“El teatro no puede dar ninguna respuesta, pero tiene una montaña de preguntas”
Rafael Bruza se siente en su casa. Bueno de hecho es así ... hijo de esta tierra sanfrancisqueña volvió como el cerebro detrás de un éxito teatral como es la obra "Rotos de amor". Llegó casi de la nada, pasó rápido por acá pero en el viaje tuvo tiempo de ver como la ciudad, la suya, sigue intacta como su talento.
Por Manuel Montali
Días atrás se presentó en el Teatro Mayo la obra "Rotos de amor", un éxito que viene girando por todo el país y el exterior en una infinidad de formatos. Entre los espectadores que disfrutaron de la puesta de un verdadero "dream team" de actores estaba nada menos que el padre de la criatura, Rafael Bruza.
El reconocido dramaturgo local -actualmente radicado en Buenos Aires- hizo un periplo que incluyó hasta un viaje en taxi de Santa Fe hasta nuestra ciudad, para disfrutar como uno más de la historia que él mismo soñó con el trasfondo de su paisaje natal. Entrevistado por este medio, repasó su trayectoria y esa manía de llevar de viaje por todo el mundo a las historias y personajes de la ciudad sin río.
-Hijo pródigo o profeta en su tierra, ¿cómo es tu relación con San Francisco?
Hay una milonga que dice "Cuando se abandona el pago, tira el caballo adelante y el alma tira pa' atrás". Yo creo que esa es la relación que uno tiene con el lugar natal, lo ame más o menos, porque siempre se produce esa conjunción de amar determinadas cosas y odiar otras. Hay cosas que rechazo profundamente, como cierto espíritu piamontés, y otras amo decididamente. Empecé a crear muchas cosas sobre esta ciudad a partir de irme, porque tomar distancia te lleva a valorizar. Empecé a escribir, rescatar y ver valores e historias, ironías, situaciones, personajes, que antes no los tenía observados, y había convivido con ellos. Mi relación con San Francisco es como toda relación con lo que se quiere: compleja. Agradecida y reprobándola también. Donde se me junta además de tener a mis ancestros, a un hijo, con lo cual hay una continuidad en esta relación. No puedo dejar de escribir de esto.
"Empecé a crear muchas cosas sobre esta ciudad
a partir de irme, porque tomar distancia te lleva a valorizar. Mi relación con
San Francisco es como toda relación con lo que se quiere: compleja".
-Jóvenes, con formación política, introdujeron una forma de hacer teatro novedosa en una ciudad chica, recién reiniciando la democracia...
No era fácil desde un monto de aspectos, pero cuando uno estudia un poco el teatro sabe que es eso: siempre es provocador de algo. El teatro no va a provocar una revolución ni va a hacer cambiar los gobiernos, pero pone una espina en el estatus quo de un lugar, que vuelve molestas las cosas. Eso era lo que hacíamos en ese momento, en una ciudad que venía con conceptos viejos, en el mejor de los casos, porque no tenía una historia teatral fuerte, sino historias efímeras sin proyección como la que tuvo el taller municipal de teatro a partir de 1984. Eso hizo que se creara un gran movimiento de público importante para la proporción de la ciudad. Cuando uno instala esa espina, las cosas se empiezan a reacomodar, todos se empiezan a actualizar, porque también el mundo se está renovando constantemente, y una ciudad no está al costado de ese mundo. Hay una resistencia natural del hombre a los cambios, el hombre es conservador porque no quiere perder lo que tiene, pero como dice el dicho, "El que no arriesga no gana", y ahí es donde está la juventud, que es la que va a tratar de correr riesgos y traer algo distinto, a pesar de la pérdida de algunas cosas. Siempre el joven tiene algo para enseñar aunque no lo tenga claro.
-Fueron ustedes, los jóvenes, quienes inauguraron el "Teatrillo" local...
Lo inauguramos con prepotencia. En 1984 me contratan para formar el taller de teatro de acá. Yo ya vivía en Santa Fe desde hacía dos años, porque estaba buscando alternativas para desarrollar mi cosa teatral. San Francisco ya era imposible, no se puede ser tan autodidacta. El Teatrillo no existía, era un proyecto a medio construir. Las primeras obras se hacían en otra sala. Los espectáculos eran bifrontales, semicirculares... tenían formas extrañas, porque había que aprovechar el espacio. Este proyecto en cierne se iba a terminar vaya a saber cuándo. Entonces la inauguración fue cuando no se inauguró. Esto era todo cemento, y me propuse usarlo para hacer una obra que se llamaba "Picnic en el campo de batalla". Como era un lugar de guerra, el edificio a medio construir o medio destruido para el caso es lo mismo. Las paredes no estaban forradas y les tiramos bombas de alquitrán, total había que arreglarlas. Para efecto de acústica, como el techo no existía y era todo lata, creamos unas redes como si fueran del ejército y le metimos trapos arriba para crear acústica, e hicimos el espectáculo. Esto significó que en invierno nos cagábamos de frio. Pero ahí se empezó a usar el Teatrillo, porque de alguna manera impulsa que se terminara, algo que igual se hizo equivocadamente, porque era muy precioso, muy "chic", pero estaba preparado para asombrar y no para utilizar. Se quería algo para mostrar. ¿Mostrar qué? ¿Cosas muertas? Yo quería algo vivo. Empecé a volar y colgar cosas, como el barral para luminarias, para acercarlo más a lo que vemos actualmente. Me reprochaban que era un lugar para conferencias y no para teatro, pero ¿cuántos conferencistas podía tener la municipalidad? En cambio, el taller de teatro ya estaba en marcha. Fue una pelea muy grande. Ahora ya es utilizable, pero se tardó muchos años a fuerza de invadir el buen gusto o de provocarlo.
"El teatro no va a provocar una revolución ni va a hacer cambiar los gobiernos, pero pone una espina en el estatus quo de un lugar, que vuelve molestas las cosas".
-¿Cambió algo de aquellas primeras obras con talleristas a "Rotos de amor" con un elenco de primera línea?
Es muy difícil contestar sin decir que no hay ninguna diferencia, porque todo es parte de una misma cosa, no es que uno te enriquezca más y otros menos: todos lo hacen en la medida en que pueden. He tenido la suerte de hacer todo tipo de teatro, teatro escolar con Yolanda Bessone en el profesorado de historia, cosa que me enorgullece profundamente y me emociona porque ella dice que soy su maestro, teatro en universidad, municipal, independiente, oficial y comercial. Todo es importante e implica reconocimiento y conocimiento. "Rotos de Amor" se ha hecho en Chile, Bolivia, Uruguay, Venezuela, España, Estados Unidos... tengo críticas del Washington Post, en inglés, que no es poca cosa. Todo suma. Es parte de un fenómeno que uno no pensó ni buscó, porque estuvo centrado en otra preocupación, no si lo van a hacer actores famosos o no. La preocupación pasa por la construcción humana. Y fundamentalmente por una construcción ética. La finalidad del teatro es una construcción ética, y para eso he hecho y sigo haciendo teatro. La diferencia de la ética con la moral es que la ética no se termina, se la sigue buscando y perfeccionando con el tiempo. La moral la acepta, la cumple, no la cumple, y ya está.
-¿Qué destacás de la presentación en San Francisco de "Rotos de amor"?
Yo vine especialmente porque quería ver a Hugo Arana haciendo mi obra, quien reemplazó a Gustavo Garzón y que es un actor extraordinario para mí. Estuve esa noche cenando con él y le decía que lo vi por primera vez en 1978, cuando yo vivía en san Francisco y viajaba a Buenos Aires para ver teatro. Para saber algo de teatro me pagaba el pasaje los fines de semana, iba a un hotelito, no conocía a nadie, paseaba porque no sabía qué hacer durante el día, me compraba el diario y llegaba a ver hasta tres obras por noche. Ahí lo vi por primera vez. Fue un actor que me impresionó mucho. Y fue la razón por la cual, más allá de ver a mi mamá, hice el esfuerzo de llegar a un horario, y me tomé un remis de Santa Fe hasta acá.
-Autor, actor, director... y te tomás un remis como un chico para ver a un actor que te emociona...
Bueno... sigo vivo, ¿no? Sigo entusiasmado. Estoy haciendo una obra que es "Terrenal" en Buenos Aires, como actor. Es una obra que hace año que venimos haciendo. Llevo quinentas funciones, y no me canso. Otro personaje como ese no creo que pueda tener, ¡porque hago de Dios! Conclusión: he tenido la gracia, la maravilla, de poder hacer lo que quiero hacer, poder vivir con eso y criar hijos, pasar hambre, bronca, censuras, allanamientos y persecución. Pero vivo para esto. Y vivo por esto, porque esto también me transmite vida y me enriquece.
-¿Por qué seguir viendo teatro?
Lo que ves en teatro no se te borra tan fácil. Vos recibís la impronta de esa persona, los sentidos, sentimientos y personalidad, cosas que la televisión jamás te va a transmitir. Pero fundamentalmente porque se puede imaginar. En el cine o televisión no imaginás: ves. El teatro no lo hacen los actores, ni el autor, ni el director. Lo hacen los espectadores. No transcurre en un escenario, sino en la cabeza del espectador. Esta dialéctica que existe entre actor y espectador no se puede suplantar con nada. No hay cine ni 4D que pueda sustituirlo. Es la misma emoción que uno puede sentir en un museo al ver una obra que le puede haber llegado en fotos o reproducciones, pero que al tenerla enfrente es el hecho vivo. Esto en el teatro se multiplica más, el que está vivo es el cuadro y el artista al mismo tiempo. Por otro lado, el teatro ha sido todo en Argentina, por eso es tan fuerte: ha sido resistencia, oposición, refugio, protesta... El teatro ha mutado de acuerdo a los tiempos y siempre ha mostrado perfiles nuevos. Siempre fue provocador. Fue muy perseguido durante la dictadura, pero como los militares eran muy ignorantes, no entendían que el teatro era todavía más peligroso que lo que ellos creían, no por lo que decía la obra, sino porque está vivo. Ese es el peligro del teatro: es un hecho vivo que obliga a reflexionar. No importa la conclusión que luego saques, no podés no reflexionar. El teatro provoca a la conciencia. El teatro no puede dar ninguna respuesta, pero tiene una montaña de preguntas, y no hay nada más peligroso que una pregunta. Una pregunta que en un niño es simpática, en un adulto es peligrosa. Ese riesgo permanente del teatro es al mismo tiempo lo que le asegura su supervivencia.
"He tenido la gracia de poder
hacer lo que quiero hacer, poder vivir con eso y criar hijos, pasar hambre,
bronca, censuras, allanamientos y persecución. Pero vivo para esto. Y vivo por
esto, porque esto también me transmite vida y me enriquece".
-¿Se llega en algún momento?
No, ni en pedo. El teatro, como todo en arte, es un hecho cognoscitivo y no aprehensivo. Esto último son las ciencias duras. El teatro no se puede aprehender, se puede conocer. Y siempre vas a tener algo más por conocer. "Rotos de Amor" tiene ya muchas puestas en escena, unas treinta, que no es lo mismo que funciones. En mi imaginario planteo cuatro hombres heterosexuales: casado, viudo, separado, platónico... Cuando la hacen en España, al viudo lo plantean homosexual. Al verlo, quedo maravillado. ¡Cómo me alumbró esta gente! Me están diciendo que el amor del hombre también es parte del espectro del hombre, y lo agradezco: me hicieron pensar en algo que no pensaba al escribir, sumaron una idea más a mi obra, la hicieron crecer. Ni siquiera la obra terminad está terminada. El autor la larga y sigue caminando, creciendo y alimentándose. Esto es lo que me interesa. Por eso no se llega nunca, porque no hay nada más superficial que la veleidad, que la espera del reconocimiento. Decir llegué o soy bueno es frenar toda posibilidad de crecimiento.
Seguir a pesar de los alambrados
Las primeras críticas mediáticas de Bruza fueron negativas. El taller municipal de teatro que vino a dirigir a San Francisco arrancó con cuestionamientos sobre el material elegido. Pero este artista local tenía en claro lo que ya nos dijo: el teatro es provocación. Por eso, en "El cruce de la Pampa", Alvarito dialoga con el doctor Villafañe en medio del campo y le explica cuál es su mayor peligro: los alambrados. El maratonista ciego sabe que cada algunos metros se topará con una de esas barreras, y que el golpe será duro. Pero Alvarito, como Rafael, sabe que sigue vivo.La cuestión, entonces, es no dejar de correr.
San Francisco en la maleta
En "El cruce de la Pampa", obra que llegó hasta el cine, el entrañable Alvarito, un maratonista ciego inspirado en la historia de Severo Avaro, dialoga con el doctor Raúl Villafañe. En "Dos navegantes tras el mascarón de proa", aparece otro personaje local como Carlos Méndez... San Francisco, sus historias, viajan por el mundo en el maletero de Bruza.
"Tengo sesenta y tres años. Si me preguntan qué recuerdo del año pasado tengo que hacer un esfuerzo, que no necesito si la pregunta es sobre hace treinta años, porque la memoria estaba más fresca, todo se recibía de manera distinta... Hay un montón de razones. He escrito y sigo escribiendo sobre San Francisco. En todas las obras hay una alusión, algunas son más directas y otras hay que develarlas", dijo.
A ello añadió: "En 'Rotos de Amor', hay una parte que no se trajo a escena en esta adaptación, en donde los personajes se quieren suicidar tirándose al vacío. La imagen con la que escribí esa escena es la del Banco de Córdoba. Los personajes deciden no suicidarse y van a comer una pizza al 'Molino de oro', que estaba en Bv. 25 de Mayo. En otra obra que publiqué recientemente y se llama 'Tango Turco', los protagonistas son dos artistas del Marabú, un cabaré histórico de San Francisco... Sigo usando esas referencias, porque las imágenes que uso son las de mi vida, que tiene gran parte que ver con San Francisco".