En un colegio tomado no se aprende

Los planteos formulados se pueden resolver con el diálogo y no con medidas drásticas. La desmesura de tomar un colegio solo responde a intereses ideológicos y político partidarios. No a una verdadera preocupación por mejorar las condiciones en las que se desenvuelve la vida escolar.
En el país búmeran en el que vivimos, los "deja vu" se repiten con asiduidad. Es que los modos de protesta siguen siendo los mismos, aun cuando los problemas sean muy diferentes. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se han vuelto a producir casi una decena de tomas de instituciones educativas de nivel Secundario. Comenzó en la Escuela Normal Superior N° 2, Mariano Acosta y se propagó a otros colegios en reclamo de mejoras edilicias, cambios en viandas alimentarias y para resistir el cumplimiento de prácticas laborales en las empresas.
El derecho que los estudiantes tienen de manifestar su desacuerdo con algunas situaciones o decisiones es absolutamente legítimo. Pero el ejercicio de esos derechos supone la responsabilidad de las conductas. Se afirmará que son adolescentes y jóvenes que están aprendiendo a ser ciudadanos. En verdad es así. Pero aquí entran en juego también otras responsabilidades: la de los adultos -autoridades políticas, directivos, profesores y padres- que tienen la obligación de mostrar los caminos por donde transitar para resolver las distintas cuestiones. De esta manera, la crisis que podría surgir de algún reclamo estudiantil se transforma también en una oportunidad para el aprendizaje del correcto ejercicio de la ciudadanía.
En cualquier distrito de la Argentina de hoy, casi siempre tienen sobrados fundamentos las exigencias de mejorar la infraestructura escolar y de atender la calidad de las viandas alimentarias. El caso de las prácticas laborales requiere de un análisis más complejo, puesto que asoma como el intento de imposición de una visión ideológica frente a una decisión pedagógica que, está probado, resulta beneficiosa para que el estudiante se vincule con el mundo del trabajo. Vale recordar que, en la actualidad, la escuela Secundaria ya no solo debe preparar para que los jóvenes prosigan estudios superiores, sino también para adentrarlos en los distintos ámbitos laborales.
En este marco, los planteos formulados se pueden resolver con el diálogo y no con medidas drásticas. La desmesura de tomar un colegio solo responde a intereses ideológicos y político partidarios. No a una verdadera preocupación por mejorar las condiciones en las que se desenvuelve la vida escolar. Revela, además, una intención deliberada de ciertos grupos para "voltear" decisiones de política educativa. Una toma desvirtúa la importante función de un centro de estudiantes, invalida roles institucionales y subvierte la organización de una escuela. Y destroza la posibilidad del debate enriquecedor en el que se formulan y escuchan reclamos con el espíritu de buscar la mejor solución.
Así, el título de esta columna debe interpretarse literalmente. Con las tomas de un colegio no se aprende el correcto ejercicio de la ciudadanía, que es una de las premisas curriculares básicas. No se aprende a respetar la posición del semejante que piensa distinto, no se cultiva la virtud de la tolerancia, no se comprende que en una sociedad civilizada y democrática el legítimo derecho a la protesta se enmarca en determinadas condiciones para que la convivencia y el clima institucional favorezcan el aprendizaje de los estudiantes.