Entre mapas, figuritas y souvenirs: Librería Mariela cumple medio siglo de vida
El emblemático negocio de Cabrera al 1400 está celebrando sus primeros 50 años de vida con los recuerdos a flor de piel. Los tiempos cambian, pero la magia de ese lugar se mantiene intacta como algunos objetos que nos devuelven a los tiempos en las aulas.
San Francisco está plagado de lugares emblemáticos. Comercios a los que todos fuimos alguna vez y seguramente nos trae buenos recuerdos. Y cuando un negocio cumple años de vida, más nos emociona y nos produce nostalgia.
Este es el ejemplo de Librería Mariela, el negocio de venta de útiles escolares que este mes está cumpliendo cincuenta años de vida.
Nelvis Finello de De María es oriunda de Esmeralda y llegó a nuestra ciudad sin pensar que se convertiría en uno de los comercios más importantes de San Francisco y la región, que acompañó a varias generaciones de chicos que en cada momento escolar recurrieron a ella en búsqueda de sus útiles y materiales.
Los cambios
Los tiempos cambian, las formas; también. Hoy la librería Mariela no tiene el mismo caudal de público que otros años y Nelvis su dueña lo lamenta, recordando con nostalgia las décadas de los ochenta y los noventa.
En los mejores tiempos, el negocio llegó a tener 10 empleadas trabajando en simultáneo con la fila de personas que salía del local hacia la calle. "Hoy lo recuerdo y no lo creo. Fueron tiempos inolvidables".
La ausencia del público masivo en los mostradores se debe, según la entrevistada, a la llegada de los supermercados. "En los supermercados encontrás los útiles, los libros, los juguetes y todo lo que vos quieras. Antes éramos algunas librerías y jugueterías y hoy con el súper, hay una competencia desleal porque lo escolar no es el fuerte de estos lugares de venta y por eso, tienen más barato que nosotros. De todos modos, no me molesta porque yo sigo adelante con mi librería".
Los inicios
"Nos casamos con mi marido hace 53 años, pero dos años antes, nos vinimos a San Francisco a trabajar en el Hotel Central que funcionaba frente a la Confitería Colón que pertenecía a unos familiares. Al tiempo, dejamos este trabajo buscando un nuevo camino".
Embarazada de su hija Mariela, Nelvis pensaba cuál sería su futuro. "En el hotel te encontrás con mucha gente y ese era un espacio de descanso de viajantes que llegaban de lunes a viernes. Los que conocían mi situación me ofrecieron vender ropa, pero no era lo mío. Un señor que comercializaba librería y juguetería me preguntó si quería vender eso y me encantó la idea".
Sin un lugar físico para vender estos productos, "empecé vendiendo algunos útiles a amigos. Tres plasticolas, dos cuadernitos, una lapicera".
Pero con el tiempo, una vecina le ofreció un salón donde funcionaba una mercería sobre Pueyrredón y Cabrera, frente al Nacional San Martin y allí comenzó todo. "Para mí fue una enorme satisfacción poder vender dos cuadernos, algunos lápices y hojas; con el enorme esfuerzo de mi padre que me instaló un estante para mostrar los productos".
"Mi papa siempre me decía, ´Si a vos no te gustaba ir a la escuela, ¿cómo vas a vender útiles escolares? ´", contó la comerciante que al final con su local logró un lugar importante en este rubro en la ciudad.
Nelvis recordó aquellos momentos con los chicos. "Venían los estudiantes me gritaban por los mapas que se habían olvidado de comprar o necesitaban. Yo les pasaba los útiles por debajo de la puerta".
Al poco tiempo de estar instalados y trabajando muy bien, el propietario del salón frente al Nacional le reclamó el inmueble. "Me dio solo seis meses para edificar un edificio para la librería y el único lugar apropiado era al lado de mi casa donde funcionaba un conventillo y vivían los pupilos del Colegio San Martín, ya que el colegio tenía salida por calle Belgrano, pero surgió la posibilidad de comprar este espacio y comprarlo para construir la librería en tiempo record, seis meses".
Como entregó el salón, Nelvis trasladó temporalmente la librería a su casa. "Puse estanterías en mi casa y tuve hasta seis chicas atendiendo en diferentes turnos porque era tal la cantidad de clientes que no dábamos abasto y era a toda hora. Trabajamos hasta las 11 de la noche".
"El primer ladrillo que puse en este lugar, un 8 de febrero, es un momento que no voy a olvidar".
"En mi vida me imaginé tener un negocio y mucho menos una librería, pero se lo debo a la ayuda de mi familia que siempre me apoyó, pero también a los viajantes que confiaron en mí y en negocios de la ciudad que me enseñaron a vender como en el caso de algunos libreros locales o hasta el bazar de la familia Chiavassa que me daba productos de regalería para exhibir en el local y yo cobraba una pequeña comisión de lo vendido".
El negocio llegó a tener 10 empleadas trabajando en simultáneo con la fila
de personas que salía del local hacia la calle. "Fueron tiempos inolvidables",
indicó la dueña de la librería
Capítulo aparte merece recordar que en la casa de Nelvis funcionó una escuelita de apoyo con maestras que estudiaban los profesorados en Fasta. Aunque no estaban recibidas, dar particular era una forma de aprender. "Las mamás venían a preguntar por apoyo escolar y las maestras los ayudaban. Los chicos llegaron a sentarse en el suelo para tener particular de contabilidad, lengua, inglés, francés. Los sábados había clases de dibujo", relató.
Los buenos tiempos
A la librería se sumó el bazar y a esto, los juguetes que eran únicos en la ciudad. "Me puse en contacto con distribuidores de Buenos Aires y traía los mejores juguetes. Recuerdo que los sindicatos me exigían traer los mejores del mercado para sus afiliados. Traía las mejores muñecas, los trencitos eléctricos; todo lo mejor".
Los camiones llenos de mercadería llegaron de detener el tráfico de calle Cabrera. "Había días que terminábamos con el comercio ´pelado´ sin nada y urgente había que reponer porque había mucha demanda".
Los libros de texto usados estaban en altas pilas que los chicos que entraban a la librería tenían que saltar para llegar al mostrador. Otros, como en una búsqueda del tesoro, revolvían entre los títulos para llevarse ese Manual Santillana usado que le haría ahorrar a mamá y a papá. "Los chicos venían y traían libros y libros que yo les vendía a cambio de una comisión".
También estuvo la época del cotillón y de los suvenires, la faceta artística de Nelvis. "Me quedaba hasta las tres de la mañana pegando pieza por pieza porque tenía pedidos para todo tipo de fiestas. La gente me pedía de un día para otro y yo los hacía".
Los disfraces también son parte de la historia de la Mariela. La libera hoy cuenta con1700 piezas de las más variedades y todos los talles. "Los trajes siempre fueron mi pasión. Me costó convencer a mi marido, pero un día en Buenos Aires, entré a una casa de alquileres y no dude un minuto".
Nelvis viajó durante 45 años de manera ininterrumpida a la ciudad de Buenos Aires para comprar los útiles escolares de cada año lectivo así como juguetes y otros productos que exhibió durante mucho tiempo en el local. "Llegué a viajar hasta dos veces por mes, especialmente en el mes de Navidad".
Un accidente que hoy la obliga a movilizarse con andador no es motivo para dejar de trabajar y su espíritu con ochenta años recién cumplidos la mantienen más vigente que nunca. "Ya no puedo viajar por mi minusvalía, pero los proveedores siguen confiando en mí como el primer día y no pienso dejar nunca mi trabajo porque amo la librería", indicó la comerciante.
Y opinó: "Veo mal a la educación, muy floja. Los chicos no saben leer, ni sumar. Hoy compran una calculadora a los 11 años. Antes los chicos venían a comprar cuadernos y colores para jugar y hoy eligen la computadora. Lo que más extraño es ver los chicos con juguetes como son las muñecas, las pelotas, el tractor o el juego de mate", finalizó.