Día de la Madre
El refrán se cumplió: su hija llegó con un “título” bajo el brazo
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Dicen que cada bebé llega con un pan bajo el brazo, pero en la vida de Marianela Alcántaro ese regalo fue aún mayor: su hija Delfina trajo un título. Después de diez años de espera, volvió a ser mamá y está por terminar el secundario nocturno en el Cenma Ravetti. A los 38, cursó hasta los nueve meses de embarazo y regresó al aula con su beba en brazos, convertida en abanderada y ejemplo de esfuerzo, amor y esperanza.
Por María Laura Ferrero | LVSJ
La historia de Marianela Alcántaro (38) se escribe entre la constancia y el amor. Desde hace 18 años comparte la vida con su esposo, Claudio Vaudagna (47), profesor de Educación Física, con quien formó una familia marcada por la unión y la fe. Juntos son padres de Maia, de 17 años, y de Delfina, una beba de apenas dos meses que llegó como un milagro después de una larga espera.
“Estuvimos diez años buscando ser padres otra vez —contó Marianela—. Me hice muchos estudios, todo estaba bien, pero el embarazo no llegaba. Y cuando me relajé, cuando empecé el colegio y mi cabeza se enfocó en otra cosa, quedé embarazada. Fue un regalo de Dios”.
Aquel momento coincidió con su segundo año en el Cenma Dr. Francisco Ravetti. “Fue un mes antes de la fiesta de fin de año. Habíamos ido a Santa Fe con mi marido y mi hija para buscar el título de licenciado de él, y me sentía muy mal en el viaje. Cuando llegamos a casa me hice el test y dio positivo. No lo podíamos creer. Lloramos los tres. Fue nuestro regalo de Navidad”.
El aula, donde todo fue posible
Desde ese momento, Marianela decidió continuar. Trabajaba en una rotisería, cursaba a la noche y transitaba su embarazo con esfuerzo, pero con alegría. “Vine al colegio hasta los nueve meses de embarazo. Después me tomé un mes de licencia, y cuando nació Delfina, volvió conmigo al aula. Desde el primer mes de vida viene conmigo todas las noches. Toma teta, y los compañeros, los profes, todos me ayudan a cuidarla”.
Marianela habla con gratitud de la comunidad del Cenma Ravetti. “Estoy muy agradecida con la escuela. Las autoridades, las profesoras, las preceptoras, todos me dieron una mano. Desde el primer día me hicieron sentir contenida. Cuando la beba lloraba, me decían que la trajera, que entre todos la íbamos a cuidar. Y así fue. Me sentí muy cómoda al volver. Nunca me hicieron sentir que molestaba. Al contrario, fue un ambiente lleno de cariño”.
Ese acompañamiento fue clave para que pudiera continuar. “Gracias a esa contención yo pude seguir. Si no, hubiera sido imposible. Por eso digo que el colegio no solo me enseñó, sino que también me sostuvo”.
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Redes de afecto
En la historia de Marianela, la familia y la escuela se entrelazan como una gran red de apoyo. Su marido y su hija mayor fueron los primeros en alentarla a volver a estudiar. “Volví al colegio gracias a mi hija y a mi marido. Ellos fueron los que insistieron: ‘vos podés, te vamos a ayudar’. Y cumplieron. Me acompañaron en todo”.
También fue fundamental la ayuda de sus hermanas Liliana y Romina Alcántaro, a quienes invitó a sumarse al proyecto de terminar el secundario. “Empecé primer año con mis dos hermanas. Una siguió conmigo, la otra no pudo continuar, pero fue hermoso compartirlo”.
Su cuñada también tuvo un papel importante en esos primeros pasos. “Ella me ayudó muchísimo el primer año, cuando me costó volver al ritmo del estudio después de tantos años. Me explicaba, me acompañaba, me daba fuerzas”.
El apoyo se extendió a sus compañeros. Durante el mes de licencia tras el parto, iban a su casa a trabajar juntos. “Me traían los apuntes, me explicaban lo que no entendía. Eso me emocionó mucho, porque sentí que no estaba sola. Formamos una especie de familia dentro del colegio”.
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Una bandera que representa esfuerzo
Esa dedicación y compromiso se reflejaron también en su rendimiento académico. Marianela fue elegida abanderada junto a su hermana Liliana, un reconocimiento que resume su trayectoria y su constancia. “Me gusta aprender, me gusta hacer las cosas bien. Si algo no me sale, pregunto, busco ayuda. No es solo venir a cumplir. Para mí esto fue una meta personal, algo que me debía”.
Ser abanderada, dice, fue un orgullo para su familia y una lección para su hija. “Maia se emociona cuando me ve estudiar. Ella me dice que soy un ejemplo. A veces me ayuda con los trabajos o me explica algo. Otras veces soy yo la que la ayuda a ella. Es lindo compartir eso”.
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Inspirar a otras
Marianela sabe que su historia puede servir de impulso para otras mujeres. “Hay muchas mamás que tienen miedo de volver a estudiar. Les da vergüenza o piensan que no van a poder. Yo también tuve miedo, pensaba que no iba a poder con todo: el trabajo, la casa, la beba, el estudio. Pero se puede. Si hay ganas, y si uno se deja ayudar, se puede”.
La suya es una experiencia que demuestra cómo la maternidad y el aprendizaje pueden convivir. “Traer a mi beba al colegio fue una experiencia hermosa. Todos me recibieron con cariño. Ella toma la teta y cuando se pone inquieta, enseguida alguien me da una mano. Hay mucha contención, y eso te da fuerzas. El colegio se convirtió en un lugar donde me siento cómoda, feliz y segura”.
Una segunda oportunidad
Después de haber dejado la escuela en su adolescencia, retomar los estudios fue también un acto de reparación personal. “Cuando era chica lo había intentado, pero no pude. Me había quedado pendiente. Y eso te queda adentro. Uno siente que tiene algo inconcluso. Hoy lo estoy cerrando, y eso me da una paz enorme”.
Ahora, con su título a punto de llegar, Marianela mira hacia adelante. “Quiero seguir estudiando algo más. No tengo definido qué, pero me interesa marketing o algo relacionado. En la Tecnoteca me contaron que hay cursos, y quiero aprovecharlos. Aprender me dio seguridad, me abrió la cabeza. Ya no tengo miedo de intentarlo”.
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El ejemplo que se multiplica
En el Cenma Ravetti, la historia de Marianela es conocida por todos. No solo por sus buenas notas o por su presencia constante, sino por su espíritu. “Ella representa lo que este espacio busca: que todos tengan la posibilidad de aprender, sin importar la edad o las circunstancias”, coinciden sus docentes y directivos.
Marianela, por su parte, devuelve ese reconocimiento con gratitud. “Si hoy estoy terminando el secundario, es gracias al colegio y a la gente que trabaja ahí. Me dieron todas las posibilidades para seguir: me escucharon, me acompañaron y me ayudaron a organizarme. Sentí que creían en mí, y eso te cambia todo”.
Mientras habla, acaricia a Delfina, que duerme tranquila sobre su pecho en un aula vacía donde se hizo la entrevista. “Ella también forma parte de esta historia. Creció entre carpetas y libros, rodeada de afecto. Y ojalá algún día, cuando sea grande, entienda que su mamá volvió a estudiar para enseñarle con el ejemplo.”.
“Nunca es tarde para aprender”
En la recta final del año, a Marianela le quedan apenas unas semanas para terminar el secundario. Cada noche llega al aula con su mochila, su carpeta y su bebé. La imagen resume lo que significa estudiar con amor: aprender, criar y crecer al mismo tiempo.
“Nunca es tarde para estudiar, ni para volver a empezar. A mí me cambió la vida. Me dio seguridad, me ayudó a creer en mí. Quiero que otras personas también se animen. La escuela no tiene edad, tiene sueños”.
Marianela Alcántaro —madre, esposa, estudiante y abanderada— es hoy el rostro de una historia que trasciende las aulas. Una historia que enseña que los sueños, cuando se sostienen con amor, siempre encuentran su camino.
“Mi mamá es un ejemplo”
Maia cursa quinto año en el Ipem N° 315 “José Hernández” de San Francisco. Habla con la madurez de quien se sabe testigo de una historia importante. “Estoy muy orgullosa de mi mamá. Es un ejemplo enorme para mí. Siempre quiso terminar el secundario, pero tenía miedo. Y cuando lo logró, me enseñó que nada es imposible”.
Para ella, acompañar a Marianela fue un aprendizaje compartido. “A veces la ayudo con los trabajos o con alguna materia. Otras veces es ella la que me ayuda a mí. Tenemos una relación muy compañera. Verla estudiar, esforzarse, ser mamá y trabajar me inspira”.
Maia también habla del cambio que significó la llegada de su hermana: “Siempre quise tener una hermana, pero después de tantos años pensé que no iba a pasar. Cuando supe que venía Delfina, fue una felicidad enorme. Llegó en el momento justo”.
Y sobre su futuro, agrega con una sonrisa: “Yo quiero estudiar Psicología en Córdoba. Tengo dos ejemplos en casa: mi papá, que es profe, y mi mamá, que nunca bajó los brazos”.