Análisis
El espejo de Sarmiento en tiempos de “perder todas”
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La proximidad de las elecciones agita el panorama político. El oficialismo sufrió una derrota legislativa. Algunos aliados se alejan, otros pactan sumisión. Días antes, Milei anuncia el fin de los insultos y se mira en el espejo de Sarmiento. ¿Cambio de estrategia o reconocimiento de que la procacidad ya no reditúa?
Por Fernando Quaglia | LVSJ
“Perdimos todas”, admitió el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, al término de una jornada legislativa que dejó al oficialismo desarmado y expuesto en varios frentes. La derrota en el Parlamento se produjo en la misma semana en la que el presidente Javier Milei anunció que dejaría de lado los insultos para comenzar a “discutir ideas”.
Así, en el momento en que el gobierno perdió el respaldo aliado y tambalea su control del escenario político, el presidente promete moderación. El interrogante asoma: ¿se trata de un giro en la estrategia o del reconocimiento implícito de que el grito ya “no garpa”? Con las elecciones a la vuelta de la esquina, las dudas se acrecientan.
El anuncio del cambio en la retórica presidencial vino acompañado de una comparación llamativa. Milei eligió a Sarmiento como espejo. Antes había hecho lo propio con Alberdi. Ambos no se llevaban bien. Es más, el “cuyano alborotador” como lo llamó José Ignacio García Hamilton en su biografía, usó su reiteradamente su lengua filosa y vehemente contra el tucumano. Sarmiento lanzó a Alberdi calificativos que hoy despiertan una sonrisa: “saltimbanqui”, “alma muerta”, “perro de todas las bodas”, “jorobado de la civilización”.
En verdad, Sarmiento era un “outsider” para las recatadas formas de su época. Sin embargo, como recordó Pablo Mendelevich en La Nación, existe una distancia estética y conceptual entre la invectiva de Sarmiento y el insulto mileísta. El sanjuanino usaba palabras duras. Y no dudaba en atacar o defenderse con ellas. Pero no existía el componente de violencia simbólica de los insultos actuales: no había -al menos en público- referencias genitales, ni ataques homofóbicos, ni descalificaciones groseras, ni burlas sexuales. Sarmiento era altanero, sí. Pero su ataque tenía la misma fuerza sin la actual carga insultante.
Martín Caparrós, en su novela Sarmiento, escribe una reflexión que pone en boca del protagonista: “Ser presidente no es solamente estar en ese lugar que tantos querrían ocupar. Es, también, estar en el lugar más atacado, porque atacarte es el trabajo de cantidad de gente”. El ejercicio del poder sugiere Caparrós, no consiste en gritar más fuerte, sino en sobrevivir al ruido. ¿Sería posible que, con su estridente anuncio de que dejará de insultar, el presidente -el actual, no el del siglo XIX- esté aprendiendo esa lección?
Golpe de realidad
En este contexto, los últimos días fueron un golpe de realidad para la Rosada. En la Cámara de Diputados, el oficialismo sufrió una seguidilla de derrotas. Tuvieron media sanción el financiamiento universitario y del Hospital Garrahan, se avanzó con la investigación del caso $Libra y se derogaron varios decretos presidenciales, entre ellos los que disolvían organismos clave como el Inti, el Inta, la Dirección de Vialidad Nacional y otros. “Perdimos todas”, insistió Francos, cuestionando la actitud de los bloques aliados. “Votaron todos con el kirchnerismo”, se quejó.
Todo indica que la arremetida del Congreso continuará en los días que vienen. Puede explicarse por la cercanía de los comicios de medio término. También porque la oposición kirchnerista -sin escrúpulos ni rubores y exponiendo evidentes contradicciones- avanza decidida cuando palpa debilidad o huele sangre. Asimismo, se debe a la ruptura de los diques de contención con bloques dialoguistas que el gobierno había construido al comienzo de su gestión. En ello, mucho tuvieron que ver los modos, los tonos y los insultos presidenciales.
Por supuesto, el problema no es solo de lenguaje. A fuerza de golpes, la Argentina está descubriendo que la realidad dista mucho del relato. Pero en la política actual, “perder todas” va más allá de una mala jornada legislativa: impone la necesidad de repensar la estrategia, incluso en la forma de comunicar. En ese sentido, el abandono del discurso agresivo podría formar parte de una táctica que busca reflejarse en la figura de Sarmiento. Para quien usa el insulto y la procacidad verbal como armas políticas, menudo desafío implicará espejarse en uno de los protagonistas centrales de nuestra historia, que -aun con sus exabruptos- supo hacer de la palabra y la escritura verdaderas herramientas de poder.