Análisis
El desafío de la diplomacia
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China lleva la delantera en materia comercial. Estados Unidos, al menos en el discurso, procura recomponer su influencia política y económica en el “patio de atrás”. Ambas situaciones ponen en jaque a los gobiernos de esta región.
La reciente tregua comercial entre Estados Unidos y China, escenificada en Corea del Sur, dejó una imagen que podría resumir el pulso del mundo actual. La prensa internacional la condensó en un par de imágenes: Donald Trump sonriente, proclamando una victoria para los agricultores estadounidenses, y Xi Jinping, sereno, consciente de haber inclinado el equilibrio a su favor.
Una realidad más compleja subyace a esa descripción que da cuenta de la postura de los líderes de las dos potencias. El histrionismo cínico del presidente estadounidense y la formalidad apática del autócrata chino son las máscaras del combate por el predominio en el liderazgo del nuevo orden mundial. Un orden que, en las próximas décadas, se reconfigurará -silenciosa o estruendosamente- en medio de una competencia feroz por los recursos, la tecnología y la influencia geopolítica.
Los analistas más reputados parecen coincidir en que China apuesta al largo plazo. Controla la extracción y procesamiento de minerales indispensables para las industrias del conocimiento y de defensa. A Xi le bastó con insinuar restricciones a su exportación a Estados Unidos para que Trump flexibilizara su flamígera retórica y redujera los aranceles que había impuesto.
Estados Unidos, por su parte, oscila entre la necesidad de contener a su rival y la evidencia de que depende de él para sostener su propio dinamismo económico. Como señalan aquellos analistas internacionales, la estrategia de Washington intenta resolver coyunturas, mientras China consolida un proyecto de expansión global a largo plazo.
No obstante, claro está que lo que se juega es el liderazgo del orden mundial en la era de la transición tecnológica y energética. El país que controle las cadenas de suministro de minerales, los microprocesadores o la inteligencia artificial tendrá una posición privilegiada. Y, como la historia reciente lo demuestra, América del Sur aparece como un tablero secundario. Aunque su riqueza mineral y su capacidad para proveer alimentos es apetecida por unos y otros.
China lleva la delantera en materia comercial. Estados Unidos, al menos en el discurso, procura recomponer su influencia política y económica en el “patio de atrás”. Ambas situaciones ponen en jaque a los gobiernos de esta región. El dilema argentino deviene de esta realidad geopolítica.
El alineamiento con Washington abrió especulaciones varias sobre el futuro del vínculo con los chinos. La simbiosis que hoy nuestro gobierno muestra con Estados Unidos tendrá que convivir con la relación comercial, tecnológica y también financiera con el gigante asiático. El problema es que los virajes abruptos de las relaciones exteriores de la Argentina no abren resquicios para una estrategia duradera en esta cuestión central que está redefiniendo los ámbitos de poder en el planeta.
Luego del rescate económico inédito que hizo Estados Unidos, el desafío es mayor todavía. Pensarse como actor y no como escenario debería ser el objetivo.
