El G20, una oportunidad histórica
Es una ocasión trascendente para que comience una etapa de cambio de imagen de nuestro país, con políticas exteriores más duraderas e inteligentes que contemplen la realidad tal cual es y no como gustaría que fuese.
El encuentro de los líderes políticos de
los países más poderosos del mundo que se desarrollará este fin de semana en
Buenos Aires es uno de los episodios más importantes de la historia argentina
reciente. Nunca en la historia nuestro país fue anfitrión de una reunión como
la del G20. La responsabilidad en torno a su organización es un desafío
mayúsculo que siembra numerosas dudas, en virtud de lo acontecido hace pocos
días en ocasión de un partido de fútbol en el cual no se pudo garantizar la
seguridad de casi nadie.
Observándolo con mirada optimista, el encuentro de los mandatarios del Grupo de los 20 es una oportunidad histórica para un país que geográficamente está fuera de los márgenes del mundo de los poderosos y que también lo está política y económicamente debido al desbarranco permanente acontecido en las últimas décadas. Es una ocasión trascendente para que comience una etapa de cambio de imagen, con políticas exteriores más duraderas e inteligentes que contemplen la realidad tal cual es y no como gustaría que fuese.
Quizás el G20 en Buenos Aires no alcance resultados revolucionarios para la paz y el comercio mundiales, por ejemplo. Pero es una ocasión irrepetible para alcanzar logros políticos que se transformen en realizaciones beneficiosas para el país. Los acuerdos que puedan firmarse y los consensos a los que se arribe, si es que los hay, serán ciertamente avances que seguirán reconociendo a la Argentina como su origen. No es poco esto en un mundo cambiante, ideológicamente cada vez más apegado a los nacionalismos y con la idea de integración y globalización en crisis.
The New York Times, el prestigioso diario norteamericano, opositor acérrimo del actual presidente de Estados Unidos, califica no obstante como una oportunidad histórica para la Argentina a esta cumbre. Expresó en un editorial que el realineamiento internacional del país "parte de la idea de que el kirchnerismo, cegado de populismo, descuidó a Estados Unidos y a Europa Occidental -los socios tradicionales de la Argentina- para emprender proyectos de integración folclóricos o alianzas peligrosas con potencias desconocidas".
Por ello, el actual gobierno argentino tiene la sensación de que se más comprendido afuera que adentro de sus fronteras. Y puede ser que así sea, aun cuando los barquinazos económicos explican con claridad la caída de la imagen interior. La falta de resultados amenaza cualquier esbozo de proyecto a más largo plazo. Por lo mismo, es necesario señalar que el mundo de hoy exige que no haya alineamientos directos y sin cuestionamientos, como ocurrió en los años 90. La disputa entre China y Estados Unidos, la fragilidad actual del bloque europeo por sus divisiones internas, la caída de la inversión productiva mundial y los movimientos proteccionistas y autoritarios obligan a un ejercicio de inteligencia para acordar con las grandes potencias.
Es de esperar que la cumbre transcurra en paz. Que quien tiene el derecho en manifestarse en contra lo ejerza en el marco de la ley. Y que, fundamentalmente, en la Argentina se comprenda que por una vez debiera cumplirse el mandato de Ortega y Gasset que nos instó a ir "a las cosas". En este caso, se trata de dejar de mirar a un mundo que ya no existe para enfocarse en lo tangible. Y desde allí comenzar a dar pasos seguros.