Análisis
El lunes nos espera
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Cada elección parece un nuevo comienzo para un país que no logra continuidad ni acuerdos básicos. Entre la incertidumbre financiera, la polarización y el descrédito político, el desafío será reconstruir confianza más allá de los resultados del domingo.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Refundar la Argentina cada dos años es una tarea demencial que surge de la ineptitud de la dirigencia para generar acuerdos básicos que permitan una relativa normalidad y proyectar el futuro más allá de una elección legislativa. Como ya ha sucedido en la historia reciente, otra vez el sano ejercicio del voto es presentado por la política como un hecho en el que están en juego los sueños, los anhelos y la vida de los argentinos. Volvemos a espejarnos en nuestros desencuentros.
El tembladeral financiero de las últimas semanas -que no pudo ser contenido ni siquiera con la intervención del Departamento del Tesoro de la principal potencia mundial- refleja incertidumbre y falta de confianza. Y, exceptuando a los fanáticos, también descreimiento. Descreimiento, en algunos casos, sobre la capacidad del gobierno para administrar los sobresaltos, morigerar sus luchas internas y atenuar sus errores políticos. Esto se verifica incluso entre quienes reconocen que la base de la recuperación económica pasa por la eliminación del déficit fiscal, la reducción de la inflación y observan como favorables ciertos aspectos de la denominada “batalla cultural” y el alineamiento con Estados Unidos.
Similar desconfianza recae sobre el kirchnerismo y otras fuerzas que se presentan como alternativas a la polarización, pero que conservan muchos de los vicios que sumieron al país en la decadencia. Para los más fervientes opositores, la consigna se resume en adquirir la fuerza para “Frenar a Milei”, aunque sin ofrecer ideas distintas a las que ya fracasaron bajo sus gobiernos. Quienes hicieron del Estado su propio botín hoy se presentan como adalides de los valores republicanos, después de haberlos menospreciado. Como se leyó esta semana, son quienes “se horrorizan porque falta una alfombra después de haber saqueado la casa”.
Con el dólar como protagonista, también se discutió si los resultados electorales debían difundirse distrito por distrito o a nivel nacional. El debate se disipó rápidamente, porque en definitiva solo importa la cantidad de bancas que cada lista obtenga. Ese número trazará la nueva relación de fuerzas en el Congreso a partir de diciembre y, con ella, llegarán las interpretaciones políticas.
Sin embargo, las lecturas posibles se multiplican: ¿hasta dónde podrá el oficialismo considerar que obtuvo apoyo político? ¿Con cuántas bancas “se conformará”? ¿Qué tipo de oposición y de oficialismo surgirán? ¿Habrá espacio para acuerdos partidarios, estrategias de consenso o gestos de racionalidad que superen las desmesuras? ¿Qué pasara con el apoyo de EE.UU. si el resultado es negativo para el oficialismo? De las respuestas a estos interrogantes -y de algunas otras circunstancias imprevisibles- dependerá el avance en las llamadas “reformas de segunda generación”, necesarias para remontar definitivamente la cuesta.
Las urnas se abrirán mañana en un escenario signado por los sobresaltos, varias incertezas y apatía o indiferencia ciudadana generada por el envilecimiento político y las pulseadas financieras. Por la noche, aparecerán aquellas interpretaciones del resultado. El relato de cada facción intentará arrimar agua al molino propio. Habrá terminado la elección y habrá que reponer fuerzas para retomar las actividades cotidianas.
El lunes nos espera. Qué lunes nos espera.
