Opinión
El país del desasosiego
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Una semana repleta de conceptos que comienzan con el prefijo “des” retrata el ánimo ciudadano: desatinos, desconcierto, desencanto son consecuencia de incertidumbre política, remezones financieros y hartazgo ciudadano. Entre derrotas parlamentarias, dólar inestable y promesas agotadas, se repite un ciclo que acrecienta la fatiga.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
"Lo que sobre todo tengo es cansancio… Todo me parece anticipadamente frustrado", escribió Fernando Pessoa en su Libro del Desasosiego. Ese sentimiento, nacido en la intimidad atormentada de un personaje llamado Bernardo Soares, -un simple auxiliar contable en el que se expresaba la voz del poeta portugués, uno de los más influyentes del siglo XX-, parece hoy retratar el pulso de la Argentina.
La incertidumbre política frente a la próxima elección legislativa, los remezones financieros que vuelven a convertir al dólar termómetro de angustias cotidianas, y el hartazgo ciudadano ante la repetición de situaciones críticas ya conocidas, conforman un mismo estado de ánimo: el desasosiego como marca de época.
Los hechos de la última semana parecen haber profundizado esa sensación. En realidad, los días recientes fueron un festival del prefijo “des”: desatinos que multiplicaron derrotas del gobierno en el Parlamento, desconfianza de los mercados, desmarques de dirigentes cuyo silencio atruena, despropósitos opositores amnésicos de sus propios fracasos, desencanto político, desapego social, descontento creciente. Una nueva sombra de desesperanza se filtra por los agrietados muros agrietados de un país que no halla el rumbo.
El lunes, el presidente presentó el proyecto de presupuesto 2026 en un tono más mesurado que en otras ocasiones, acaso intentando desmarcarse de su estilo habitual. Prometió trabajar “codo a codo” con gobernadores y legisladores, pero horas después vetó la ley de los ATN promovida por aquellos con los que decía querer acordar. La realidad parlamentaria le devolvió un nuevo revés: derrotas estrepitosas. La debilidad política del gobierno ya no es una percepción: es un hecho.
A partir de allí, queda allanado el camino al descalabro (otro “des”) financiero. El ministro de Economía eligió un extraño recurso para devolver algún grado de certeza: recurrió a una plataforma de streaming oficialista con la evidente intención de devolver algo de quietud a la turbulencia y antes de que todo se vaya al nombre de ese canal: “Carajo”. Ratificó que venderá todos los dólares necesarios si la cotización supera el tope de la banda de flotación y aseguró que “todo irá bien”, con la esperanza de que después de las elecciones las aguas se aquieten.
La historia de todos los gobiernos anteriores demuestra que el voluntarismo no alcanza. Reordenar la política y la economía obligará a un esfuerzo de tinte psicológico para volver a reunir a quienes destrató. La moderación impostada del presidente (también replicada Kicillof) y un par de decisiones que alejarían el apellido Menem de la estrategia proselitista oficial serían algunos de los caminos elegidos para recomponer la relación con los gobernadores y el Congreso. Aun así, aquel triunfo arrasador de octubre parece hoy lejano, mientras el descontento social crece.
Ya en el año 2000, Tomás Eloy Martínez describía un clima similar: “Hay ya cierto hartazgo por tantas desdichas acumuladas (…) Las críticas se concentran no sólo en el gobierno sino en todo el espectro de la dirección política.” Un cuarto de siglo después, la impresión es la misma: la dirigencia no solo no resuelve, sino que agrava los problemas.
Volviendo a Pessoa y su Libro del Desasosiego, Bernardo Soares, aquel gris heterónimo del poeta portugués protagonista de su “autobiografía sin hechos”, advertía: “Hay momentos en los que todo cansa, hasta aquello que debería descansarnos. Lo que nos cansa, porque nos cansa; lo que debería descansarnos, porque nos cansa la idea de alcanzarlo.”
En esta Argentina del desasosiego, hasta las promesas fatigan. Para el 26 de octubre falta una eternidad.