Sociedad
El corazón detrás de la restauración de la Iglesia de Plaza San Francisco
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La parroquia San Francisco de Asís, con más de 130 años de historia, volvió a brillar tras un proceso de restauración. Detrás de las obras oficiales estuvo el empuje silencioso de una comisión de fieles que, con rifas, oraciones y recuerdos, actuó como “guardianes” de un templo que sienten como propio.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
La Iglesia de Plaza San Francisco volvió a abrir sus puertas restaurada y resplandeciente. Con 133 años de historia, este templo es el más antiguo de la ciudad y, desde 1992, fue declarado de Interés Histórico Municipal y Provincial. Sin embargo, detrás de las obras encaradas por la Municipalidad y la Provincia hubo un motor silencioso: los fieles de la comisión parroquial que, durante décadas, trabajaron a pulmón para mantener de pie la parroquia San Francisco de Asís.
El deterioro de las paredes, las filtraciones y el revoque que caía se habían vuelto una amenaza constante. La humedad avanzaba sobre los muros y el techo dejaba ver las marcas del tiempo. Ante ese panorama, la comunidad no bajó los brazos: organizaron rifas, polladas, ventas de pastelitos y hasta colectas en la Colonia. “Nosotros presentamos una carpeta a la municipalidad, pero también empezamos a recaudar dinero con rifas, con ventas. La gente colaboró muchísimo. Algunos aportaron dinero, otros premios para las rifas. Siempre encontramos apoyo”, recuerda Stella Maris Finetti, integrante de la comisión.
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Este sábado 4 de octubre, Día de San Francisco de Asís, el templo restaurado se mostrará en todo su esplendor. Para quienes lo vieron renacer, la emoción será indescriptible. Eladio Canello, de 81 años, vive a pocos metros del templo y lo considera parte de su propia vida: “Cuando estaba en la escuela primaria empecé como monaguillo. Desde entonces, nunca abandoné esta capilla. Es como si fuera mi segunda casa”.
La historia de Eladio se entrelaza con la de la iglesia. Allí se casó hace 51 años. “Yo llegué incluso a guiar la misa, leía una lectura, tocaba la guitarra y cantaba. Todo lo hice con amor, nunca me quejé”, asegura con la voz quebrada.
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Stella, en tanto, vive en otro sector de la ciudad desde hace más de 30 años, pero nunca se desligó del templo: “Nunca me desprendí de acá. Seguí colaborando, dando catequesis. A los 15 años empecé a enseñar y hasta ayudamos a levantar la salita donde dábamos clases”. Con nostalgia, recuerda cómo recorrían el barrio para que los niños pudieran acercarse: “Antes no había tanta movilidad. Una de las chicas tenía un rastrojero y con eso íbamos a buscar a los chicos”.
Ana Rivera, otra de las catequistas, subraya los desafíos actuales. “Es difícil lograr que las familias acompañen. A veces se reniega con la asistencia a la misa o a la catequesis. Pero algo estamos logrando, porque cada vez hay más chicos. Este año pasamos de tener seis o diez a 18 niños. Eso nos llena de esperanza”, explica.
El trabajo voluntario no se limita a lo espiritual. Fueron ellos quienes, además de sostener la vida comunitaria, se ocuparon de detalles concretos de la restauración. “Aportamos para el cambio de maderas, el arreglo de las ventanas, la pintura, la restauración de la puerta principal. El retablo quedó hermoso. Es un orgullo haber sido parte”, cuenta Stella.
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El sacerdote Juan Ríos reconoce ese esfuerzo: “Acá empezó todo. Esta iglesia es madre y hermana de la parroquia San Carlos Borromeo –de la que hoy depende-. La fe se plantó en este barrio a través de este templo histórico. Hoy disfruto de verla resplandeciente y felicito a este grupo de voluntarios que pone todo de sí para sostenerla”.
Más allá de los muros restaurados, el sueño de la comisión va más allá de lo material. “Yo sueño con ver la iglesia llena de familias, como antes. Ver que los jóvenes vuelvan a participar”, confiesa Eladio. Ana coincide: “De a poco se está recuperando la vida comunitaria. Tenemos catequesis de comunión, confirmación y hasta catequesis de adultos y prebautismal. Se está generando algo nuevo”.
Las emociones que despierta el templo son profundas. “Mi recuerdo más lindo es venir con mi papá a misa. Mi mamá se quedaba preparando el almuerzo porque venían los familiares, y yo venía con él. Son recuerdos que me marcan para toda la vida”, rememora Stella, con los ojos húmedos.
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La reapertura no es un punto final, sino un nuevo comienzo. Faltan detalles, como el altar fijo, pero la comunidad ya siente que el templo volvió a brillar. “Es una iglesia de puertas abiertas. Nuestro sueño es que la gente se acerque, que vuelva a ser lo que era antes”, asegura Stella.
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Hoy, la Iglesia de Plaza San Francisco no solo luce restaurada: vuelve a estar habitada por la fe y el compromiso de sus guardianes. Esos hombres y mujeres que, entre rifas, rezos y recuerdos, mantienen viva la llama de un templo que late gracias a su gente.
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