El retorno pleno del Día del Estudiante
Lo festejos en la Plaza Vélez Sársfield devuelven la visibilidad perdida a la juventud. Resaltan su espíritu libre y su sana rebeldía. Activan su alegría natural y sus ganas de vivir. Por extensión, la comunidad toda vuelve a florecer.
Luego de dos años, ayer volvió la fiesta de los estudiantes a la plaza Vélez Sársfield. La celebración se prolongará hasta hoy, en lo que significa reeditar las actividades que ya se han vuelto tradicionales para esta fecha. El enorme escenario montado en el sector este del citado paseo público ofrecerá numerosos atractivos y la alegría que reinará entre los jóvenes que se den cita permitirá, quizás, cerrar una etapa aciaga que duró dos años, signada por la enfermedad, las restricciones y la imposibilidad de recrear el festejo.
La llegada de la primavera coincida con el día en que los estudiantes celebran. También en esta fecha se repatriaron desde Paraguay los restos de Domingo Faustino Sarmiento, el verdadero impulsor de la educación pública en el país, más allá de cualquier consideración ideológica que pretenda hacerse. El colorido y el alborozo de estas jornadas se entronca, de este modo, con la reflexión que puede hacerse en torno a la trascendencia que debe una sociedad otorgar a la educación.
Es que una sociedad que no contemple la prioridad de una más profunda calidad educativa no encontrará nunca horizontes de elevación para elevarse. La pandemia en la educación fue un proceso complejo y dificultoso que afectó a todos los actores. En especial a los estudiantes. Los problemas surgidos en este período se han hecho presentes en las aulas con la presencialidad plena. Al mismo tiempo, han repercutido negativamente en muchas familias. Por ello, la festividad de estos días puede constituirse en un bálsamo que repara daños y devuelve esperanzas.
Hace 120 años que los estudiantes celebran su día en la Argentina. La efeméride nació en 1902 por iniciativa de un grupo de estudiantes de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desde entonces, con los lógicos cambios culturales y tecnológicos, la fiesta es sinónimo de algarabía que abraza la renovación y la creatividad. Renovación de la naturaleza que deja atrás el frío invernal. Creatividad del espíritu humano que, especialmente este año, redescubre el encuentro personal con el otro. Es un signo más de la necesaria restauración de las heridas que dejó la pandemia.
Las actividades que tienen su epicentro en la Plaza Vélez Sársfield devuelven la visibilidad perdida a la juventud. Resaltan su espíritu libre y su sana rebeldía. Activan su alegría natural y sus ganas de vivir. Por extensión, la comunidad toda vuelve a florecer, a encender la llama que rejuvenece y el disfrute de vivir. Mucho más después de los difíciles tiempos dominados por el virus y sus consecuencias.
En este marco, el tan esperado momento para desempolvar el gozo de celebrar el Día del Estudiante merece tener el mejor marco. Y, para ello, es responsabilidad de las autoridades y organizadores establecer controles efectivos que impidan desbordes nocivos y consumo de alcohol en exceso. Si ello ocurre, las actividades transcurrirán con normalidad, tal como había venido aconteciendo en los últimos años.
Celebrar la fiesta de los estudiantes se ha transformado en una sana tradición sanfrancisqueña. Replica ciertamente festejos similares que se producen en todo el país. Pero tiene aristas bien locales que merecen ser destacadas. Es de esperar que la fiesta sea completa y que todos los estudiantes disfruten del retorno del festejo presencial, de compartir con sus pares y de celebrar que la vida ha ganado una enorme batalla.