En el nombre del padre: la canción que nació en un hospicio

Un músico, antes de volverse estrella de rock, va a visitar a su padre, un médico que está internado en un hospicio. En el jardín, mirando el sol junto a él, va conectando imágenes y poesías que le permitan sobrevolar el abismo.
El muchacho, el hijo, Andrés, era cantante de una banda de rock, a principios de los noventa. Soñaban con ser leyenda como los Rolling Stones. Tenían ya su primer disco en la calle, de a poco comenzaban a sonar y estaban reuniendo material para su segundo álbum.
El hombre, el padre, había sido endocrinólogo. Pero no pasaba un buen momento. Una depresión, en parte por la convivencia de su profesión con el dolor y la muerte, lo había llevado a ser internado de urgencia en un hospicio bonaerense. Automedicación y mezcla de pastillas completaban un cuadro difícil. Este hombre se sentía en un callejón sin salida. No había hecho fortuna para dedicarse a otra cosa, como regentar un kiosco o un videoclub. Más tarde su hijo cantaría sobre los doctores crotos, indemnizados a porotos en tiempos de privatizaciones, pero en ese entonces sufría después de haberlo visto chocar varias veces por y contra su profesión. De ahí, quizá, que ya venía lagrimeando con un estribillo, unas líneas solitarias que se le habían ocurrido en la cocina de su casa: "Muy despacito, sobre el abismo, volaré".
Andrés fue a visitar a su padre. Se sentaron juntos en el jardín. Era un lindo día. En ese lugar, con ese paisaje verde de un infierno demasiado pacífico, se le ocurrió el comienzo de la letra que conectaba con su estribillo: "Jardines de calma feroz. Un sol de infinita paciencia".
El entorno paradójicamente idílico, la gracia triste de los locos cantando canciones, armando rondas, divirtiéndose con enfermeras que imitaban a estrellas de rock... todas las piezas fueron acomodándose dentro de la poesía.
En un momento, el padre le pide al hijo dejar los jardines y volver adentro del hospital.
Ahí se encontraron con un joven, también internado en el hospicio, que se había vuelto casi un amigo para el padre. Se presentó ante el cantante. Le dijo que lo conocía, que escuchaba su banda, que le gustaba su música. Le hizo un pedido:
-Andrés, vení, por favor. Acompañame un poquito.
No quería un autógrafo ni una foto. Solo darle la mano.
Andrés se fue de ahí con la obra prácticamente cerrada. "Muy despacito": una canción suave, de pocos acordes, pero con el impacto de las cosas bellas y simples, incluso para quien no conoce su trasfondo.
El disco, el que incluyó esta canción, se tituló como un lamento: "Ay Ay Ay". Y fue el comienzo de la popularidad para Andrés Ciro Martínez, el cantante, y su banda, "Los Piojos". Al poco tiempo, el padre de Andrés falleció. No llegó a ver el conjunto de su hijo volverse un suceso ya con el tercer disco, lleno de himnos, como "El farolito", la futbolera "Maradó" y "Verano del '92". No llegó a verlos compartir escenario con los Rolling Stones. Sin embargo, para Andrés, para los fans, esa canción dedicada al padre sigue siendo una de las más aclamadas. Esa y otra que queda casi desapercibida en el tercer disco. Allí, a propósito de otra historia, él invoca el nombre de su madre y de su hermana, y recordando nuevamente a su padre, volando despacito sobre el abismo, les dice: "Dale, Dolores, no llores. Dale. Todo pasa".