El poeta que no bromeaba
Fue conocido por su música, pero quizá antes (al menos cronológicamente) fue un poeta. Acumuló obras, mundo, dinero, mujeres, vicios... vidas. Pero lo que más disfrutó de coleccionar fueron anotadores, siempre esparcidos a su alrededor, desde los bolsillos hasta el congelador. Esta es la historia de un hombre que invocó a la muerte para que lo encontrara con la lapicera en la mano.
Por Manuel Montali | LVSJ
En un autorretrato de surcos profundos, mirada seria, había anotado: "Esto no es una broma, por eso tiene tanta gracia. Es la esencia misma del humor canadiense". A lo René Magritte con su pipa: "Esto no es una broma".
Para finales de 2016, Leonard Cohen tenía el cuerpo roto por todos lados, pero lo desvelaba terminar un libro. Entonces, a todo el que quería contactarse con él, lo recibía con un poemita breve, apenas una frase, fácil de interpretar. Decía: "No molestar". Punto.
Era muy conocido como músico. Pero quizá ante todo era un poeta. Es cierto, resultaría difícil discernir con seguridad hacia dónde se dirigían primero sus sentidos. Tan cierto como que él iba a todos lados con una libreta. No una guitarra: una libreta. Y anotaba.
Leonard había visto la luz de Montreal junto con el otoño de 1934. En su cronología, lo primero que mostró al mundo fue un libro: "Comparemos mitologías", de 1956. Después siguió publicando una docena de poemarios y novelas. También editó diecisiete álbumes musicales. Había acumulado obras, mundo, dinero, mujeres, vicios... vidas. Pero quería que el final lo encontrara con la lapicera en la mano.
Porque si algo había disfrutado acumular, eso era anotadores. Su hijo, Adam, contó que cuando era niño, solía pedirle dinero para comprar cosas, y su padre lo mandaba a rebuscar en los bolsillos de sus sacos. Lo primero con lo que se topaba era siempre una libretita. La escena siguió repitiéndose cuando éste, ya más grande, iba detrás de encendedores, fósforos o cigarrillos. Armarios, cajones, bibliotecas... Todo alrededor de Leonard mostraba su paso con algún bloc garrapateado. El hijo llegó a abrir un congelador para buscar una botella de tequila y ahí, con las páginas desnudas temblando por la escarcha, apareció una libreta.
En octubre de 2016, Leonard terminaba de publicar un disco hermoso, llamado "Lo quieres más oscuro" (You want it darker), en el que con su voz hecha ya un gruñido bajo, un ronquido de tipo bien vivido, le aseguró a D--s (antigua veneración judía de negarse a escribir el nombre completo) que ya estaba listo, que abandonaba la partida.
En entrevistas posteriores, reculó un poco, aseguró que bromeaba, que no debían interpretarlo con tanta literalidad. Que pensaba quedarse un poco más... Porque quería terminar un libro. Y entonces, mientras su álbum recién editado empezaba a cosechar elogios y premios, el anteponía su "No molestar" a todo el que quisiera contactarlo.
Así, en su cronología, lo último que preparó para el mundo no fue ese disco en el que fanfarroneaba con la muerte como con una mujer, para que pasara a buscarlo, sino un nuevo poemario, titulado "La llama".
En el poema final de esa obra, en la última frase, se lee: "Ruego por coraje, al final, para ver la muerte viniendo, como una amiga".
Dijo que estaba listo para partir. Después dijo que no lo tomaran tan en serio. Pero se fue igual, a los pocos días, el 7 de noviembre de 2016.
Al final, no fue una broma, y por eso tuvo gracia. Es la esencia misma del humor canadiense.