Historias de liga
El ADN de La Tordilla
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Hablar de fútbol en La Tordilla es hablar de los Signorile. La historia de esta familia está entrelazada con la del club desde hace más de tres décadas, y pocas veces se ve un ejemplo tan claro de sentido de pertenencia, de trabajo y de amor por los colores.
Todo comenzó a fines de los años 80, cuando Pueblos Unidos, el equipo del pueblo, atravesaba un momento difícil. No tenía divisiones inferiores y apenas lograba sostener la primera y la reserva en la Liga Regional. “En el 89 me junté con un grupo de padres y les dije que no podía ser que el club no tuviera inferiores”, recuerda el actual técnico, con la misma pasión que entonces.
Su padre tenía una escuelita llamada Un Niño Feliz, donde los chicos jugaban torneos intercolegiales, y de allí surgió la idea de reorganizar el fútbol formativo. De esa escuelita salieron los primeros jugadores de una nueva camada. “Nosotros jugábamos de siete, en canchas reducidas. Tuvimos que reorganizarnos, armar equipos de once, hablar con la comisión del Pueblos Unidos —a la que no pertenecíamos— y convencerlos de que el club debía volver a tener divisiones inferiores”, rememora.
Allí nació un proceso histórico que, más de tres décadas después, que Signorile enorgullece de contar: el renacer de las inferiores de Pueblos Unidos, un proyecto que cambió para siempre la historia del club y de todo un pueblo.
De jugador a formador
Él mismo se puso al frente de la coordinación de las categorías menores, mientras aún jugaba en primera. “Jugaba y dirigía inferiores. Lo hice por casi veinte años”, cuenta. Su compromiso fue total: organizó equipos, formó comisiones, consiguió materiales y contagió entusiasmo. Aquella etapa fue clave para que La Tordilla volviera a ser protagonista en la Liga Regional.
En 2001 llegó el salto a la primera división. “Dejé de jugar y empecé a dirigir la primera del club. Fueron dos o tres años muy intensos. Después decidí parar un poco”, dice. Esa pausa no duró demasiado: cambió los botines por los motores y se dedicó al automovilismo. “Corríamos con Fiat 128, todos iguales. Íbamos al circuito del Bosque, atrás del cementerio. Era una pasión familiar. Estuve en eso hasta 2012”, recuerda.
Pero el fútbol siempre lo llamó de vuelta. En 2012, el Deportivo 24 de Septiembre de Arroyito lo buscó para dirigir las inferiores, y poco después ya estaba en la primera. “Estuve allí tres años. Después pasé al club 8 de Diciembre de Villa Concepción. En 2017 volví a casa, a La Tordilla, y desde entonces sigo dirigiendo acá”, relata con orgullo.
Desde su regreso, el club ganó cinco campeonatos. “Una locura. La Tordilla solo había salido campeón dos veces: en 1997, cuando yo jugaba, y en 2011. Desde el 2017 hasta hoy sumamos cinco más. Eso es algo histórico”, resume.
Una familia dentro y fuera de la cancha
La historia del club también es la historia de los Signorile. “En el 97, cuando salimos campeones, jugábamos seis Signorile. Éramos tres hermanos en primera —Mateo, Marcio y Mauro— y un primo, Claudio. A veces también jugaba Silvio, otro primo. Éramos cinco o seis en el mismo equipo”, recuerda entre risas.
Aquella generación no solo compartía apellido: también compartía valores. “Éramos un grupo muy unido, dentro y fuera de la cancha. Amigos de la infancia, de salir juntos, de compartir cenas. Los sábados a la noche siempre nos juntábamos a comer todos. Era una familia gigante”, dice.
El técnico de aquel equipo era su padre, Nelio Signorile, figura emblemática del pueblo. “En el 96 la comisión del club nos dijo que no iban a entrar a la liga porque no había presupuesto. Entonces armamos una subcomisión de fútbol con jugadores y le pedimos ayuda a mi viejo, que era intendente. Nos apoyó y terminó siendo el técnico. Estuvo con nosotros hasta el año 2000”, relata.
Nelio fue intendente de La Tordilla durante veinte años, entre 1983 y 2003. “Era un tipo muy comprometido. Se iba de una reunión política y aparecía en la cancha con traje. No tenía tiempo ni de cambiarse. Decíamos que venía a dirigir de saco y corbata”, recuerda su hijo entre risas. Falleció en 2018, pero su figura sigue presente en cada historia del club.
“Mi viejo fue todo: intendente, técnico, mecánico, consejero. Cuando dejé de jugar y me dediqué a las carreras, él se sumó también. Con mis hermanos armábamos los motores en su taller. Era un apasionado, de esos que se involucran en todo. Siempre nos inculcó que había que hacer las cosas por amor, no por conveniencia”, cuenta con emoción.
El valor de la pertenencia
Hablar de La Tordilla es hablar de pertenencia. “Los chicos de acá son muy fanáticos del club. Tienen un sentido de pertenencia que no se ve en otros lugares. Es algo que viene de familia, de generación en generación”, explica el técnico, que hoy dirige a varios hijos de aquellos jugadores que formó en los 90.
Esa identidad es lo que distingue al club. “Nosotros queríamos ganar, pero queríamos hacerlo con los nuestros. No traer cinco de San Francisco y dos de Córdoba para salir campeones. Queríamos que la gente se sintiera parte, que el club fuera del pueblo. Y eso lo seguimos manteniendo”, afirma.
El compromiso comunitario se refleja en cada detalle. Desde los entrenamientos hasta las mejoras en la cancha, todo se hace con esfuerzo colectivo. “Acá nunca sobra una moneda. Hay que estirarla mal, como decimos nosotros. Pero la gente colabora, los padres ayudan, los chicos se comprometen. Eso mantiene vivo al club”, comenta.
La comparación con la ciudad vecina surge inevitablemente. “En San Francisco cuesta más. El sanfrancisqueño no tiene ese sentido de pertenencia. A menos que el equipo esté peleando el ascenso, no va a la cancha. En cambio, acá el pueblo entero acompaña. Es otra cosa. Es como si el club fuera parte de cada familia”, reflexiona.
Para él, esa es la clave del éxito. “El sentido de pertenencia hace que todo funcione. En el automovilismo era igual: mientras otros mandaban los motores a Córdoba, nosotros los hacíamos en nuestro taller. Nos gustaba competir con lo nuestro. En el fútbol, la idea es la misma: ganar, pero con jugadores del pueblo”, dice.
El legado de una pasión compartida
El presente del club es fruto de esa historia. Desde 2017, Pueblos Unidos se consolidó como uno de los equipos más competitivos de la Liga Regional, pero sobre todo como un ejemplo de trabajo en comunidad. Detrás de cada triunfo hay voluntarios, familias, hinchas y una tradición que se transmite de padres a hijos.
“Cuando miro atrás, pienso que todo valió la pena. Haber empezado de cero, con una escuelita, haber visto crecer a los chicos, y hoy verlos jugar en primera… es una satisfacción enorme. Eso es lo que te da sentido”, dice con emoción contenida.
El técnico, que empezó con un grupo de niños hace más de treinta años, hoy dirige a una generación que lo ve como una figura de referencia. “A veces los chicos me dicen que yo era muy bravo cuando jugaba, que no sabía tranquilizarme. Y yo les contesto: hagan lo que les digo, no lo que hice”, bromea.
Entre risas y recuerdos, su historia resume lo que significa el fútbol de pueblo: esfuerzo, identidad, familia y comunidad. Una historia que empezó con una escuelita llamada Un Niño Feliz, que siguió con un padre que fue intendente, técnico y mecánico, y que hoy continúa con un hijo que mantiene viva la llama del club. “Esto es La Tordilla. Acá todo se hace en familia. Y cuando se gana, gana todo el pueblo”, concluye.
