El rostro invisible de la Enfermería
Antonio Argerich fue jefe de Enfermería en el Hospital J.B. Iturraspe y el primer profesional del área de salud que murió ejerciendo su deber. En su honor hubo un pabellón de aislamiento para enfermos donde había un retrato que fue quitado y se perdió en el tiempo.
Por Ivana Acosta | LVSJ
Argerich es un nombre que por otras razones también vinculadas a la salud muchos han escuchado, pero la persona que motiva la historia es otra. Se llamaba Antonio Argerich y murió el 1 de octubre de 1919 a causa de lo que en aquel entonces llamaban gripe y que con el tiempo se renombró gripe española.
Vale aclarar que lo de "española" fue una denominación atribuida al único país en ese entonces que denunció las masivas muertes y expansión del virus cuando se escondían a nivel informacional sus efectos mortíferos.
Antonio fue en San Francisco el primer agente sanitario fallecido en cumplimiento de su propio deber precisamente de esta enfermedad. Entregó su salud a cambio de la atención de otros padecientes, en una época dura sin los avances tecnológicos de ahora y con no muchas más herramientas que las humanas.
La gripe española que aniquiló las vidas de muchas personas en el mundo y nuestro país tuvo entre los nombres de la lista de más de 14.000 personas a Argerich, un hombre que fue el jefe de Enfermería en el Hospital J.B. Iturraspe y un amigo entrañable de Tomás Areta, quien fuera subdirector y luego director del nosocomio.
El profesional justamente en un homenaje por su aniversario varios años después recordó cuando un pabellón de aislamiento en el Hospital fue bautizado con su nombre. La ocasión sirvió para que Areta contara con pelos y señales como fue ese enfermero hasta el último momento de su vida.
Acerca de su amigo dijo: "Pareciera que la puesta en actividad del pabellón hubiera mermado la epidemia más que las propias medidas profilácticas prodigadas a la ciudad y zona. Desde hace varios años solo algún caso aislado de peste ganglionar aparecería".
Su figura fue tan importante que la necrológica de aquel entonces realmente transmitía un sentimiento que a veces con palabras se hace difícil graficar.
"Joven aun, acaba de fallecer en el Hospital Iturraspe el enfermero, jefe del mismo, Don Antonio Argerich. Desaparece con su prematura muerte (tenía unos 40 años) uno de los mejores servidores del establecimiento en el que actuara desde sus principios con una actividad e inteligencia encomiables, siendo un verdadero apóstol de bondad para con los menesterosos y los castigados por la desgracia", resalta el escrito de LA VOZ DE SAN JUSTO publicado el 5 de octubre de 1919.
La fecha es varios días después de la oficialización de su muerte dado que en aquel momento las ediciones eran semanales, una modalidad que pervivió en el tiempo hasta que se decidió un cambio en la impresión.
Hecha la salvedad, el aviso necrológico agregaba: "Unida a sus excelentes cualidades de bondad, actividad e inteligencia poseía una honradez a toda prueba, lo que hizo que en el Hospital se depositara en él la más amplia confianza y se le encomendaran las más delicadas misiones. Será pues en tal sentido, difícil reemplazarlo".
No solo era la mano derecha de Tomás Areta, aunque sus áreas de trabajo eran diferentes, en el ámbito de la salud trabajaban al mismo nivel y codo a codo para tratar los males de la época que aquejaban a los vecinos entre ellos la enfermedad que se llevó su vida.
El pabellón que tenía su nombre desapareció, tal como su retrato poco después de inaugurado. Su rostro quizás sea una incógnita para todos, más sus cualidades siempre quedarán prolijamente impresas en el diario como el "cabo enfermero de grandes cualidades, hombre humanitario y digno" que murió de aquella gripe devastadora.