El día que el cementerio quedó sin visitantes

Dentro de las postales atípicas e inolvidables que se grabarán en la memoria de los sanfrancisqueños está la de los candados en la necrópolis que nunca permanecieron tanto tiempo sellando el paso.
El óxido de las rejas, el crujir de las puertas del cementerio vacío y casi olvidado. Nadie se olvidó de los muertos, ni de sus seres queridos pero así como no se puede la gente abrazar tampoco se puede circular.
En la vorágine que plantea el coronavirus los difuntos quedaron solos en las afueras de la ciudad. Las flores naturales deben estar muy marchitas y deshojándose igual que los árboles en las calles.
Allá en nuestra necrópolis, como en todas dentro de la geografía del país, no hay nada más que los gatos que ronronean y no deben entender que los humanos no pueden ir porque rige todavía el aislamiento. Los seres queridos han quedado sin visitantes, sin flores nuevas porque nadie puede circular. O casi nadie. Las visitas no están permitidas y a más de uno le dolerá.
Entonces cuando se pasa por el cementerio solo se ve ese candado enorme después de las columnas fuertes y erguidas en el portal hacia la ciudad de los muertos. Detrás de eso no hay nada. Solo gatos que son alimentados por voluntarios y que se han transformado en los custodios de un espacio más solitario que nunca.
Hace muchos días que no pasa nadie por ahí. Al Parque Industrial pocos han ido, desde la ruta no se puede acceder, al cementerio tampoco porque se chocan con las cadenas y ni siquiera la Línea C de colectivos llega a la parada. Es más que nunca una ciudad fantasma.