En el fondo, la libertad de expresión
La enorme catarata de reacciones frente a la multimillonaria compra de Twitter se debe a que la red social no es un activo. No es un objeto. Es un medio de información mucho más masivo de lo que puede pensarse. Por eso, en el fondo, lo que está en juego es el futuro de la libertad de expresión.
El anuncio de que el multimillonario norteamericano Elon Musk adquirió la red social Twitter ha generado innumerables repercusiones en la esfera económica del mundo occidental. Por las implicancias que tiene la descomunal cifra que se pagará por esta plataforma y por las consecuencias que esta operación podría acarrear para el ejercicio de la libertad de expresión en un mundo dominado por tecnologías de la información y la comunicación.
La filosofía del empresario parece ser "si no puedes unirte a ellos, compralos". Y los compró. Basta leer los portales de la prensa internacional para tomar nota de la controversia que se ha suscitado respecto de las medidas que el nuevo propietario tomará cuando se haga de la compañía, algo que recién ocurrirá dentro de algunos meses.
Posturas a favor y en contra se esparcen por igual en Internet y son motivo de arduos debates que, casi con seguridad, continuarán en el futuro cercano y tomarán caminos que estarán marcados por las decisiones que Musk adopte para el futuro de Twitter, una red social de 16 años de antigüedad que, sin dudas, se ha convertido en el centro del discurso público -especialmente político e ideológico- y en el que el debate sobre la libertad de expresión tiene siempre preponderancia.
"La libertad de expresión es la base de una democracia funcional, y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad. También quiero que Twitter sea mejor que nunca mejorando el producto con nuevas funciones, haciendo que los algoritmos sean de código abierto para aumentar la confianza, derrotando a los robots de spam y autenticando a todos los humanos", sostuvo el excéntrico multimillonario luego de que se anunció la compra. Es difícil estar en desacuerdo con esta defensa de una libertad esencial para la humanidad.
Sin embargo, corren tiempos de posverdad en la que la verdad "solo es verdadera" si se corresponde con la línea de pensamiento a la que se adhiere. Además, las noticias falsas aprovechan la falta de alfabetización tecnológica e informacional para manipular conciencias. Así, turbas de fanáticos usan otras redes sociales para difundir amenazas, datos falsos, discursos de odio e incitaciones a la violencia. En este contexto, Twitter ha sido muy criticado por la efectividad con la que logra moderar la expresión de sus usuarios. A pesar de haber dictado regulaciones y de errores que, a veces, cometen los moderadores, no ha conseguido desterrar este tipo de mensajes.
Por otro lado, la cultura de la cancelación de lo que no es "políticamente correcto" rige a pleno en el espacio de las redes. La censura es siempre una tentación cuando existe una sola voz que dicta lo que debe publicarse y lo que no. Sea por cuestiones ideológicas, religiosas, políticas o económicas, la posibilidad de cercenar mensajes que no se encuadran en categorías delictivas está siempre vigente.
Si el multimillonario se hizo de Twitter para imponer su propia visión de la libertad de expresión, puede agigantar la desinformación y el odio. Pero también podría suceder que la red se convierta por fin en un instrumento que garantice el ejercicio responsable de la libre expresión, aunque mantenerla libre de "bots" y mensajes basura parece algo imposible.
En definitiva, la enorme catarata de reacciones frente a esta millonaria operación de compra de una red social se debe a que Twitter no es un activo. No es un objeto. Es un medio de información mucho más masivo de lo que puede pensarse. Por eso, no es exagerado señalar que, en el fondo, lo que está en juego es el futuro de la libertad de expresión.