El drama venezolano
Los muertos en las últimas manifestaciones son la palpable constatación de que la tensión social va creciendo y que el desencuentro está llegando a caminos sin retorno.
En las calles de Caracas y otras ciudades de Venezuela se ha formado un escenario de por sí peligroso. Mientras cientos de miles de ciudadanos salen a protestar contra las penurias sociales y económicas que el régimen bolivariano ha sabido conseguir, el aparato estatal repleto de prebendas y amenazante responde al mismo tiempo con movilizaciones y acciones de represión muy duras.
Lo que está en juego en Venezuela es mucho más que la resolución de una crisis puntual. Es la lucha contra el intento autoritario y populista de mantenerse en el poder a toda costa, hasta ignorando la Constitución que el propio líder inicial de la supuesta revolución había impulsado y aprobado.
En los últimos acontecimientos, el presidente pidió a sus seguidores que estén atentos y que próximamente disfrutarán de una nueva victoria electoral. Vaya a saberse qué entiende Nicolás Maduro de este asunto puesto que el llamado a elecciones libres bajo la supervisión de organismos internacionales es, precisamente, lo que desde hace mucho tiempo viene pidiendo la oposición, antes en el Congreso, ahora en las calles.
Los discursos oficialistas parecen responder a la retórica populista que lo único que pretende es mantener el poder e identificar a los enemigos. Enemigos que no son la Patria porque no piensan como los adherentes al régimen. Este elemento discursivo propio de un régimen nazi o estalinista moviliza a muchos fanáticos a cometer cualquier tropelía en defensa de un gobierno que ha demostrado su ineptitud para solucionar los problemas acuciantes del país caribeño.
Los muertos en las últimas manifestaciones son la palpable constatación de que la tensión social va creciendo y que el desencuentro está llegando a caminos sin retorno. La violencia, entonces, surge como el modo más rápido para dirimir cuestiones que, en cualquier democracia seria, se resolverían mediante herramientas como la negociación, el diálogo y las urnas.
La disputa política en Venezuela tiene condimentos de culebrón que, de no ser por los dramáticos resultados en materia de vidas y de heridos, instalaría otros sentimientos. La sensación de ridiculez y obsolescencia política está a flor de piel en cada aparición pública del bizarro presidente venezolano y de sus adláteres como por ejemplo su vicepresidente, acusado de ser líder de un cartel del narcotráfico. La pelea en la calle es consecuencia de los desvaríos de un régimen que poco a poco fue mostrando su cara real. Incluso ya en el discurso se dejaron de lado las apelaciones al amor, a la alegría -conocidas también de boca de muchos populistas argentinos con importantes cuotas de poder en el pasado reciente- para pasar en forma abierta a la amenaza y la intimidación.
Mientras tanto, la OEA, las naciones latinoamericanas y otros organismos internacionales continúan exhibiendo una morosidad que espanta. Siguen expresando preocupación, pero se mantienen casi inactivos frente al drama del pueblo venezolano. La única salida civilizada es que ese pueblo manifieste en las urnas su decisión de continuar o no en esta senda. Claro que para ello deberá asegurarse que los comicios sean verdaderamente libres y transparentes.