En esto no puede haber grieta
El ataque con bombas Molotov al edificio de Clarín es un signo de la difícil y controvertida realidad que se vive. No se puede comprender que en este país no se hayan aprendido las lecciones de un pasado reciente en el que la vigencia de las libertades fue suprimida, en el que la violencia ganó las calles y el antagonismo terminó en enfrentamientos.
El ataque con bombas Molotov al edificio del diario Clarín en la ciudad de Buenos Aires es un signo de la difícil y controvertida realidad que se vive en la Argentina, donde la violencia está ganando terreno y las acciones vandálicas e intimidantes se suceden.
El repudio generalizado debe dar paso a una investigación seria, que identifique a los responsables, para que la Justicia aplique las sanciones que corresponden. Quedarse en las palabras solamente no alcanzará en este caso, como en tantos otros graves episodios que están ocurriendo. Por ejemplo, las balaceras a comercios y escuelas en Rosario o las tropelías de algunos grupos que pretenden ser representativos de comunidades mapuches en la Patagonia.
En el caso del ataque al diario porteño, cuesta creer que quienes lo cometieron no supiesen que iba a provocar la reacción social que generó. La gravedad del hecho no deviene de arrojar algunos flamígeros artefactos contra un par de paredes y portones, sino por el mensaje simbólico que encierra ese acto: intimidar para evitar que se ejerza la libertad de prensa, una de las libertades fundamentales para la convivencia democrática. En este punto, es fundamental que la grieta no se inmiscuya, porque si ello sucede, la sociedad ingresará en un terreno oscuro que agigantará las diferencias, favorecerá a los violentos y a quienes pretenden abolir el derecho a la libre expresión.
La libertad de expresión que tiene su garantía máxima en la libertad de prensa no es un regalo de los gobernantes sino un derecho esencial de los ciudadanos en una democracia. Desafortunadamente, en los últimos meses se han alzado voces -en especial del oficialismo- que reclaman regulaciones y auguran "levantamientos" contra los periodistas y los medios de comunicación críticos. Esto ya ha sucedido en el pasado reciente. En un doloroso "deja vu", ha retornado la mala costumbre argentina de repetirse en el error y mantener la pendiente descendente que altera la convivencia y amenaza la paz social.
No se puede comprender que en este país no se hayan aprendido las lecciones de un pasado reciente en el que la vigencia de las libertades fue suprimida, en el que la violencia ganó las calles y el antagonismo terminó en enfrentamientos. La democracia que ya lleva casi 4 décadas en el país todavía tiene una cuenta pendiente: la de generar las condiciones para que el debate público no alcance virulencia y las conductas intolerantes dejen de manifestarse a cada paso.
Una democracia sin libertad de prensa no existe. No puede ser plena su vigencia si las voces que disienten con el poder son perseguidas, amenazadas y desprestigiadas. O si la violencia de cualquier tipo es el modo preferido para resolver las diferencias. En esta cuestión, no puede existir la grieta.