Cultura
El arte de entregarse: de actor a actor, un homenaje en su día
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En el Día Internacional del Actor y la Actriz, la celebración trasciende el simple saludo. Es reconocer a quienes ponen cuerpo, voz y alma sobre el escenario, transformando cada función en un acto de entrega, vulnerabilidad y verdad compartida con el público, como un espejo vivo de nuestra humanidad.
Por Bautista Dutruel I LVSJ
Hoy, 26 de agosto, es el Día Internacional del Actor y la Actriz, y no es una fecha más. Es un momento para detenernos y sentir lo que significa entregarse por completo a este oficio, asumir el riesgo de mostrarse y de abrirse al otro.
Los actores no solo interpretamos un texto. No nos limitamos a repetir palabras o a mover el cuerpo siguiendo indicaciones. Nos ofrecemos enteros: nuestra voz, nuestra memoria, nuestras emociones, nuestros miedos y deseos… todo se pone en juego. Nos transformamos en otros sin dejar de ser nosotros mismos, prestando carne y respiración a personajes que cobran vida solo en escena. En ese cruce entre ficción y verdad habita el corazón del teatro.
Actuar es, en cierto modo, desnudarse. Es exponerse frente a un público, mostrar lo que duele, lo que alegra, lo que la vida cotidiana reprime y que el escenario libera. Cada función es irrepetible, se vive en el presente absoluto y se apaga apenas baja el telón. Esa fragilidad, sin embargo, es también la mayor fuerza de quien sube a escena. Se siente en el temblor de las manos, en el latido acelerado del corazón, en la respiración contenida antes de abrir los ojos al público.
Lo que se ve desde la butaca es apenas un instante de algo mucho más grande. Detrás de cada escena hay disciplina, método, investigación. Hay repeticiones, frustraciones, hallazgos. Pero sobre todo, hay pasión, esa llama que impulsa a seguir actuando, aun cuando el reconocimiento sea incierto, aun cuando la estabilidad y la certeza de futuro sean un espejismo. Para quienes lo elegimos, el teatro es más que una profesión, es una forma de estar en el mundo, de sentirlo y transformarlo.
Y nada de esto tendría sentido sin quienes lo reciben. El teatro se completa en la mirada del público, en la respiración compartida, en el silencio cómplice, en la carcajada que estremece. Es un ritual, alguien ofrece su verdad desde el escenario y alguien la recibe desde la butaca. Allí, en ese espacio invisible entre unos y otros, nace lo verdaderamente teatral.
Hoy nos celebramos, celebramos a quienes viven este riesgo y esta entrega. A quienes transforman su vulnerabilidad en arte. Sin los actores, el teatro sería solo paredes vacías, luces apagadas y butacas mudas. Con su trabajo, el escenario respira, se llena de emociones y se convierte en un espejo donde todos podemos reconocernos, cuestionarnos y sentirnos vivos.
Lo digo también desde mi lugar, como alguien que actúa y pero que en este momento escribe, que siente la magia de este oficio y trata de atraparla con palabras. Pero hoy, sobre todo, celebro a todos los que hacen del teatro un acto de vida compartida.