El montaje final: a 20 años de la última gala de Patricio Rey

Se cumplen dos décadas del show de Los Redondos en Córdoba, una noche que pasó a la historia y quedó entre las páginas más importantes del rock nacional. Cómo la banda se despidió al igual que llegó: en silencio.
Por Gabriel Moyano/LVSJ
"Por mis penas bailá, y por tu soledad". La voz del Indio quedó resonando como plegaria en las abarrotadas tribunas del "Chateau". Fue la última frase que dejó una noche cordobesa llena de magia en la que los privilegiados asistentes presenciaron -sin saberlo- el último show de la banda de rock argentino más convocante de la historia.
Es que ese 4 de agosto de 2001 pocos conocían los conflictos internos de la sociedad Solari-Beilinson y además, había una fecha posterior programada para diciembre en Santa Fe, que finalmente no se realizó por el estallido social que conmovió a la Argentina ese mes. Luego, la convivencia interna de los líderes de la banda se terminó de romper y sin decir "adiós" Patricio Rey entró en un largo letargo.
Entonces, esa noche todo fue celebración. Porque los Redondos venían de una doble fecha en la cancha de River que terminó en tragedia (un hombre que estaba hiriendo a la gente con un arma blanca murió luego de ser golpeado por los propios asistentes) y la posibilidad de encontrar una ciudad que les abriera la puerta luego de tal episodio era muy incierta.
Pero Córdoba lo hizo y la banda rompió récords. Las tribunas literalmente temblaron sacudidas por las 45 mil almas que llegaron desde todo el país, algo que a esa altura ya era todo un fenómeno, que luego se trasladó a los shows del Indio como solista.
La
convocatoria superó a otros gigantes que habían tocado en el hoy Mario Kempes:
Madonna (44.000), Soda Stereo (43.000) y Paul McCartney (42.000).
La llegada de Los Redondos a Córdoba se acordó en una reunión entre la Negra Poli y el por entonces intendente Germán Kammerath. Las entradas se vendían en las Disquerías Edén a 22 pesos el campo y 25 la platea.
Junto con el ticket venía un poster diseñado por el encargado del arte gráfico de toda la vida de la banda, Rocambole. Un detalle poco conocido: en el afiche, desde la palabra Estadio se ve a un hombre en caída libre. Terminaría siendo un triste presagio.
No era un show más para una ciudad acostumbrada a grandes espectáculos. Es que junto con el grupo llegaban las famosas "bandas" de seguidores desde todas las provincias e incluso desde países limítrofes.
Desde varios días antes de la fecha, los cordobeses inadvertidos se sorprendían por la presencia de acampes en la Plaza de la Independencia, el Parque San Martín y en las inmediaciones del estadio.
Para ponernos en contexto: crisis económica, secuelas de los 90s y una relación tensísima entre los seguidores de la banda y la policía, que tenía como hobby recibirlos a los palazos en cada presentación. Cabe recordar que 10 años antes del show un pibe de 17 años había sido asesinado a manos de la Policía Federal luego de un recital en Obras.
Por ello el operativo fue gigantesco: participaron 2.500 efectivos, el triple de lo que se solía emplear para un clásico Belgrano-Talleres. Hubo varios anillos alrededor del estadio que solo se podía atravesar a pie y con entrada en mano.
Los músicos se hospedaron en la Hostería Hipocampus de Carlos Paz. Salieron hacia Córdoba a las 17, y producto del lógico embotellamiento, por poco no llegna al estadio. Cuenta la leyenda que en uno de los controles no los dejaban pasar y el Indio tuvo que mostrar su rostro para que les creyeran que eran la banda.
Un show épico
De las dos horas y media que duró el recital hay muy pocos registros: una cámara de mano que filmó desde la platea y un audio de consola que se convirtió en furor los días posteriores. La banda venía de estrenar el que sería su último álbum -Momo Sampler- y lo tocó prácticamente entero.
Con un sonido mucho más profesional y técnico (tocó con dos baterías) más una puesta en escena a cargo de Rocambole, el show no tuvo desperdicio. Uno de los puntos altos fue la ejecución de Sheriff (tema que tenía destino de clásico) ante un estadio iluminado por encendedores y bengalas.
El Indio, como de costumbre, llegó a la fecha quejándose de problemas de salud. Le agradeció en vivo a su médico personal "que decadrón mediante" lo puso en condiciones de subirse al escenario.
Cuentan que la Sole y Pablo Echarri fueron algunos de los famosos que asistieron. Solari, también como de costumbre, se molestó con la cantidad de zapatillas que arrojaban desde el público: "¿qué te crees boludo? ¿qué esto es Los Violadores? vení a tirarme cosas al camarino", gritó.
Si bien la organización estuvo impecable, otra muerte se sumó a la lista negra de los shows ricoteros. Jorge Felippi, un santafesino que tenía 31 años, falleció al caer de una de las tribunas al estacionamiento del estadio (de allí lo escalofriantemente premonitorio del poster).
El show tuvo la particularidad de no terminar con Ji Ji Ji, un clásico obligado para el cierre que se mantuvo durante la trayectoria del Indio en su proyecto con Los Fundamentalistas. Si bien había sido anunciado como tema final ("esta murga se las pica", dijo Solari) luego tocaron "Un Angel para tu Soledad" con las luces encendidas.
De esa manera, con el punteo final de Skay, Indio bailando y una multitud haciendo pogo, se producía el último acto de una banda que se convirtió en leyenda, porque desafió a todas las estructuras de la sociedad argentina (la industria musical, las instituciones policiales, la política) e hizo de la autogestión su grito de guerra.
Y esa murga se las picó nomás. Pero 20 años después, Los Redondos siguen viviendo en banderas, tatuajes, cantos de cancha, en la retina de quienes presenciaron esa mágica noche cordobesa y en quienes sin verlos en vivo se abrazaron a su música y a todo lo que representan.