¿Es posible dividir Buenos Aires?
La falta de una mirada a largo plazo, la carencia de estadistas comprometidos en dejar sentadas las raíces para el desarrollo del país, impide que avance la discusión.
"Mi equipo está trabajando sobre una ley que afecta demasiados intereses", afirma Fernando Rovira, inescrupuloso político de ficción ideado por la novelista Claudia Piñeiro en su novela "Las Maldiciones". Sobre esa norma basa su precandidatura presidencial. Y afirma: "Dividir la provincia de Buenos Aires será el fin de negocios corruptos que algunos no están dispuestos a perder".
Sin ánimo de "espoilear" la citada obra literaria, se puede adelantar que este personaje no consigue su propósito. Asimismo, es posible sostener con algunas evidencias que la mayoría de los observadores políticos consideran que se quedará en la categoría de expresión de deseos una iniciativa similar presentada semanas atrás por el ex senador nacional Esteban Bullrich. Su propuesta apunta a simplificar la gestión de un territorio que el saliente legislador considera "ingobernable" por su amplitud y diversidad. Si bien es el distrito que más riqueza genera en el país por sus posibilidades productivas, también es necesario mencionar que presenta altos niveles de pobreza e indigencia, fuertemente concentrados en el Gran Buenos Aires.
Podría admitirse que la idea de la partición de la provincia de Buenos Aires nunca tendrá éxito puesto que siguen existiendo aquellos intereses -no todos vinculados a la corrupción por cierto- planteados por la novelista argentina en la obra referida. También se reconoce que por ahora es un globo de ensayo, casi similar al del traslado de la capital del país que lanzó hace poco el presidente de la Nación. Los dos temas, pasado el anuncio, se desvanecieron. No son urgentes, ni siquiera relevantes, para una ciudadanía enfrascada en asuntos mucho más cotidianos.
La falta de una mirada a largo plazo, la carencia de estadistas comprometidos en dejar sentadas las raíces para el desarrollo del país, impide que avance la discusión de temáticas tan complejas como la señalada. Por ello, "todo queda como está". O peor de lo que estuvo. La rueda sigue girando, desprendiendo guijarros sin que nadie se atreva a ponerle freno a la decadencia. De este modo, sigue sin aparecer una nueva mirada fundacional que se atreva a romper el cerco y mostrar a los argentinos que es posible apostar a cambios trascendentes en la medida de que las urgencias del momento puedan irse resolviendo.
La capital debería trasladarse. Pero no sin una debida planificación, sin especulaciones electoralistas y atendiendo a todas las aristas que requiere la complejidad de una decisión como esa. Lo mismo podría ocurrir con una provincia demasiado grande y con territorios totalmente disímiles entre sí, lo que termina perjudicando su existencia. La historia reciente, además, ha generado estructuras poblacionales y productivas muy dispares: distritos como Bahía Blanca, Azul o Pergamino, por citar algunos, tienen realidades bien distintas a los de la costa o a los del Conurbano. No se trata, como algunos afirman, de segregar. Atender las necesidades de millones de personas agrupadas en un territorio no muy extenso podría ser mucho más eficaz si la división administrativa le permitiese al gobernante dedicarse solo a esa porción de suelo argentino.
Por cierto, la propuesta de dividir la provincia de Buenos Aires no surgió de la ficción literaria. A lo largo de más de un siglo, la idea central se ha venido expresando por voceros con intereses muy distintos. Está claro que concretar la división territorial es un asunto que requiere de una planificación exhaustiva y de estudios e investigaciones que merecerán convertirse en política de Estado. Pero resignarse a seguir como hasta ahora no parece una actitud adecuada.