un clinómetro casero, utilizando un transportador, una sorbete-bombilla, un hilo y una pequeña pesa. La idea era simple, pero poderosa: recrear con las propias manos el instrumento que les permitiría hallar, mediante un ángulo, una distancia y un cálculo, la altura de un pino, una palmera o un cinamomo viejo que desde hacía años custodiaban la plaza.
“Ese ángulo de inclinación que mirábamos arriba, lo obteníamos apuntando con el clinómetro hacia la copa. Y después sabíamos que si el triángulo tiene un ángulo recto, el otro se puede sacar mediante las razones trigonométricas. Entonces los chicos aplicaban seno, coseno o tangente según lo que tenían”, explicó Baroni, quien no dudó en usar la palabra ‘ángulo de elevación’ con orgullo, como quien sabe que está sembrando conocimiento verdadero.
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“Nosotros podíamos haber usado aplicaciones que te miden todo automáticamente. Pero yo no quería eso. Quería que los chicos construyeran el saber, que entendieran el porqué, no solo el resultado”, expresó. Con esa convicción, los estudiantes marcaron puntos en la plaza, fijaron distancias, registraron mediciones y discutieron qué árbol elegir. Luego, con ayuda de Google Lens, identificaban la especie. Cada árbol fue anotado en un plano real de la plaza, facilitado por la municipalidad.
Los cálculos comenzaron a tener nombres, hojas, raíces y una historia propia. Un pino blanco, por ejemplo, medía 20 metros con 79 centímetros. La Washingtonia Robusta, una de las palmeras más fotografiadas del pueblo, llegó a los 12,90 metros. Un pino casuarino marcó 15,78 metros. “Yo pensé que la palmera era la más alta, pero no”, reconoció con una sonrisa Baroni, como quien también aprendió en el proceso.
La verdadera transformación
La experiencia, que parecía ser una clase más, empezó a transformarse en algo mucho más profundo. Una de las estudiantes, emocionada, se acercó a la profesora y le dijo: “Profe, estoy feliz. Voy a estudiar arquitectura y ahora sé que esto me va a servir para mi carrera”. En ese momento, entre papeles, linómetros y risas, la matemática adquirió significado, sentido y destino.
“Noté que en el aula lo hacían de forma mecánica. Acá tuvieron que pensar. Acá se dieron cuenta realmente de lo que estaban haciendo”, sostuvo la docente. Y agregó: “No trabajaron con fórmulas sueltas, sino con la realidad. Ese fue el verdadero aprendizaje”.
No solo midieron árboles, también caminaron la plaza, hicieron un relevamiento, completaron un plano, debatieron, se equivocaron y corrigieron. “Primero no querían medir. Después todos querían. Todos querían ser los que miraran por la bombilla para ver el ángulo”, contó entre risas Baroni.
Los estudiantes, como protagonistas, compartieron su entusiasmo y contaron sus experiencias. A Franca Rubiolo, le gustó la actividad porque pudieron aplicar lo aprendido en clase en la vida cotidiana. En el mismo sentido, Carolina Grimaldi destacó “la utilización de elementos que se pueden encontrar en cualquier casa y usarlos para aplicar las mediciones”.
Por su parte, Lorenzo Rubiolo afirmó que “la actividad fue muy interesante e enriquecedora ya que presentó una forma nueva y diferente de aplicar lo aprendido en clase”. Y finalmente, Josefina Ferrero aseguró que “se sorprendió haber podido medir los árboles con este método y usar objetos cotidianos”.
Mientras tanto, la actividad motivó un reconocimiento institucional. La profesora agradeció el acompañamiento del equipo directivo, encabezado por la directora María José Casado y la vicedirectora Silvana Casado. “Siempre apoyan todas las actividades que proponemos los docentes. En este colegio hay libertad para innovar”, destacó.
Valor agregado
La propuesta no terminará en la plaza. La idea es entregar los resultados a la municipalidad, como un aporte comunitario. “Vamos a presentar los datos. Es un regalo del colegio al pueblo”, adelantó la profesora, que le suma otro valor agregado a la actividad que desde su primer minuto transcendió el aula y la escuela.
Esta experiencia no solo calculó alturas. Elevó también el valor del aprendizaje. Demostró que la escuela sigue siendo irremplazable cuando es creativa, cuando se vincula con la realidad, cuando genera vivencias que ninguna inteligencia artificial puede reproducir.
Porque la tecnología puede medir un árbol. Pero solo la escuela puede enseñarle a un joven por qué ese árbol mide lo que mide, cómo calcularlo y, sobre todo, para qué sirve saberlo.
En tiempos de dudas, los alumnos de la Francia salieron a buscar certezas. Y las encontraron apuntando con una bombillita hacia la copa de un pino blanco, mientras la matemática, silenciosa pero infinita, crecía junto a ellos.
