Liga Rafaelina
Eder Molina: una vida, una camiseta
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Eder Molina, símbolo de La Hidráulica, lleva más de una década defendiendo la camiseta con el alma. En plena pelea en la Liga Rafaelina —tras un año que comenzó arriba, tuvo altibajos y hoy los encuentra otra vez primeros—, su historia mezcla pertenencia, resiliencia y el sueño de un Federal que en Frontera ya se imagina.
En Frontera hay un lugar donde el fútbol se parece a la vida: se gana, se pierde, se aprende y se vuelve a empezar. Ese lugar es La Hidráulica, un club humilde que creció a pulmón, de la mano de vecinos, madres y padres que hacen magia y dirigentes que sueñan despiertos. En el centro de ese latido está Eder Molina, referente sin brazalete, que hace doce años eligió quedarse donde se lo quería de verdad. “Estoy muy cómodo donde estoy. La gente del club me tiene mucho cariño, y eso vale más que cualquier oferta”, dice, con la tranquilidad de quien conoce el peso de sus pasos.
Su historia tiene cicatrices y regresos. A los 18 años dejó el fútbol. “Estuve dos años sin tocar una pelota. Pensé que ya no iba a volver”, recuerda. El llamado llegó desde el barrio: La Hidráulica lo necesitaba. “Volví como para arrancar de nuevo, sin imaginar que iba a quedarme tanto tiempo, y acá estoy todavía”. Regresó sin estridencias, con la mochila liviana y el corazón lleno. Con el tiempo, las tardes de entrenamiento se volvieron una ceremonia: correr, hablar poco, escuchar a los chicos y predicar con el ejemplo.
En su voz hay una pedagogía sencilla. “Siempre nos caracterizamos por el corazón y la garra. Juguemos bien o mal, corremos los 90 minutos como si fuera el último partido”. No hay metáfora más precisa para describir a La Hidráulica: un equipo que empuja, que mete, que entiende que el mérito es también una forma de belleza. Cada mejora en el predio —un alambrado, un banco, un foco nuevo— tiene nombre y apellido. Y cada foco que se cuida vale un gol contra la oscuridad de los robos que, cada tanto, amenazan con apagar la cancha.
El año empezó como un sueño en la Copa Castellano y el primer torneo: de mayor a menor, pero con un mensaje claro de que el equipo estaba para dar pelea. A mitad de temporada, el rendimiento se desinfló un poco; la pelota pesó, las piernas dolieron y las cuentas del club volvieron a apretar. Hoy, en el último campeonato del calendario liguista, La Hidráulica volvió a ponerse de pie y mira a todos desde arriba. “El miércoles podemos salir campeones”, dice Eder, con una serenidad que contagia. No es soberbia: es memoria de lo que costó llegar hasta acá.
Los clásicos de barrio —seis jugados, seis ganados esta temporada— empujaron la confianza hacia el lugar donde se construyen las campañas serias: en el carácter para jugar finales cada domingo, aunque la tabla diga otra cosa.
La Hidráulica ya está clasificada a la fase por el ascenso. “Si salimos campeones, nos toca Santa Clara; si no, seguramente Talleres de María Juana”, anticipa. El respeto es una calle de doble mano. Talleres se desinfló en el último tramo, pero nadie se confía. Con Santa Clara, en cambio, hay una pica que ya parece un clásico por derecho propio: partidos cerrados, duros, de esos que se juegan también con la garganta.
Mientras el fixture decide, el club sigue: rifas, ventas, peñas. “El club va creciendo lentamente, porque es humilde. Se hace difícil por el tema de los robos, pero la gente trabaja todos los días para que podamos entrenar como lo hacemos”, repite Eder. En Frontera, sostener una institución deportiva es levantar la persiana contra el viento. Por eso cada sábado con fútbol infantil y cada domingo con primera tienen algo de milagro cotidiano.
Las ofertas llegaron más de una vez. “Todos los años aparece algo para ir a algún lado”, admite. Pero quedarse también es una decisión. “Más de una vez lo pensé, pero siempre una cosa u otra me termina quedando acá”. La lealtad se volvió un modo de pertenecer y, a la vez, una brújula para los que miran desde abajo. En cada práctica, los pibes de séptima, de sexta, de quinta, lo observan sin pedir selfies: quieren copiarle la forma de disputar una dividida, la manera de levantarse cuando duele, la simpleza con la que abraza al compañero que se equivoca.
Frontera vibra con varios escudos —Defensores, La Trucha—, pero La Hidráulica consiguió algo difícil: representar a los que sienten que el mérito es el camino. “La gente de Frontera quiere mucho al club. Aunque haya otros equipos, La Hidráulica para muchos representa algo bueno, algo importante para la ciudad”, dice Eder. Lo demuestra la gente que viaja: a veces mucha, a veces poca, pero siempre presente. En instancias decisivas, la caravana crece, las bocinas se multiplican, y los colores rojo y negro parecen ganar centímetros en cada esquina.
Con los años, la Liga Rafaelina aprendió a mirar distinto a La Hidráulica. “Antes venían a jugar con nosotros pensando que nos iban a ganar fácil. Hoy ya no. Saben que contra nosotros es duro”, resume el referente. No es magia: son resultados, es continuidad, es un modo de competir que combina garra y paciencia. Y es también la certeza de que, cuando la noche se parece al frío, el equipo no negocia el esfuerzo.
El horizonte tiene una palabra escrita con mayúsculas: Federal. El presidente Cristian Camino lo dijo sin vueltas: “Mi sueño es que La Hidráulica juegue un Federal”. Eder asiente: “Ojalá se de. Sería hermoso para la gente y para la ciudad de Frontera”. No es un capricho; es una hoja de ruta. Para llegar, hará falta tiempo, gestión, trabajo en inferiores y una grada que nunca suelte la mano. Pero los sueños, cuando se dicen en voz alta, empiezan a mover cosas que parecían quietas.
Quizás el final de esta historia tenga una copa levantada o un desempate en cancha neutral bajo luces frías. Quizás no. Lo cierto es que el equipo ya ganó algo que no siempre entra en la planilla: el respeto del rival y el orgullo de su gente.
