El default es político
Mientras el mundo observa cómo el país repite su triste historia y se asombra ante la debacle de una Nación que desde hace más de 8 décadas retrocede en forma constante, lo único que gana la calle es la desazón. Basta observar el desconcierto, la angustia de vastos sectores ciudadanos que nuevamente son víctimas de lo que ha vuelto a acontecer. Nuestro verdadero default es el político.
Los continuos vaivenes financieros que vive el país luego de las elecciones primarias tienen tantas miradas como veredas ideológicas y políticas. La ineficacia del gobierno en encontrar recetas económicas a lo largo de casi todo su mandato son una de las razones de este tembladeral en el que, otra vez, los argentinos estamos metidos. Pero también es evidente la irrefrenable sensación de que la política no está a la altura de las circunstancias.
Algunas calificadoras de riesgo estadounidenses señalaron que el país ya se encuentra en "default selectivo" luego de las primeras medidas anunciadas por el nuevo ministro de Hacienda, en las que sumó un nuevo término a la historia de las debacles financieras. El "reperfilamiento" de la deuda hizo recordar a otras palabras acuñadas en medio de las enormes crisis cíclicas que sufre la Argentina. La profundización de las disposiciones de los últimos días no hace más que asegurar que las dificultades continuarán.
Pero es hora también de señalar que el despropósito de las Paso sin internas de candidatos en los distintos partidos y alianzas ha disparado la crisis a estos niveles. Porque a los problemas económicos la Argentina debe sumar las deficiencias de un sistema político que lejos está de pensar en la vida cotidiana de la ciudadanía y se enfrasca en historias conocidas de rencillas, argumentos falaces, revanchas personales, disputas verbales y luchas de poder que solo agravan la situación.
Descripción de rasgos serios de descomposición política: un cronograma electoral eterno y absurdo, historia política controversial, grieta más personal que ideológica profunda, peleas absurdas por quien gana la calle, expresiones públicas que un día van para un lado y al otro varían de curso bruscamente, exasperación, falta de diálogo y confianza, discusión en torno a principios que republicanos que no deberían estar en juego y deterioro moral y cultural ostensible. Sería un milagro que todo esto -y mucho más- no haga mella en las cuestiones económicas y financieras. Sería prodigioso que la vida cotidiana de los argentinos no se vea afectada por el aquelarre político nacional.
Mientras el mundo observa cómo el país repite su triste historia y se asombra ante la debacle de una Nación que desde hace más de 8 décadas retrocede en forma constante, lo único que gana la calle es la desazón. Basta observar el desconcierto, la angustia de vastos sectores ciudadanos que nuevamente son víctimas de lo que ha vuelto a acontecer. Entonces, hay demasiados elementos en nuestra realidad para afirmar que el verdadero default de nuestro país es el político.