Estancia de cultura popular y gastronómica
Norma es la cabeza de un comedor emplazado más allá de los controles en el cruce de rutas. Hace 27 años lleva adelante La Estancia donde la música y la comida reunían hasta marzo a más de 100 personas. Con lugares icónicos como este, a los clásicos negocios del centro porteño no hay nada que envidiarles.
Por Ivana Acosta | LVSJ
El crujir de las hojas secas en un otoño más que dramático se acumularon en un rincón del frente del Comedor La Estancia, aunque todo esto queda de lado cuando vemos el rosa de la campera de la anfitriona, Norma Lamberti, que con una gran sonrisa recibe a sus primeros invitados desde que comenzó el aislamiento obligatorio a mediados de marzo.
Adentro el escenario está vacío, quieto, igual que parte de las mesas del enorme salón donde las copas esperan por el vino o la gaseosa de gente que ansía ir a pasar sus noches en el comedor del que son clientes hace años.
Esta vez nos sentamos nosotros, invitados improvisados de un día cualquiera dentro de todas las jornadas grises que se han vivido en este tiempo, sin embargo, nada importa porque Norma está feliz ya que ella extraña mucho esa rutina de recibir a la gente, charlar y no sentir que todo ese enorme predio y salón está vacío.
El lugar está impecable como si solo hiciera falta carbón y un encendedor para trabajar en el parrillero, prender las hornallas y decirle al líder de la banda que largue la música. Bueno entonces si no se puede, imagínenlo ¡Toque maestro!
Los ojos de Norma se posan en el escenario donde cree que las orquestas no volverán de inmediato cuando reabran.
La grandeza y lo imponente que es me lleva a pensar en esos tradicionales comedores de las grandes urbes llenos de historia por donde se ven, con nombres tan extraños de su cultura popular, construidos en el pasado y anclados en nuestro tiempo impolutos, intactos, imponentes.
La Estancia viene a ser el emblema de San Francisco, en una región donde los comedores son un clásico y la gastronomía, además de los shows, son tradiciones que nunca pueden faltar. Cuarteto del viejo y del nuevo, cenas con todo lo que pueden pensar por menú completo y mucha camaradería entre los clientes esporádicos y los de la primera hora.
Este comedor es el epicentro del acervo cultural gastronómico desde 1993 en un San Francisco que atraviesa un otoño apagado, gris, diferente a pesar de que afuera haya sol. Ahí adentro con Norma y el espacio enorme que la rodea todo remite a esa cultura popular, tan hermosa despojada de elitismo y falsedades, con tanto amor, sencillez y dedicación.
Parte de eso se entiende luego de recorrer la vista por los carteles ubicados encima de donde está el mostrador por las marcas y estética de esos antiquísimos auspiciantes muy populares cuando abrieron.
En estos 27 años dice Norma que jamás ... jamás hasta este aislamiento forzoso habían cerrado tanto tiempo ni siquiera - nos contaron por ahí - cuando don Roberto (para todos solo Beto) Gandino se fue a trabajar en el parrillero del cielo.
"Nunca lo tuvimos cerrado como esta época ... Nos tocaron épocas también malas, pero como esta no, nunca fue para tenerlo cerrado así definitivo - rememoró -. Esperemos que con el tiempo podamos abrirlo y seguir haciendo lo que nos gusta a todos ya que también somos tres familias que vivimos de esto más los chicos que nos ayudan y colaboran con su trabajo".
Inicios y pausa abrupta
Si hubiera habido música entonces se habría hecho un melancólico silencio cuando ella dijo una frase tan contundente como profunda: "El comedor es parte de mi vida, es lo máximo. Estamos pasando ahora por estos momentos que no nos gustan para nada ... pero bueno".
¿Por qué será su vida? ¿Qué tiene ese lugar?
Los ojos de la anfitriona empiezan a brillar cuando cuenta que lo empezaron a construir con su esposo y con los años se sumaron a trabajar sus hijas - Claudia y Silvina - además de los nietos. Por eso para ella ese lugar lo es todo y de ahí que si no fallan los cálculos estima que es el comedor más antiguo de San Francisco y "uno de los que más sobrevivió a tantos años".
"Nosotros trabajábamos en el comedor del cruce en una estación de servicio, con mi esposo compramos un terrenito porque queríamos hacer un quincho para camioneros y del quinchito salió todo esto. Cuando lo terminamos nos mudamos para acá, nos fue re bien al principio fue difícil", agregó sobre aquel tiempo donde incluso habitaban la casa en la planta alta del comedor.
Todos esos recuerdos se interrumpen de manera violenta al recordar lo que pasó antes del aislamiento donde nadie esperaba que ese fin de semana sería el último por un largo tiempo.
"Fue hermoso, teníamos siempre fiestas, todo a full. Acá es una familia todo es alegría, armonía, pero nunca pensamos de llegar al otro sábado de no poder abrir porque todos te despiden 'hasta el sábado que viene, hasta el sábado que viene' y no abrir fue tremendo para nosotros", manifestó al respecto Norma.
Norma va al menos dos veces por semana "a ver que todo esté bien" en este tiempo de aislamiento
El tiempo, a pesar de todo, fue acomodando las cosas "al principio no fue fácil pero ahora está más acostumbrada" a esta modalidad impuesta de manera forzosa pero provisoria. Extraña esa rutina de empezar por lo menos el miércoles a ir y venir, comprar, dejar todo ordenado: "No fue fácil, la verdad que para el que está acostumbrado a tantos años de esto es muy difícil".
Y hablando de extrañezas lo que ella añora es el bullicio y la música cada noche, hacer con su familia lo que más les gusta y recibir a sus amigos, también sabe que al retornar deberán acostumbrarse a que no haya abrazos o besos, pero eso no puede impedir de manera alguna la pasadita frente al mostrador para saludar a todo el equipo de trabajadores y decir presente.
"Tengo muchísimos recuerdos, pero el mejor es haber compartido tanto tiempo con mi familia ... con mis hijos, con mis nietos, los clientes que realmente son una familia. Son personas (por los clientes) que hace años que vienen y están firmes. Por un tiempo tendremos que aguantar todo lo que se pueda - agregó - y quizás no tengamos música un tiempo y empecemos con solo cenas ... vamos a ver".
Todo será "despacito" como en aquel tiempo con Roberto donde soñaban con un quinchito para camioneros y será de a poco valorando cada vez más el sacrificio hecho para tener su comedor, mientras tanto con alguna que otra lágrima de por medio Norma sostuvo: "Solo pienso en volver. Dos veces por semana vengo a abrir, ver el panorama. No veo las horas de volver. En casa no paro estoy siempre haciendo algo esto es parte de tu vida, tengo casi 70 años y hace 35 estamos en todo esto".