El valor central de la ciencia
En el mundo actual el conocimiento es un valor central. La ciencia no puede ser otra vez ninguneada y menospreciada cuando el virus deje de ser una amenaza.
Se afirma que la pandemia del coronavirus está redefiniendo el mundo. Que las condiciones en las que viviremos pasado este sofocón serán diferentes. Que el modo de encarar la vida tendrá modificaciones sustanciales. Quizás sea pronto para tener parámetros que remitan a cuánto se ajustan a la realidad estos pronósticos. Sin embargo, un ámbito muchas veces postergado ha recobrado vital importancia en todos los países y tendrá seguramente más incidencia en el futuro: la ciencia y la tecnología.
No hay dudas de que el papel de la ciencia en esta crisis mundial es vital. Fueron los científicos los que alertaron al mundo. Son ellos los que explican con claridad qué está sucediendo. Tanto, que programas de televisión banales y frívolos hoy son "copados" por expertos epidemiólogos. Es la ciencia la que monitorea la evolución de los contagios y las muertes. También busca con ahínco una vacuna o algún tratamiento eficaz. En el mientras tanto, asociada con la tecnología, procura llevar alivio e información correcta para que la gente conozca cómo actuar.
Con razón, se dirá que lo relatado es, esencialmente, el rol que la ciencia y la técnica tienen en una sociedad. Pero no siempre su papel central en la vida de los pueblos es debidamente atendido y valorado por los distintos Estados. En los países en los que se ha sufrido con mayor intensidad el impacto de la pandemia se reflexiona a diario en los medios sobre este tema. La política ha abandonado a su suerte a la investigación científica durante muchos períodos. En algunos Estados, casi siempre. Los recortes a la financiación de esta área son tan comunes como nefastos. Al existir otras "prioridades" en materia de gobierno, la redistribución de partidas presupuestarias impacta frecuentemente en las áreas que se ocupan de la ciencia y la técnica.
De este modo, solo cuando se viven circunstancias dramáticas como las actuales recobra valor la investigación científica y los gobernantes vuelven a proclamar su apoyo ferviente, muchas veces demagógico y tendencioso. A medida que pase la emergencia, volverá el ostracismo. Es que no se comprende que los resultados no llegan casi nunca sin una obstinada continuidad en la investigación. Y para ello se necesitan recursos humanos y económicos que no dependan de los humores de un gobernante ni de sus urgencias electorales.
El esfuerzo de la ciencia requiere de apoyo permanente. En el mundo actual el conocimiento es un valor central. La modernización de un país parte de él. La formación de científicos y técnicos es una misión que no puede ignorarse. Debe ser política de Estado permanente. La ciencia, productora de ese conocimiento especial que ayuda a mejorar la calidad de vida de los seres humanos, no puede ser otra vez ninguneada y menospreciada cuando el virus deje de ser una amenaza.